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martes, mayo 14, 2024
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Acero Puro ***

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Muy lejos del relato de Richard Matheson que la inspira, es un entretenido melodrama de boxeo para toda la familia.

Al principio me recuerda dos películas dirigidas y protagonizadas por Clint Eastwood, Bronco Billy y El aventurero de la medianoche. Aquella historia de circo ambulante venido a menos en la primera, y la del padre y el hijo errando por los caminos en la segunda,  contadas ambas como ésta siguiendo el compás de la música country,  tienen mucho en común con el arranque de esta otra fábula del tipo que pasea con su robot por las ferias de pueblo pretendiendo cobrarle cinco dólares a unas crías por sacarle una foto a su máquina… pero sólo al principio.  Una de las diferencias más destacadas de la película respecto al capítulo escrito por Richard Matheson para la serie Dimensión desconocida (Twilight Zone) en el que se inspira, pero del cual no es un remake sino una nueva versión, es precisamente esa capacidad para recrear en el arranque ese ambiente de perdedores del camino, sombras errantes del espectáculo rural echadas a la cuneta por los nuevos tiempos, sin caer en la amargura de su predecesora. El tema habría dado para mucho en manos de Sam Peckimpah, pero  en manos de Shawn Levy se convierte en una historia con niño, quizá no tanto para niños, en la que además  se aprecian ciertas limitaciones. Por ejemplo en la escena en la que Jackman discute con Kevin Durand en la feria, cuando el plano contra plano parece volverse loco y cambia la posición de la cámara sin motivo de un personaje a otro en un montaje que no significa nada y que carece de personalidad.  A pesar de esa falta de personalidad visual en algunos momentos, el arranque de la historia del robot con el enfrentamiento con el toro hace pensar que si bien la película va a tirar por otro camino distinto del  Acero original, ese rumbo de cambio que se aparta del origen para dar lugar a un espectáculo más familiar y de evasión podría ser interesante. Pero luego llega el principal cambio que hace la película respecto al capítulo televisivo: la introducción del personaje del niño, seguramente buscando algún tipo de reclamo o identificación con el público infantil. La asociación de niños y robots es bastante obvia como propuesta comercial. Llegados a ese punto, nos queda totalmente claro que Acero puro y el capítulo de televisión no tienen nada que ver, o mejor dicho, que el capítulo de televisión ha sido expoliado para dar lugar a otro tipo de producto totalmente distinto que contradice algunas de las claves más interesantes y esenciales que le otorgaban personalidad al capítulo televisivo original.

De repente el niño habla con un robot en japonés… merced a su habitual uso de videojuegos… o comparte secretos con otro robot, el tercer protagonista de la historia… al que enseña a bailar. Y a partir de ahí, todo sigue en esa misma línea, con el robot convertido en una especie de mascota metálica. De manera que evidentemente no es el Steel original, el protagonizado por Lee Marvin para Dimensión desconocida, sino una variante descafeinada para toda la familia elaborada como la típica historia de padre e hijo que intentan entenderse en una clave que está muy lejos de las siempre inquietantes fábulas de Richard Matheson y casi recuerda más Campeón, aquella película protagonizada en 1979 por Jon Voight con el niño Ricky Schroeder que hizo llorar tanto al personal y era a su vez un remake de una película de 1931 protagonizada por Wallace Beery y un infantil Jackie Cooper.

De manera que adiós a Acero, según Matheson (a quien ni siquiera se atreven a citar en los títulos de crédito oficiales de algunas fichas técnicas), y hola a una especie de híbrido entre Bronco Billy y Campeón, que al menos tiene dos cosas a favor. Por un lado la química  entre Jackman y su joven compañero de reparto Dakota Goyo. Por otro la estética de todo lo referido a los robots y sus combates.  El planteamiento visual del relato original era más cercano a las fábulas de ciencia ficción de los años cincuenta. Frente a eso la película se muestra más próxima en las claves visuales de todo lo relacionado con los robots al manga y el anime japonés, cuyos cómics y fábulas de animación juegan como inspiración de los personajes robóticos.

Pero después del combate de estreno con el robot japonés, con la entrada de padre e hijo en el almacén, es cuando se hace patente que el otro aporte curioso a favor de la película es su manera de tratar el género de ciencia ficción en un plano totalmente secundario, pero que permanece lo suficientemente presente en el relato como para servir como trasfondo a esta especie de actualización de la típica historia de padre e hijo intentando tener tiempo para conocerse y reconstruir los lazos de afecto paternofilial que se han ido destruyendo con el tiempo. La ciencia ficción aparece por tanto en la película a título de herramienta de muy limitado protagonismo en lo que se nos cuenta, lo que me lleva a recordar los curiosos híbridos en su presentación y utilización que está presentando este género en los últimos tiempos en títulos como Otra Tierra o Melancolía, desdibujándose cada vez más como simple pretexto para construcciones argumentales que no tienen tanto que ver con la ciencia ficción propiamente dicha, sino con el drama, el melodrama, el cine de autor o el melodrama deportivo, como en este caso. Hay mucha distancia entre las dos citadas y esta Acero puro, que juega más en la liga del cine para todos los públicos y en su parte final casi recuerda Liberad a Willy pero con robots (ya digo: lejos, muy lejos de la obra original de Richard Matheson, mucho más rica y sugerente en su versión televisiva de principios de los sesenta, a pesar de durar la mitad de la mitad de lo que dura este largometraje).

Esa parte del accidente en la noche de tormenta que sirve para avanzar en la relación de padre e hijo y de paso incorporar el descubrimiento que hace progresar la trama general, ese robot con secreto especial, pero está tocada por todo el tópico de los guiones prefabricados del Hollywood más comercial. Hemos visto ese recurso muchas veces, pero lo cierto es que sigue funcionando. Es un síntoma de lo sumisa que se muestra toda la película a la explotación comercial prescindiendo de arriesgare en modo alguno a alejarse de la fórmula, lo que da como resultado un espectáculo de evasión eficaz, palomitero, con sus mejores momentos en las peleas de los robots, que son bastante más interesantes que la tópica historia de padre e hijo que ejerce como tema central de la trama.

Así las cosas, nada que ver con el precedente televisivo, una oportunidad desperdiciada de hacer una película más interesante, pero al mismo tiempo un espectáculo entretenido para llevarse a los chavales al cine… a ver robots boxeadores. Los combates están bien, especialmente los dos últimos, con el robot bicéfalo y el malo de turno, así que no aburre. De ahí las tres estrella, aunque no respete el verdadero espíritu del relato de Matheson y me haya colado una película con niño.

Miguel Juan Payán

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