El italiano Giulio Ricciarelli cuenta la historia poco conocida de los procesos de la R.F.A contra la cĆŗpula dirigente del partido nazi, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando terminaron los juicios de NĆŗremberg (efectuados entre 1945 y 1946) parecĆa que el mundo ya habĆa acabado con las sentencias contra los mĆ”ximos garantes del genocidio provocado por las hordas hitlerianas. Sin embargo, aĆŗn quedaba mucha leƱa que cortar. Entre la poblaciĆ³n germana, un nĆŗmero bastante alto de los antiguos asesinos se habĆa mimetizado con los ciudadanos aparentemente normales, con el fin de olvidar y llevar una vida sin espejos retrovisores, sin condenas a sus actos criminales realizados durante la contienda bĆ©lica.
El silencio fue la norma que aplicaron los organismos institucionales en la dĆ©cada posterior a 1945, con respecto a los antiguos militantes de la temida Gestapo. Pero el abogado de la fiscalĆa Johann Radmann no estaba dispuesto a pasar pĆ”gina.
Ricciarelli toma la figura de este hĆ©roe -aderezado con las connotaciones de los caballeros andantes- para la elaboraciĆ³n del filme, con el objetivo de escenificar los pasos seguidos realmente por el periodista Thomas Gnielka. Y lo hace a travĆ©s de un hombre joven con ideales de inocencia, que descubre la oscuridad de unos compatriotas demasiado involucrados con las matanzas programadas desde los campos de concentraciĆ³n.
A travĆ©s de la faz de este letrado (que interpreta con convicciĆ³n Alexander Fheling), el espectador toma constancia del desconocimiento absoluto de lo que ocurrĆa tras las alambradas de Auschwitz, y de las brutalidades a las que se veĆan sometidos los prisioneros que acababan en el mencionado enclave.
El sentido documental de la pelĆcula toma asĆ una importancia primordial en el relato de Ricciarelli, mientras que la parte de empatĆa se efectĆŗa mediante un discurso de denuncia latente, que pone al pĆŗblico al lado de Radmann y de las vĆctimas (centralizadas en un pintor atormentado por los recuerdos) desde la primera escena.
No obstante, el guion se antoja un tanto desequilibrado entre la contundencia evidente de los hechos que monotorizan la acciĆ³n y la vida privada de los personajes que pueblan el metraje. En esta balanza, las aportaciones mĆ”s personales parecen muy volĆ”tiles, y no acaban de funcionar a la hora de mostrar los sentimientos del fiscal respecto a la pertenencia de su padre al partido nazi o la apuntada culpa del periodista Thomas Gnielka, cuando este tuvo que cumplir un reclutamiento forzoso en Auschwitz a los diecisiete aƱos.
Un error dramĆ”tico que se traslada incluso a una de las tangentes argumentales mĆ”s llamativas del libreto, y que tiene que ver con la comprensible obsesiĆ³n de Radmann por atrapar al sĆ”dico doctor Josef Mengele.
En estos asuntos, el debutante cineasta transalpino hace visible su impericia, la cual se acrecienta si se compara sobre todo con los resultados obtenidos por Franklin Schaffner, en la magnĆfica Los niƱos del Brasil (quien sĆ fue capaz de trasladar a la pantalla el carĆ”cter diabĆ³lico del mencionado Mengele).
Sin embargo, y pese a la aparente frialdad documental en la que parece perderse La conspiraciĆ³n del silencio, la cinta gana puntos desde la perspectiva de refrescar el pasado reciente; al clarificar un proceso tan poco aireado como el de los juicios germanos de los aƱos sesenta. No todos callaron.
JesĆŗs MartĆn
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