Crítica de la película La (des) educación de Cameron Post
Chloë Grace Moretz encuentra un papel para lucirse respaldada por sus compañeros.
Los actores y el sentido del humor que permite equilibrar la parte más dura del argumento mediante la ironía son las mejores bazas con la que cuenta este largometraje a la hora de poner en pie un alegato contra las prácticas de “terapia” de “cura” de la homosexualidad que son el epicentro del argumento. Desde hace un tiempo, esta actriz tiene tendencia a perderse y quemarse en proyectos que están por debajo de su rendimiento e inevitablemente me recuerda la carrera que llevó hace años otra actriz de similares características, Kirsten Dunst. El talento de ambas ha estado por encima de algunas de la películas en las que han participado, lo cual que han sido frecuentemente desaprovechadas. En ese sentido pienso que al contrario de lo que ocurre con algunos de sus últimos trabajos -estoy pensando por ejemplo en La quinta ola, Malditos vecinos y La viuda-, La (Des)educación de Cameron Post le propone a su protagonista un guión más a la altura de su talento y le permite un juego más amplio de sus cualidades. Y eso en un tema que con gran facilidad, como muy recientemente ha mostrado El secreto de las abejas, puede trocarse en un campo de minas de clichés, ahogarse en los lugares comunes de la reivindicación más obvia y de poca profundidad.
En ese sentido, esta película trabaja temáticamente, un planteamiento que tiene mucho en común con otros acercamientos a cuestiones similares expuestos en películas como Disobedience e Identidad borrada. Aporta otra pieza, en mi opinión necesaria, para propiciar una reflexión sobre el tema central que aborda, que bajo la capa de las “terapias” plantea en realidad un ceremonial de represión orquestada en torno a los jóvenes. El tema siempre es peliagudo, propicia el peligro a caer con facilidad en el territorio del melodrama, siempre poco interesante, o ser secuestrado para panfletos reivindicativos. Pienso que esta película, como las otras dos citadas, consigue esquivar esos problemas jugando una baza de distanciamiento del disparate por la vía de la ironía. En esto es interesante reparar en el tratamiento de este mismo asunto aplicado en la serie Shameless en su temporada ocho a través de las peripecias del personaje de Ian Gallagher, que muestra dos formas diferentes de aplicar la ironía y trabajar desde la misma para abordar un asunto dramático.
La directora Desiree Akhavan muestra nuevamente su talento para combinar drama con algunas pinceladas de sarcasmo para tratar el tema de la identidad, asunto recurrente en su filmografía que ya abordó en otras claves y con mayor peso de la comedia Appropriate Beahvior. Si en esa comedia dejó claro que podía ser una nueva voz interesante en el paisaje de directoras que propone el cine de la última década, en esta nueva película, y metiéndose más en el reto del drama, confirma esa impresión con mayor solidez y pide paso como una de las realizadoras a las que hay que seguirle atentamente la pista en próximos trabajos, porque en mi opinión va en línea ascendente.
Miguel Juan Payán
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