Crítica de La invitación
Crítica de la película La invitación
Extraña y efectista película vampírica dirigida por Jessica M. Thompson, en la que la heroína es una joven norteamericana algo confusa.
La trayectoria de Drácula y los hijos de la noche en el cine ha evolucionado según los tiempos, normalmente a través de películas y series de televisión que se antojan bastante flojas desde el punto de vista argumental, y que quedan muy alejadas de la magistral novela escrita por Bram Stoker. La invitación es uno de esos acercamientos audiovisuales al vampirismo de Stoker animado únicamente por el ansia de sorprender, con el misterio ancestral de un clan liderado por un maquiavélico nosferatu. Una propuesta que consigue escasos momentos de inquietud, y que acaba sucumbiendo ante la desidia sanguinolenta de unos personajes esquematizados al máximo y plagados de estereotipos.
La trama inicia su curso en Nueva York, ciudad donde reside la joven aspirante a ceramista llamada Evie Jackson (Nathalie Emmanuel). La chica acaba de perder a su madre y se siente bastante sola. Una noche, mientras trabaja en el catering de una empresa de ADN, Evie acepta una prueba para investigar sobre su parentela. El resultado del juego la pone en contacto con un primo segundo de nacionalidad inglesa, llamado Oliver Alexander, que se pone en contacto con ella para conocerla. En su primer encuentro, el hombre invita a la neoyorquina a una boda familiar en Inglaterra, y la protagonista acepta. Una vez en la imponente mansión de Walter DeVille (Thomas Doherty) –el anfitrión del evento nupcial- Evelyn empieza a sentir cosas raras durante la noche.
La directora Jessica M. Thompson aprovecha algunos elementos del Drácula de Bram Stocker y de las cintas de la Hammer, para diseñar una movie de marcado estilismo vampírico, en la que el glamur gana la partida a la profundad temática y a las contradicciones que debe alentar el universo de los chupasangre. La cineasta australiana focaliza su atención en el choque cultural entre la protagonista (recién llegada de la populosa Nueva York) y las tradiciones y escenarios ancestrales que personifican los tres clanes millonarios que asisten a la supuesta boda.
En La invitación todo el engranaje está planteado de manera algo inverosímil. Desde un test de ADN que indica hasta el parentesco con un primo segundo (normalmente, las posibilidades de una prueba semejante se limitan a enlazar a padres y hermanos con el demandante) hasta la apariencia de mansión de cartón piedra que presenta el inmueble de Walter DeVille, cualquier aspecto de la película –tanto argumental como técnico- está teñido por una pátina de efectismo vacuo, que pierde su significado en cuanto se pasa el algodón analítico por encima.
Thompson no consigue que los vampiros manejados por el sonriente Alter DeVille sean más terroríficos que los de las cintas de Francis Ford Coppola (Drácula) y Neil Jordan (Entrevista con el vampiro), y lo que logra es que se asemejen más a una versión embellecida de los no muertos que aparecían en los capítulos del serial Buffy, la cazavampiros.
La mezcla entre el thriller y el terror en la que se embarca La invitación naufraga por la previsibilidad y la falta de imaginación, y las interacciones entre Evie y el siniestro Walter DeVille (demasiado paródico para generar el necesario susto en el patio de butacas) no alcanzan los niveles de sensualidad requeridos.
Bajo semejantes coordenadas creativas, Jessica M.Thompson sí acierta en momentos puntuales del metraje (la muerte de las criadas en la biblioteca y en la bodega son de lo mejor del film), aunque su enfoque general se atisbe como demasiado manido y carente de frescura narrativa.
Jesús Usero
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