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martes, diciembre 10, 2024
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La sombra de la traición ***

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La sombra de la traición nos sirve una sólida y entretenida intriga de espionaje que resucita los fantasmas de la Guerra Fría.

La última película protagonizada por Richard Gere tiene el valor de jugar con el espectador. Engañar al espectador. Despistar al espectador. Sembrar trampas para que quienes estamos en el patio de butacas viendo la película piquemos en el anzuelo más viejo del mundo. Esa es la condición esencial del cine de intriga. La base del ejercicio de suspense, que es posiblemente el más arriesgado y difícil que puede ejecutarse en ese circo de tres pistas que es el cine. Es el “más difícil todavía”, el “triple salto mortal” de la narrativa cinematográfica.

¿Por qué? Pues porque tiene como misión no tanto jugar con la historia y sus personajes como esencialmente jugar con la credibilidad y la inteligencia del espectador. Busca hacernos sentir que: a/ sabemos más que los personajes (básico según las reglas de Hitchock para crear suspense, un tratamiento de la información selectivo), y b/sabemos como mínimo tanto como el guionista y el director (lo cual puede volverse contra la película si resulta ser verdad, pero al mismo tiempo es un arma esencial si consiguen demostrarnos que es mentira, que nos han tenido engañados y al final son ellos los que tienen las verdaderas claves de la trama, y no nosotros).

Como digo: un juego peligroso. Más peligroso aún hoy en día, cuando como espectadores estamos cada vez más fogueados frente a las tramas de intriga de las películas y resulta más fácil confundirnos o por decirlo coloquialmente “torearnos” con tramas de suspense repletas de supuestas sorpresas que en muchos casos no lo son tanto, porque hemos sido capaces de adelantarnos a dichas revelaciones argumentales, de ésas que, como suele decirse, “imprimen un giro en la trama”.

Creo que La sombra de la traición sale bastante bien parada del intento.

Es una película curiosa, bien servida de un reparto sólido, con un Richard Gere que ha ganado en solidez como actor, respaldando con la edad y la experiencia las características de solvencia ante las cámaras que le convirtieron en estrella que además saca el máximo partido a sus encuentros en la película con otro actor ejemplar e imprescindible en el audiovisual de nuestros días, el impecable e infalible Martin Sheen, en uno de esos personajes que a pesar de ser supuestamente secundarios aparecen poco pero dejan una huella permanente en todo el relato.

Frente a estos dos, Topher Grace no desentona tanto como otros jóvenes actores, y demuestra que deberían darle más minutos de juego, si me permiten el símil futbolístico, en lugar de mantenerle en el banquillo frente a otros niñatos menos convincentes ante las cámaras que pueblan el cine comercial de nuestros días. Vamos que me lo creo más y teniendo a Gere y Sheen flanqueándole mantiene el tipo.

Además, La sombra de la traición juega una baza que siempre me ha parecido interesante: jugar con la fórmula genérica desde dentro de la propia fórmula, y no desde fuera. Los géneros están para jugar con ellos, con sus reglas, con sus manías, con sus atavismos, con su manera previsible de comportarse. Y ocurre lo mismo con sus personajes. Aquí el guión y la película consiguen mantener el interés de la historia por un procedimiento aparentemente simple pero que no lo es tanto, hacer que el público se pregunte: ¿Quién es el protagonista y quién es el antagonista?

No es algo nuevo. Es simple aplicación actualizada y convenientemente acomodada a lo que hizo Alfred Hitchcock en Psicosis, y responde a una reflexión que además me parece esencial en estos convulsos tiempos que nos adornan: nada es lo que parece.

No se trata tanto de convertirnos en desconfiados, sino de tratarnos con cierto respeto como espectadores, aunque, atendiendo a las claves del cine de intriga que he mencionado en un principio, intenten jugar con nosotros, engañarnos, despistarnos. Es un juego lícito, pero no implica que se nos tenga que faltar al respeto como espectadores, y creo sinceramente que La sombra de la traición no lo hace cuando practica ese juego de inversión entre el protagonista y el antagonista, casi de mago callejero o trilero trolero preguntándonos ¿Dónde está la bolita?

Obviamente no puedo entrar más en explicar claves sobre protagonismo y antagonismo en la película porque podría reventar la intriga sin querer, pero basta con que ustedes recuerden que nada es lo que parece y mi opinión los artífices de la película sacan el máximo provecho a ponernos en una situación ambigua como espectadores consiguiendo que nos identifiquemos con uno u otro personaje creyendo que estamos siguiendo o empatizando con el héroe en lugar de con el villano.

Basta con pensar en el título original de la película, El doble, para entender cuál es el epicentro del suspense en la misma.

Varios giros argumentales son como acrobacias aéreas del piloto/director llamadas a desorientarnos, lo cual está muy bien para presentar el final y conseguir que no nos aburramos viendo en la pantalla lo que hemos sido capaces de anticipar por nuestra cuenta.

Junto al reparto y el juego de intriga con el protagonista y el antagonista, el héroe y el villano, nos encontramos ese planteamiento de retorno de la Guerra Fría que venimos disfrutando en las mejores muestras del cine de espionaje que está llegando a la cartelera en los últimos tiempos.

No voy a aventurarme aquí a anticipar si se trata de un reflejo de algún cambio en la geopolítica del futuro inmediato o de un eco del anhelo nostálgico de la sociedad norteamericana por volver a una época en la que el “enemigo” era fácilmente identificable y además era un estado, en lugar del enemigo fragmentado y difícil de identificar que plantea la actual “guerra contra el terrorismo”, pero creo que es muy llamativo que de repente el cine de espionaje haya vuelto la vista atrás y regrese a tramas que implican un planteamiento argumental en el que renacen los fantasmas de la Guerra Fría contra el bloque soviético. Lo vimos en Salt, lo hemos visto en El Topo, la genial adaptación de la novela de John Le Carré, y volvemos a encontrarlo en La sombra de la traición.

Si a estas muestras de cine de espionaje les añadimos la excelente y muy recomendable serie de televisión Homeland y la última película de Steven Soderbergh, Indomable, como mecanismos de actualización del género de espionaje que no incluyen esa componente argumental de Guerra Fría contra el bloque soviético pero sí una manera de dibujar personajes, historias y planos que recupera lo mejor del cine de intriga de los años setenta y primeros años ochenta, podemos conformar un dibujo muy interesante de restauración y renovación del cine de espionaje que sin duda alcanzará nuevas cotas de interés cuando llegue a la cartelera la nueva película del mundo de Bourne protagonizada por Jeremy Renner.

Miguel Juan Payán

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