Crítica de la película La última gran estafa
Resulta agradable ver juntos en una película a Robert De Niro, Tommy Lee Jones y Morgan Freeman.
El histrionismo desatado de Robert De Niro, la sobriedad pétrea de Tommy Lee Jones y la psicodelia humorística de Morgan Freeman son los mejores aportes de esta comedia ingenua y algo facilona, que dirige George Gallo. Una obra que está inspirada en la homónima movie que dirigió Harry Hurwitz en 1982, y que pasó de puntillas por las salas estadounidenses.
La acción arranca en el Hollywood de los años setenta, con el chanchullero Max Barber (Robert De Niro): un productor cinematográfico que se acaba de arruinar, tras el fracaso en taquilla de su última obra (una desquiciada cinta de monjas asesinas). El hombre no ha vendido ni una entrada, y un peligroso mafioso le reclama los 350.000 dólares que este invirtió en el proyecto. Si Barber no paga, su sentencia de muerte está asegurada. Con el agua al cuello, el protagonista planea una estafa que puede salvar su existencia de una vez por todas: grabar una falsa película del Oeste, interpretada por una antigua gloria del género. Un actor al que Max sea capaz de asesinar en el rodaje, para así cobrar un seguro millonario. Sin embargo, con lo que no contaba el productor era con que la supuesta víctima (el cowboy Duke Montana, a quien presta su físico Tommy Lee Jones) iba a resistirse a ir al otro mundo de la manera programada.
La estética setentera, heredada de la neurosis escénica del Mel Brooks de Los productores, favorece a que La última gran estafa sea percibida como una obra anclada en un humor inspirado en el pasado, con tramas sencillas e ingenuas, y personajes esquematizados en sus comportamientos y diálogos. La alocada línea argumental sirve al director George Gallo para alojar sin estridencias la apabullante gestualidad de Robert De Niro, que parece una versión en carne y hueso de Pierre Nodoyuna, de Los autos locos. El mítico intérprete de Taxi Driver da rienda suelta a un histrionismo con sello de autenticidad, y encarrilla un trabajo que muestra las dotes cómicas del oscarizado protagonista de Toro salvaje. A su lado, el mimético Tommy Lee Jones impone su contrapunto de hieratismo facial, que funciona como disolvente de las dosis enfervorizadas de De Niro. El tercero en discordia, el desconcertante Morgan Freeman, es quien queda más perdido en la movie, con su caracterización del mafioso aficionado al séptimo arte, llamado Reggie Fontaine. Sin poder situarse en ninguno de los extremos definidos por De Niro y Jones, Freeman sucumbe con un rol liviano y sin gancho, el cual se asemeja al capo encarnado por Noël Coward, en Un trabajo en Italia.
Gallo se preocupa simplemente de que funcionen los numerosos los chistes situacionales y verbales que entona De Niro; mientras que el resto de componentes quedan desnutridos artísticamente, sin apenas unas pinceladas alejadas de la naturaleza estereotipada que exhibe la película.
Pese a estos inconvenientes, La última gran estafa cumple con la norma de no aburrir a lo largo de su desarrollo, con independencia de la falta de sorpresas argumentales y de giros inesperados de guion.
Jesús Martín
★
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