Crítica de La vida padre
Crítica de la película La vida padre
Sorprendente y muy bien construida comedia dramática.
Quizá esa sea la clave para que La vida padre triunfe donde muchas otras no lo consiguen. Aunque suene a tópico o a algo que se dice demasiado a menudo, la película tiene alma. No se trata de una consecución de escenas de humor sin más conexión que una ligera trama. No se trata de gags bien orquestados a favor de un reparto excelente (que lo es, por supuesto). La vida padre cuenta una historia no sólo coherente, sino que llega, una relación entre un padre y un hijo que se reencuentran, y el humor viene de todo aquello que muchas nos sucede en el día a día. No es forzado, no es incluido a la fuerza. Es casual, es el azar el que nos lleva a que determinados momentos sean muy divertidos. Pero sin olvidarse de la historia principal…
Una historia que comienza con una cena desastrosa para un restaurante de Bilbao, en el que el Rey acudió al mismo y todo aquello desembocó en la desaparición del dueño, chef y cabeza de familia, dado por muerto en la ría. Años después, su hijo, ya adulto, ha renovado el restaurante y se ha convertido en uno de los jóvenes chefs de referencia en España, buscando alcanzar su tercera estrella Michelín. Pero todo puede irse al traste cuando se reencuentra con su padre, que no estaba muerto, y que puede destrozarlo todo de nuevo. Su vida, su restaurante y el recuerdo que todos tenían de él. Y es que su padre no recuerda nada desde que desapareció hace 30 años, cuando para él el tiempo se detuvo.
Aunque haya una historia romántica, la clave de la química está en la presencia de Karra Elejalde y Enric Auquer, quienes establecen esta mágica relación entre padre e hijo que crece, se expande y contrae, se retroalimenta y da fuelle a toda la historia. Sin ellos dos, sin sus cruces, sus miradas y el corazón que le aplican, se hundiría la historia. Pero no lo hace. Además están Megan Montaner (que siempre, siempre, está espléndida), Lander Otaola, Maribel Salas… Todos ellos tienen además el apoyo del guión de Joaquín Oristrell, quien consigue llevar un paso más allá una historia que podría recordarnos a La tribu, por ejemplo, pero que es capaz de evolucionar en otra dirección.
El director, Joaquín Mazón, logra imprimir fuerza visual al relato, primero con los cambios visuales entre el pasado y el presente, y luego con la mezcla de realidad y ficción en la cabeza del protagonista, sin olvidarnos de la importancia de los espejos en la historia, que devuelven muchas veces un reflejo inesperado e incómodo. Nos queda como resultado una comedia que no va a revolucionar el género, cuyo desarrollo podemos hasta intuir, pero muy bien escrita y plasmada, con un sólido drama entre los personajes, y con un humor divertido y efectivo, sustentado todo por un muy buen reparto. No se puede pedir mucho más a La vida padre, la verdad.
Jesús Usero
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