Benito Zambrano regresa a las pantallas seis años después de Habana Blues, su anterior película, mientras que el recuerdo de su ópera prima, Solas, se difumina en el tiempo. Zambrano regresa y lo hace con un tema como la posguerra y las mujeres encerradas en las cárceles de Franco, lo cual le va a generar la misma cantidad de defensores como de detractores, sobre todo con el tema de la guerra Civil y similares, que últimamente tantas reacciones adversas provocan. Ahora dependerá de la taquilla demostrar qué parte lleva razón, si los que atacan este tipo de cine o los que lo defienden y siguen queriendo verlo en pantalla.
Tiene algo de Las 13 Rosas esta película, si no en lo formal, sí en la esencia de esas mujeres que vivieron un encierro y muchas veces una muerte injusta, tras el horror de la guerra que asoló nuestro país. Pero en este caso tiene, ante todo, dos actrices en estado de gracia, con una fuerza y una energía que son para dejar boquiabierto a cualquiera. Bien conocida es la habilidad de Zambrano para conseguir lo mejor de sus actores, pero en este caso lo eleva al cubo. El trabajo de Inma Cuesta, contenida, serena, bebiéndose las lágrimas de dolor e impotencia, es sublime. Pero lo de María León es de otro planeta. La actriz llena a su Pepita de una ingenuidad, una fuerza, una naturalidad y un sentido del humor tan arrollador que uno queda prendado de ella desde el minuto uno, cuando le regalan unos zapatos. Y por su evolución y desarrollo… Sólo por eso, ya merece la pena ver la película de Zambrano. Por ese sentido del humor tan especial.
Un Zambrano que se nos muestra un hábil narrador y un perfecto maestro de la iluminación y la puesta en escena, del uso del color y de su ausencia, de las luces y las sombras que pueblan su relato y le dan vida a un universo que tiene muchos más problemas con el guión de los que tiene en lo visual y lo interpretativo.
El guión cae en demasiados lugares comunes, en demasiadas trampas de “los buenos y los malos” dejando siempre claro que entre vencedores y vencidos, los primeros eran los villanos de la historia y los segundos eran gente buena y humilde. Se olvida, como casi siempre, de que en una guerra en ambos bandos hay justos y hay demonios, demoniza a casi todos los personajes del bando nacional con contadísimas excepciones y nos trae tópicos como el del rebelde guapo y valiente, el guardia civil malvado, el clero villano… Sin dar lugar a excepciones. Incluso el personaje de Myriam Gallego, persona que lo perdió todo en la guerra, queda retratado de soslayo, de puntillas… Como si un bando no tuviese derecho a llorar a los suyos… Y que un personaje como el de Inma Cuesta, egoísta en muchas ocasiones, es tan cerrado de mente (pese a la vida que lleva en su vientre), como el de aquellos contra los que lucha.
No hay grises, no hay medias tintas, todo es blanco o negro, y eso siempre le pesa a la historia. Y de tanto repetir el mensaje, se acaba gastando. Por irreal y algo manipulador. Para hacer cine sobre la Guerra Civil empieza a necesitarse sangre fresca, nueva, diferente, que cuente las historias con más matices. Con verdaderas ganas de perdonar en este país que tanto tiende al “ellos contra nosotros”.
Pero, repito, sólo por la labor de los intérpretes y por el trabajo de director de Zambrano, ya se convierte La Voz Dormida en una notable película. Y merece la pena verla.
Jesús Usero
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