Que Tom Hanks y Julia Roberts son dos leyendas vivientes de Hollywood no es algo que pueda serles negado. Dos de las estrellas de cine más importantes de las tres últimas décadas, premiadas y seguidas por millones de personas a lo largo de los años, también es cierto que poco a poco, su estela se ha ido difuminando y el interés que generan entre el público actual es mucho menor que el que generaban hace 10 años, por ejemplo, cuando estrenaban películas como Camino a la perdición o The Mexican. En diez años cambian muchas cosas, y llegados a cierta edad, los astros de Hollywood también pierden su brillo.
Luego aparecen momentos donde reverdecer los laureles, papeles que les llegarán cargados de premios, secundarios maravillosos o alguna película que durante un tiempo les devuelva el favor de crítica o público. O de ambos. Pero en estos momentos están en ese lugar de sus carreras en el que la gente poco a poco está cada vez menos interesada en sus trabajos y perder el favor del público suele significar el final de una carrera, por mucho que antes uno haya sido la estrella más importante del firmamento. Hollywood sigue siendo una industria y lo que quiere de sus estrellas es que sigan llenándoles los bolsillos. Aunque intenten hacernos pensar lo contrario.
Aquí es donde voy a lanzar mi primera piedra. Y algún palo me va a caer con esto, pero nunca he sido un gran aficionado al trabajo de Tom Hanks, ni como actor ni como director. Es un grandísimo actor, pero siempre me ha parecido que legía papeles demasiado blandos, demasiado… tiernos o sentimentales. Y para cuando empezó a arriesgarse con papeles mucho más duros y potentes, a mi modesto modo de ver (léase Salvar al Soldado Ryan o Camino a la Perdición), ya era demasiado tarde para convertirme en fan suyo. Es un gran actor, repito. Otra cosa es su trabajo como director, que retoma en esta Larry Crowne, donde realmente cuando ha destacado es cuando ha hecho cosas para televisión, especialmente en Hermanos de Sangre.
Aquí se ha unido a la también actriz y guionista Nia Vardalos (Mi Gran Boda Griega), para contarnos la historia de un hombre lleno de ilusión y ganas de vivir, que de repente pierde su trabajo y se ve obligado a replantearse su vida, desde la base, lo que le lleva a comprarse una vespa y volver a la universidad para intentar recuperar el tiempo perdido. Algo que, por supuesto, hará que se descubra a sí mismo y descubra el mundo a los que le rodean, incluyendo a un grupo de inadaptados y a una peculiar profesora interpretada por Julia Roberts.
Por supuesto todo este tinglado está servido como una comedia ligera, no como un drama o ni siquiera (la opción que realmente mejor sienta a este tipo de películas), como una comedia adulta, cínica, irónica y ácida. ¿Para qué optar por lo inteligente cuando se puede ser ligero y no arriesgarse lo más mínimo? Ese es el mayor problema que presenta Larry Crowne en su metraje. Que no hay forma humana ni divina de que esa historia cale en nosotros tal y como nos es presentada, por mucho esfuerzo que hagan sus actores. Sigue siendo una comedia ligera. Y encima, tampoco es que sea demasiado graciosa. Tiene un par de momentos de humor bien conseguidos (el momento de la mirilla es brillante), pero el resto es un ir y venir de personajes menos inadaptados y locos de lo que ellos mismos o sus creadores piensan que son, y un romance que se supone mueve la película pero que al final da la sensación que está colocado ahí por recomendación del médico. O de los que ponen el dinero en Hollywood.
La película da siempre la sensación de quedarse a medio gas. Sin dar ni un solo paso de riesgo. El protagonista siempre nos recuerda a un Forrest Gump que se ha hecho mayor, con mucha ilusión por la vida, con sus peculiaridades y su extraño modo de entender el mundo. Pero, con la que está cayendo, escenas como la de la hipoteca en el banco producen cierto sonrojo por ridícula o infantil.
No quiero que la gente me malinterprete tampoco. En tiempos de crisis la gente necesita reírse más que nunca. Pero cuando ciertos momentos en lugar de risas producen el sonrojo de la platea y cierta sensación de tomadura de pelo, es que la cosa no funciona y algo ha sido mal enfocado desde el principio. No conozco a nadie que se enfrente a una situación tan grave con la falta de sangre del protagonista. Y ese es otro problema de la película. La falta de sangre de los personajes. No sólo falta de enjundia, sino falta de carácter. Son grises y con horchata en las venas. Y lo mismo les da que les quiten la casa que ver a su novia tonteando con otro. O que su marido sea un golfo vividor.
Una película así pasa sin pena ni gloria por la taquilla en la mayoría de los casos, por mucho que la química entre sus protagonistas sea excelente y que no tengan que esforzarse ni por parpadear. Ya vimos que Roberts y Hanks funcionaban muy bien juntos en la mucho más inteligente La Guerra de Charlie Wilson. Que, por cierto, también pasó sin pena ni gloria por la taquilla en todo el mundo, pese al corrosivo guión de Aaron Sorkin.
Como siempre nos queda el trabajo de unos actores entregados a la labor de dar vida a este universo tan lleno de luz y algún momento de humor verdaderamente conseguido, aunque no son muchos. Pero interés, lo que se dice interés, no va a generar demasiado entre la gente que acuda a las salas a verla. Demasiado tierna para el público. Demasiado “buenrollista” para mí. Demasiado inocua. Esta gente que lo ha conseguido todo en Hollywood debería arriesgarse más en lo que hace.
Se lo agradeceríamos bastante. Yo el primero.
Jesús Usero
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