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domingo, abril 28, 2024
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Las aventuras de Tintín, el secreto del Unicornio ★★★★

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Crítica de la película Las aventuras de Tintín, el secreto del Unicornio

Aventura con mayúsculas. Recuerdo que cuando se estrenó En busca del Arca perdida, película con la que Las aventuras de Tintín, el secreto del Unicornio tiene mucho en común, la frase promocional era: el retorno de la gran aventura. Pues bien, eso es precisamente lo que Steven Spielberg nos propone ahora con esta traducción al cine de la obra de Hergé, brillante tanto por su técnica como por su ejecución, y con algunos momentos de auténtica épica cinematográfica que hacen de la película un auténtico acontecimiento cinematográfico. Y cuando digo acontecimiento, me refiero principalmente a que se trata de uno de esos títulos que todo aficionado al cine quiere ver como una especie de fenómeno, algo que ya fueron otras películas de este mismo director, como Tiburón, Encuentros en la tercera fase, E.T., el ciclo de peripecias de Indiana Jones, Parque jurásico

De manera que de la mano de Tintín vuelve al cine por un lado el Spielberg que llena los cines, el más popular, el que llega a mayor número de público. Y por otro regresa el Spielberg que precisamente por lo anterior, se puede permitir el lujo de experimentar, con notable éxito desde el punto de vista expresivo, narrativo y sobre todo en clave muy cinematográfica, con una de las novedades tecnológicas incorporada hace varios años a la panoplia de herramientas del cine de animación, pero nunca ejecutada con el instinto de cine puro, la cuidada planificación de movimientos de cámara, el cuidado encuadre y la planificación y el uso de la luz que nos ofrece Las aventuras de Tintín, el secreto del Unicornio. Me refiero al sistema de motion capture. Pero olvídense del acartonamiento con el que se aplicó a intentos anteriores, de Polar Express, Beowulf, Cuento de Navidad… Aquellos primeros pasos era una interesante novedad tecnológica con algo de cine, pero lo que hace Spielberg con Tintín es cine puro, con todos sus elementos, incluidos los actores, porque al contrario de lo que ocurría en ocasiones anteriores, el astuto director ha descubierto en un alarde de sutileza que le honra, que este procedimiento de animación saca más partido a la interpretación de los actores sobre los personajes precisamente si en lugar de mirar hacia el avance tecnológico y la animación en 3D se recuperan algunas de las claves expresivas de la animación tradicional en 2D. Es algo que le ha permitido esa especie de videoteca gigante que Spielberg lleva en la cabeza, esas muchas horas de ver y disfrutar cine que es lo que principalmente le permiten tener el recurso apropiado en la memoria para cada cosa, y por otra parte estar adaptando una historieta de cómic que nació en dos dimensiones, y a la que rinde homenaje con ese plano al principio de la película en el que un caricaturista dibuja una versión bidimensional de Tintín exacta al de las viñetas de Hergé que se enfrenta, cara a cara, con la versión realizada para el cine con motion capture en 3D y el actor Jamie Bell bajo el pellejo del personaje. Es un gran momento de declaración de principios en el que el cine toma el relevo de los cómics. Puede convertirse en una de las escenas más vistas del cine del presente año, de ésas que salen en los resúmenes de prensa cuando en plenas navidades se pasa revista al año que terminó en cada uno de los campos de interés informativo.

De manera que Spielberg, además de devolvernos la gran aventura de pantalla grande para todos los públicos (hayas sido o no seguidor del personaje de Tintín en los cómics), consigue que los actores habiten más y mejor que nunca bajo el pellejo de los personajes de la motion capture retomando las claves y la herencia de la animación tradicional previa al 3D, donde el actor no se adapta tanto a la novedad tecnológica como a la fisonomía del personaje de ficción, lo que le permite respetar el diseño de las criaturas de Hergé al mismo tiempo que el implemento tecnológico de última hornada sirve para reforzar la huella de la interpretación humana en y con el personaje, alejándolos así de esa especie de espectáculo de títeres de alta tecnología que ofrecían intentos anteriores de motion capture.

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Superado el escollo tecnológico, que no era cosa fácil (conste que como espectador yo siempre echa de menos a los actores de carne y hueso, y quien pretenda que este tipo de alardes técnicos van a acabar con su imprescindible presencia en la pantalla  está para que lo aten con una camisa de fuerza: el día que los actores dejen de aparecer en pantalla, simplemente se acabó el cine), Spielberg se permite además el lujo de recrearse como cineasta y como autor, rescatando las claves esenciales de su manera de concebir el cine, introduciendo planos secuencia, rodando persecuciones superiores a algunas de las que nos ofreciera en su última entrega de Indiana Jones, y que por su ritmo vertiginoso y su fuerza nos recuerdan al mejor Spielberg de En busca del Arca perdida (con el perro Milú ejerciendo como Indiana Jones, salvo que en lugar de perseguir cestas persigue la furgoneta en la que va el cajón con su amo secuestrado), trabajando con la luz, como por ejemplo en la escena de la entrada de Tintín en la mansión durante la noche y la sombra en paralelo que se revela como otro personaje, o haciendo transiciones visualmente estimulantes de una escena a otra. Hay muchas, pero me quedo con las de la gota de agua o el capitán remando en la barca en medio de un charco que pisa otro personaje, simplemente genial como encadenado de la acción, y esenciales para marcar el ritmo trepidante que no cesa en todo el relato, con lo que el director consigue mantenernos totalmente atrapados dentro de la trama, sin que podamos pensar si estamos viendo dibujos animados o personajes de carne y hueso.

A eso hay que añadir una batalla épica en el mar que respeta en su  división del flashback utilizando el recurso de los recuerdos interrumpidos del capitán todo el espíritu de la manera de fabular de Hergé, y al mismo tiempo ofrece un espectáculo  visual impresionante al público cinematográfico, o la persecución en la ciudad árabe, como digo mejor que muchas de las peleas y persecuciones que vemos en imagen real en los cines en los últimos tiempos, incluyendo alguna rodada por el propio Spielberg para Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal.

En mi opinión no hay modo de sacarle pegas importantes a la película, salvo algunas menores. Por ejemplo como lector europeo de las peripecias de Tintín, escuchar en la versión original en inglés cómo llama al perro Milú con el nombre que le pusieron en Estados Unidos, Snowy, me resulta desconcertante, y quizá hacia el final, con la pelea de las grúas, se hace evidente que en lo referido a ritmo trepidante continuo, se le va la mano y se acerca a algo que le criticaron en Indiana Jones y el templo maldito, ese encadenado de acción pura y dura propio del serial, en el que las escenas de diálogo ocupan forzosamente un segundo plano frente a las acciones. Pero considerando que personalmente me gustó, y mucho, Indiana Jones y el templo maldito, me reconozco incapaz de verle algo negativo a ese ritmo trepidante, como de persecución ininterrumpida, que marca toda la película.

Resumiendo: Spielberg abre nuevas perspectivas y horizontes para la motion capture con la que, en mi opinión, es uno de los grandes acontecimientos cinematográficos de la cartelera de este año.

Miguel Juan Payán

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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