Líbranos del mal. Interesante mezcla de terror satánico y relato policial bien defendida por Eric Bana.
Es más un relato de intriga que una historia de terror, y en esa línea me ha gustado más que otros dos trabajos de su director, Sinister y El exorcismo de Emily Rose.
El principal acierto que tiene esta película es disponer su trama de una manera no del todo novedosa pero sí más interesante en lo referido al punto de vista de género y personaje desde el que cuenta su fábula de terror. Tras un arranque cañero inmerso en las claves del cine bélico gira en su prólogo hacia el terror y una vez asentado así el género dominante del relato, pasa a un primer y segundo acto dominado por claves de cine policíaco, tras las cuales se va sembrando la amenaza sobrenatural pero sin desvelar su verdadera naturaleza y sembrando dudas sobre la verdadera identidad de la misma que incluso le permiten jugar con recursos tanto visuales como narrativos que recuerdan a Seven, de David Fincher. En esa primera parte del relato tiene a su favor la mejor garantía para conseguir el máximo interés e implicación del público, un tipo tan competente como Eric Bana, actor que puede obrar esa rara magia, no a disposición de todos sus colegas, de operar al mismo tiempo en clave iconográfica y mantener un contacto directo con el espectador merced a su enorme talento interpretativo. Dicho de otro modo: dale a este tipo el papel más soso, menos interesante o más tópico que se te ocurra y él ya se ocupará de hacerlo interesante sí o sí. Es algo que como digo no puede hacer cualquiera. Bana puede. Otro que puede es Liam Neeson. Lamentablemente no hay muchos así en el cine de hoy. Pero cualquier película que cuente con uno de estos dos tiene la mitad del camino andado.
El camino que recorre Líbranos del mal no es nuevo. Antes pasaron por esta misma senda películas como Fallen, con Denzel Washington (por cierto, a Washington se le aplica también todo lo que he dicho de Eric Bana y Liam Neeson), y El fin de los días, con Arnold Schwarzenegger. Entre las dos, Líbranos del mal está más cercana a la primera y es sin duda mucho mejor que la segunda. Tal como he dicho pueden añadir a la receta algunos momentos que tienen cierto aire al estilo de Seven, lo cual es todo un piropo para este tipo de producto, aunque en su desarrollo pleno se quede inevitablemente por debajo de la propuesta de David Fincher y se acerque más a Resurrección, de Russell Mulcahy, que era una especie de variante de Seven con logros muchos más modestos…
De manera que la película comienza, se van produciendo asesinatos, el poli Bana y su colega van investigando los casos introduciendo sutilmente algunas pinceladas de “peli de colegas” con el personaje de Joel McHale, entran en el zoo, visitan una casa aparentemente maldita en la que se producen fenómenos extraños, y van corriendo el velo de la realidad para entrar en lo sobrenatural. Esa primera parte de la trama funciona bastante bien y de hecho consigue meternos de lleno y con interés en lo que se nos va contando.
El asunto afloja cuando entra en escena el sacerdote interpretado por Edgar Ramírez y la esposa y la hija del protagonista. Tres personajes que instalan en esta fábula su parte más tópica, no sólo en la situaciones, sino también en casi todos los diálogos que afectan a esos personajes. Está claro que la película no es ni pretende ser El exorcista, va por otro camino, pero ese personaje de sacerdote que practica exorcismos debería haber tenido al menos la presencia y el poder dramático que lucía Anthony Hopkins en El rito, y no es el caso. Esa variante “enrollada” de “curita cañón” que nos propone la película es un flaco favor al sólido trabajo de Bana, pura caricatura metida con calzador que además protagoniza algunos momentos francamente absurdos y quemados como estereotipo puro y duro, por ejemplo la entrada en el bar para tomarse una copa y no-ligar con la moza que le tira los tejos. El personaje de poli abnegado y tipo duro de Bana también es puro estereotipo, ojo, pero como está bien defendido por el actor le toleramos incluso esos diálogos tontorrones con su señora esposa, personaje por cierto totalmente desdibujado, puro recortable, como la niña gritona.
A este punto negativo hay que añadir el esquematismo a que es sometido el desarrollo de los personajes de antagonistas. Como digo, hay momentos en que la película, que empieza muy bien, parece llegar a ser capaz de darnos una propuesta tipo Seven, pero uno de los motivos por los que finalmente no lo consigue es, además de la flojedad en el conjunto que introduce el personaje del sacerdote y la familia del protagonista, que no trabaja más y mejor la profundización en esos personajes de asesinos relacionados con el mal puro. Si los diálogos del sacerdote son puro esquema, palabrería sin verdadero impacto dramático, el esquematismo de los endemoniados perjudica claramente a la parte final del relato y el desarrollo del tercer acto con ese exorcismo que tampoco es especialmente terrorífico por comparación con otras secuencias de similar temática abordadas en el cine. Vuelvo a remitirme al ejemplo de Seven para que esto quede más claro: el papel final de encuentro con el mal debería aspirar a acercarse a lo conseguido Fincher a base de cultivar y cuidar esa construcción del antagonista desde los primeros pasos de su relato. No ocurre así con el personaje de Santino en Líbranos del mal, principalmente porque al final la interpretación del mismo se acerca más a la mera caricatura que a lo realmente inquietante. El mal primario y puro del que habla el sacerdote no llega a manifestarse realmente en la película, que no obstante es una variante interesante y muy entretenida de las tradiciones del relato de amenaza satánica.
Miguel Juan Payán
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