Crítica de Los perdonados
Crítica de la película Los perdonados
John Michael McDonagh filma una película de frialdad considerable, en la que el dramatismo queda lastrado por la artificiosidad que transmiten los personajes.
La novela original de Lawrence Osborne mostraba las contradicciones internas que experimenta un amoral y clasista dermatólogo británico, cuando debe afrontar el atropello mortal de un joven marroquí, mientras su entorno más inmediato le pide que olvide con rapidez y sin cargos de conciencia. Ese mensaje, condensado en concebir el mundo como un parque de atracciones en el que la diversión de los que más tienen no acepta la contemplación de los seres que deben subsistir en ambientes de pobreza excesiva, está presente en el metraje de la adaptación cinematográfica llevada a cabo por John Michael McDonagh. Un contenido de trascendencia social que en la película queda diluido bajo las máscaras constantes que ocultan la faz de los tipos que deambulan por la trama; tanto los adinerados y decadentes “infieles”, como los tribales y asfixiados habitantes de las dunas.
La acción de Los perdonados arranca con el viaje al norte de África efectuado por el dermatólogo David Henninger (Ralph Fiennes) y su esposa Jo (Jessica Chastain). El hombre acaba de padecer el descrédito profesional por un fallo mortal en el diagnóstico de una paciente, y ella intenta sobreponerse al hecho de que ha perdido la inspiración como escritora de libros infantiles. La pareja se dirige a la fiesta que organizan Richard Galloway (Matt Smith) y Dally Margolis (Caleb Landry Jones), para inaugurar su impactante mansión en el desierto del Sahara. Durante el trayecto, David, algo bebido, no hace más que discutir con su cónyuge. Cuando el médico se dispone a tomar un desvío, este no ve a un joven que intenta venderle un fósil, y lo atropella hasta causarle la muerte. Tras este trágico incidente, el mundo de los Henninger sufre un vuelco definitivo y determinante; y la excesiva decadencia y hedonismo de las jornadas que estaban ansiosos por disfrutar da paso a la asunción de una responsabilidad inesperada, que el dermatólogo nunca antes había experimentado de manera tan intensa.
John Michael McDonagh relata la transformación personal del rol que encarna Ralph Fiennes de una manera estática y contemplativa, como si se tratara de un estudio exento de emociones y sensibilidad. Tal fórmula consigue que la película sea percibida desde una perspectiva extraña y poco creíble, como excesivamente barroca y bastante estereotipada. Ninguno de los personajes consigue ir más allá de la máscara social que porta cada uno de ellos, aunque el papel de Fiennes sea el único que escape un poco de los márgenes deshumanizados que definen al resto de los sujetos que aparecen en la trama.
La inexistencia de un ritmo escénico y secuencial medianamente atrayente hace que el film caiga en un abismo de actitudes bastante manidas en las producciones británicas y estadounidenses relativas a millonarios sin escrúpulos, en las que se denuncia la insolidaridad de los que conciben el mundo como una fiesta continua.
No obstante, el mensaje de Los perdonados queda muy por debajo del proyectado por otras obras con similar componente de crítica social, como El gran Gatsby o El ángel exterminador; ya que McDonagh no logar ir más allá de la mera esquematización de las conductas de los individuos que protagonizan el largometraje.
Jesús Martín
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