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miércoles, noviembre 6, 2024
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Miles Ahead ****

Miles Ahead ****Gran interpretación y muy competente dirección de Don Cheadle en una buena película.

Seas o no aficionado al jazz, hayas escuchado alguna vez o no a Miles Davis, esta película te interesa. Te interesa como buen cine. Te interesa como perfecto modelo de lo que debería hacer el cine con los géneros y subgéneros, en este caso con el biopic: tomar sus claves esenciales, y partiendo desde las mismas, dinamitarlas para crear algo original e imprevisible, no sujeto a la dictadura de los tópicos del género. El biopic es el subgénero más maltratado por el cine porque es aquel en el que los cineastas se preocupan menos de romper sus reglas y más de seguir escrupulosamente, casi con arrobamiento, todos los estereotipos de la fórmula tal y como se aplicaban ya desde el cine mudo. Es un subgénero que no ha evolucionado nada y hoy sigue mostrando las mismas debilidades que lo han caracterizado durante toda su historia, especialmente su inclinación por acabar siendo un melodrama poco respetuoso con la realidad de aquellos personajes que toma prestados para convertirlos en marionetas de los tópicos e incluso desvirtuarlos.




Nada de eso puede aplicarse a este gran trabajo de Don Cheadle delante y detrás de las cámaras uno de cuyos más claros aciertos consiste precisamente en saber establecer una vinculación entre la manera de entender el jazz de Miles Davis y la manera de contar su historia en imágenes. La interesante fórmula de abordaje cinematográfico de la vida del protagonista y su tono cercano a la propia obra de Miles Davis es uno de los puntos fuertes de la película, que me ha recordado en ese sentido otra semblanza cinematográfica de otra figura esencial del jazz dirigida por Clint Eastwood en 1988: Bird, sobre la figura de Charlie “Bird” Parker. Ojo, son películas distintas, pero creo que Miles Ahead merece estar junto a la de Eastwood por calidad y porque, como aquella, ha conseguido ilustrar con coherencia algo tan difícil de plasmar en la pantalla como esa magia del jazz, convirtiéndose así en una especie de variación sobre la propia composición musical del intérprete que la habita así por partida doble.

Habrá quien piense, y algo he escuchado ya en ese sentido, que la película peca de cierta irregularidad en su ritmo, pero eso no es casual, sino buscado claramente por el cineasta para poner sobre la pantalla la propia identidad de Miles Davis como más como músico que como icono, lo que obliga al largometraje a desplazarse por el delgado filo de la navaja de la ruptura con estructuras previsibles y convencionales y revestirse de un arriesgado tono de experimentación que en algunos momentos puede pasar factura en lo referido al ritmo, aunque pienso que ese efecto merece la pena por la coherencia que impone en el retrato de la figura central del relato. El caos de la vida de Davis se filtra a la película arropada en las composiciones de su banda sonora y acompañando un astuto uso de la memoria como instrumento de información deformante que tiene entre sus principales aciertos no rendir bajuna y babosa pleitesía al genio por la vía más previsible, sino retratarle desde su lado más oscuro y torturado, que además resulta más interesante.

Miguel Juan Payán


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