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jueves, abril 25, 2024
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Monsters ***

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Me sorprende gratamente la aparición de Monsters en nuestro país en salas de cine, algo extraño en los tiempos que corren y más aún cuando la película no ha sido ningún taquillazo brutal en el resto del mundo ni tampoco viene auspiciada por una gran distribuidora que la coloque hasta en la sopa. Me sorprende, decía, porque cuando hay tantos y tantos estrenos con grandes repartos que se quedan por el camino y aparecen sólo en DVD en el mejor de los casos, que un film pequeño e independiente como Monsters llegue a nuestras pantallas, es un logro en toda regla.

El cine de invasiones alienígenas siempre ha estado a la orden del día. Ya sea con producciones de descarada serie B como Skyline, o con productos más cuidados y mejor presentados, aunque con el espíritu del bajo presupuesto también rondando a la película, como Cloverfield. Pronto tendremos Cowboys vs. Aliens, con más dinero y un reparto de campanillas. Los aliens siguen invadiéndonos todos los años, y si ya nos acercamos al mercado en DVD o producciones para televisión, incluyendo series, muchos son los ejemplos. Monsters es otra cosa.

En muchos sentidos, ciertamente. El primero porque es una película pequeña. Muy pequeña. No es que sea serie B, ni serie Z, es que tiene menos presupuesto (mucho menos), que un episodio para televisión americana. Mucho menos que una película española. Más que cine independiente es, como bien dice mi compañero Miguel Juan Payán, cine de guerrillas. Aquí te pillo aquí te mato, rodado con menos de 1 millón de dólares de presupuesto. Pero visto en pantalla parecen bastantes más.

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En ese sentido me recordó al verla a otra película muy barata que contaba con Andy Whitfield, el protagonista de Spartacus, al frente del reparto y que se llamaba Gabriel. Una producción australiana deudora de Dark City y Matrix, con Ángeles y Demonios, hecha con cuatro duros pero mucho curro y más imaginación si cabe aún. Y, sí, la ausencia de dinero se notaba, pero parecía haber costado muchísimo más. Lo mismo que en Monsters.

Vamos, que si nos dicen que tenían 20 millones de presupuesto, casi que te lo crees. Los monstruos aparecen de cuando en cuando, sí, más como una presencia siniestra que como una muestra física, pero llegamos a verlos claramente en varias ocasiones. Es más cuando sólo se les oye o cuando se intuye su presencia sin verlos cuando la película ofrece sus mejores momentos de suspense. Y los carteles, esos carteles que pueblan el mundo de Monsters anunciando cosas cada cual más inquietante.

Pero es que se han gastado menos de 10.000 dólares en presupuesto en efectos especiales, montaje… Comprando los mejores programas informáticos que había disponibles el director y un colega pasaron meses desarrollando las criaturas y demás y la verdad es que el resultado final es magnífico. Ya desde el principio, con esa escena de combate entre los soldados americanos y el calamar gigante, la cosa pinta muy pero que muy bien.

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Pero Monsters es también otra cosa porque no es una película de invasiones al uso. Es una historia de amor. Esa es la verdadera trama de la película. Dos desconocidos que cruzan juntos la zona infectada hasta llegar a suelo americano y se enamoran por el camino. Ella heredera de un imperio mediático y prometida, el un espíritu libre con un hijo de seis años al que apenas conoce. Entre ellos son casi más alienígenas que los propios extraterrestres. De eso trata Monsters en realidad. Una historia de amor con los aliens como telón de fondo. Y la verdad es que funciona a la perfección. Hay química entre sus protagonistas, quizá porque el director escogió a una pareja que también lo fuese en la vida real. O al menos eso ayuda bastante. Pero la historia está lo suficientemente bien hilvanada como para entender y seguir esa historia de amor con interés.

Y, por mucho que lo intenten ocultar, lo que estamos viendo es un remedo de Cloverfield. Se nota en el estilo visual, casi documental, cámara al hombro, con desenfoques incluidos… La cámara parece un personaje más que acompaña a la pareja protagonista. Se nota en el tema y en cómos e desarrollan los acontecimientos, como los enfrentamientos entre ejército y bichos o las evacuaciones. Y se nota en esa historia de amor, porque también era el romance lo que movía al protagonista de Cloverfield a atravesar ese Nueva York arrasado en busca de un ser querido.

La película por desgracia cae en varios tópicos que deben figurar en algún libro de guionistas anglosajones, como son la aparición de la guerrilla, el pueblo donde pasan la noche, los tenderetes de venta o hasta cuando regatean por los billetes. Mención aparte para la versión original de la película, donde la protagonista habla un excelente castellano, mientras él no se entera de nada.

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Quizá le sobra algo de ñoñez en el romance, a todas luces motivado porque la tragedia une mucho. Es una película romántica, y eso acaba pesándole a lo largo del metraje si lo que se espera es ver bichos por todas partes. Pero eso no quita que tenga diálogos por momentos geniales (la justificación que da él a ganar dinero haciendo fotos de desgracias ajenas). Sólo que algo más de acción, y presupuesto, le habría sentado genial a la película. Pero con los mimbres que tiene el resultado final es más que digno.

Tiene escenas muy jugosas que hacen que el suspense crezca y nos mantenga interesados, como ese inquietante viaje en el río, el ataque nocturno o el conmovedor final, abierto, hermoso y triste, pero la película no puede vivir sólo de momentos. Es buena, pero no es perfecta. Es conmovedora pero a veces se pasa de la raya. Tiene suspense pero no el suficiente. Es buena, y si tenemos en cuenta sus antecedentes, es una muestra de que no hace falta un enorme presupuesto para hacer una buena película de efectos especiales. El buen cine nunca ha necesitado mucho dinero para brillar.

Jesús Usero

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