Muere William Friedkin. Figura fundamental en el cine de los años setenta, primero a como prologuista de algunas claves que marcaron esa inolvidable década con Los chicos de la banda (1970) y luego aportando dos películas esenciales en la misma, The French Connection (Contra el imperio de la droga) (1971) y El exorcista (1973), William Friedkin falleció ayer, 7 de agosto, en Los Ángeles, California (Estados Unidos), víctima de insuficiencia cardíaca y neumonía cuando contaba 87 años.
Nacido en Chicago y conocido en el medio cinematográfico con el apodo de Huracán Billy, se definía a sí mismo afirmando que nunca había jugado según las reglas, y era consciente de que eso le había pasado una severa factura a su carrera en una industria como la de Hollywood, siempre refractaria a todo tipo de riesgos y adicta a jugar sobre seguro.
Sin embargo fue su ambición y esa capacidad para arriesgarse lo que le convirtió en una de las figuras esenciales en el principio de la etapa de cambio y renovación de los géneros que se operó en la industria estadounidense del ocio audiovisual a principios de los años setenta, aunque el éxito se le mostrara esquivo y fugaz después de esos trabajos que contribuyeron a cambiar el cine y con los que Friedkin consiguió el Oscar como mejor director por Contra el imperio de la droga y una nominación en esa misma categoría por El exorcista.
Su posterior divorcio con la taquilla y su desencuentro con la industria no fue motivado en absoluto por una decadencia creativa. Tras estrenar uno de los mejores documentales sobre cine de la historia Conversation with Fritz Lang (1975), una especie de viaje hacia sus fuentes de inspiración entre la cinefilia y la exploración de las claves de la creación cinematográfica en un memorable encuentro con el maestro que dirigió Metrópolis (1927) y M. El vampiro de de Düsseldorf (1931), rodó una de las mejores películas de los años setenta, Carga maldita (1971), encontrando su propio camino de la novela de adaptación de la novela de George Arnaud que ya había explorado previamente en el cine Henri-Georges Clouzot en El salario del miedo (1953).
Friedkin cerró su particular recorrido por la dorada década del cine que fueron los años setenta rodando A la caza (1980), una especie de réquiem para el cine setentero bañada por cierto aire funerario y al mismo tiempo premonitorio de las aspiraciones más idealistas de la misma, de una confianza pronto truncada en la posibilidad de desarrollar un cine comercial de calidad que al mismo tiempo expresara una capacidad de reflexión y denuncia de la realidad, aspiraciones que en los años ochenta iban a truncarse en formas menos poéticas y equilibradas y más truculentas y radicales, exacerbándose. Esta película de Friedkin puede parecer fallida frente a sus logros precedentes, pero ha ganado con el tiempo y es hoy título de referencia como entierro de las aspiraciones del cine de los setenta y aviso de las tendencias más comerciales escapistas y morbosas que partieron en los años ochenta precisamente a la caza el blockbuster inmediato e intentando repetir un impacto comercial en los estrenos de cada fin de semana, práctica que el propio Friedkin aplicó y con gran habilidad y talento al mismo tiempo parodió en esa reinvención de las claves que movían la narrativa de pesadilla urbanita cotidiana en Contra el imperio de la droga con otro título a recuperar entre lo más interesante de su filmografía, Vivir y morir en Los Ángeles (1985), que era al mismo tiempo una réplica socarrona sobre el fenómeno de moda en la televisión de la época, la serie de Michael Mann Corrupción en Miami (1984), en lo referido a la explosión de una nueva tendencia que otorgaba todo el protagonismo a lo visual sobre el contenido y una reivindicación de la recuperación del contenido dominante en su cine, la lucha del bien contra el mal y la verdadera posibilidad de corrupción que él mismo había explorado como motor principal de su narrativa en Contra el imperio de la droga y El exorcista, saltándose las fronteras del encasillamiento más básico en los géneros cinematográficos para refundarlos desde lo que en su obituario del director la revista The Hollywood Reporter ha definido como “Un profundo pesimismo que impregnaba su obra”.
Víctima de la industria para la que trabajaba tras esos aportes de riesgo a William Friedkin no le quedó otro remedio que adaptarse y diluirse en las tendencias dominantes del cine estadounidense de las décadas posteriores en lo que se podría calificar como su etapa de reciclaje, poniéndose al servicio de proyectos que siempre palidecieron frente a los mejores logros de la época dorada de su filmografía.
No obstante la mirada atenta del aficionado al cine aún puede descubrir interesantes ráfagas creativas alimentadas por una intensa amargura mirando desde el abismo de las ocasiones perdidas en películas fallidas como Desbocado (1987), La tutora (1990), Ganar de cualquier manera (1994), Jade (1995), que con menos éxito fue mejor película que aquella que la inspirara, Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992), Reglas de compromiso (2000) y The Hunted (La presa) (2003), una interesante variante tardía de Acorralado (Ted Kotcheff, 1982) en la que Benicio del Toro reconstruía el personaje de perseguido de Stallone con Tommy Lee Jones mimetizando su papel en El fugitivo (Andrew Davis, 1993).
Miguel Juan Payán
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