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domingo, noviembre 3, 2024
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NINE **

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La recreación en clave musical de las peripecias donjuanescas de Federico Fellini durante el rodaje de Ocho y Medio, no llega a cumplir las expectativas que había creado merced a su reparto de campanillas y arropada por la esperanza de que su director pudiera repetir el éxito que le acompañó en Chicago.

En mi opinión el pinchazo no es responsabilidad de sus actores, desde luego no lo es de su protagonista, Daniel Day Lewis, que como siempre está por encima de lo esperado y no se limita a cumplir con su tarea, sino que se recrea en la suerte entregándose a la creación de un personaje con un trabajo que supera, de largo, el que hiciera Richard Gere para Chicago. Tampoco puede achacarse el pinchazo a las actrices que se van pasando el relevo en los números musicales de la trama, aunque a decir verdad llama la atención que sea la más veterana de todas ellas, Judi Dench, la que finalmente, y junto con la cantante Fergie, escape mejor de ese encuentro con la canción a que se han visto sometida todas las féminas de la película. Penélope Cruz tiene un número imposible, que defiende con lo mejor de su talento como actriz, más justa en la voz que en la interpretación, todo hay que decirlo, pero inevitablemente queda superada por su antagonista dentro del relato (ella es la amante, la otra es la legítima esposa), Marion Cotillard, que en su papel como clon de Giulietta Massina tiene un número final demoledor muy similar en algunas de sus claves (y superior) al que protagoniza la española en la apertura del desfile de aportaciones canoras de las féminas de la historia. Ellas son los dos polos entre los que se mueve la película, que para ser francos deja las contribuciones de Nicole Kidman y Sofía Loren en meras anécdotas. Ambas dos, pero especialmente la segunda, se muestran particularmente acartonadas en sus aportaciones musicales, como si hubieran sido fichadas más como mascotas o adornos que como participantes activas de la misma. Puedo disculparlo en la Kidman, que al fin y al cabo encarna a una réplica de Anita Ekberg, esa diva del cartón piedra erótico festivo construido magistralmente por Fellini en La dolce vita. La propia Nine incluye una escena en la que, quitándose el postizo del pelo, Kidman/Ekberg se queja de que el director nunca la conoció, y por tanto tampoco la mostró, como algo más que cartón piedra erótico festivo para alimentar la libido de la audiencia. Opino no obstante que la protagonista de Moulin Rouge merecía estar mejor aprovechada por el director para esta película. Pero el asunto es peor en el papel de la Loren, que es nada menos que el de la madre del protagonista y requería una emotividad y una capacidad para ganarse la complicidad del espectador del que carece totalmente el trabajo de la veterana diva.

No se me ha olvidado Kate Hudson, cuyo número es el más movido de una colección de temas musicales que, para ser sincero, me gustan bastante menos que los de otros musicales, incluyendo por supuesto Chicago. La canción que interpreta es la más pegadiza de la discutible selección de temas que ha pasado a la versión cinematográfica desde el musical original, sobre la que habría mucho que hablar, del mismo modo que me parece un error que de todo ese número los responsables de la distribución en España hayan elegido para la promoción en televisión los gritos: ¡Guido! ¡Guido! ¡Guido!… que no son precisamente lo mejor del tema y el número, sino más bien todo lo contrario. El número de la Hudson es un buen termómetro de por dónde y cómo respira toda la película. Ella se esfuerza y cumple, pero no tiene la culpa de estar subida a lomos del tópico, como el resto de la película, que se inicia con una frase del protagonista sonrojantemente ingenua por ser un topicazo desmañado, filosofía de urinario escasamente ventilado por la realidad pero no obstante con irrisorias pretensiones intelectuales. Nos dice el protagonista más o menos que las películas son sueños hasta que empiezan a rodarse, y que luego sólo un milagro en la sala de montaje puede conseguir que parte de ese sueño se pueda recuperar.

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De manera que el verdadero problema de Nine no son ni sus actores, ni su dirección, que tiene algunos momentos afortunados, sin llegar a ser brillante, por ejemplo en todo lo que rodea al personaje de Marion Cotillard, lo mejor de todo este recargado puzzle argumental. El problema es una falta de base en torno a los personajes que se hace notar especialmente porque advertimos los lugares comunes con otros musicales que se repiten como una fórmula agotada y un puntito agotadora sin aportar nada nuevo en esta ocasión. Le falta a Nine el vigor y  el humor y el poder de seducción que tenían algunos momentos de Chicago, por ejemplo el número de las chicas condenadas del corredor de la muerte, sin equivalente posible en esta ocasión, como no sea por el Be Italian, la recreación del personaje de la mítica Saraghina que borda Fergie, por otra parte sin contar con el respaldo visual que merece en la planificación y la puesta en escena. Atreverse a clonar el momento de encuentro con Saraghina que ya mostró el propio Fellini no peca tanto por osadía como por su flagrante falta de intrepidez.

Todo queda muy descafeinado, como si les diera miedo dar dos pasos más allá para no ofender a la memoria mítica del maestro italiano, es decir, por no incordiar al icono, no tanto por miedo a enfangar la memoria del cineasta o del hombre.

Así les queda un espectáculo antes discordante y verbenero que provocador y atrevido, eso sí, con muchos gritos como los de ¡Guido! ¡Guido! ¡Guido!

Y con mucho tópico sirviendo como lastre del relato, que en otras manos y contemplado como bajada a los infiernos del protagonista, podría haber sido muy interesante.  Cuando le liberan de la pleitesía a las fórmulas más repetitivas y pedestres del musical, Daniel Day Lewis sirve ese plato con su habitual eficacia y algunos toques interpretativos de auténtico maestro, rescatando lo que con otro actor y sin Judi Dench, Fergie y Marion Cotillard en el reparto corría el riesgo de convertirse en un tostón infumable.

Miguel Juan Payán

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