Salir de una sala de cine después de ver Origen (Inception), supone una carga de sensaciones peculiar, porque necesitas contárselo a la gente y discutir la experiencia, pero no puedes decírselo a nadie y además necesitas procesar lo que has visto con calma y con otro visonado. Lo que parece evidente es que nos encontramos ante una de las películas del año por diversos motivos y la confirmación de que Christopher Nolan es uno de los mejores directores de su generación, sino el mejor, capaz de elaborar mundos desde la nada, mezclando referencias visuales y argumentales con una pasmosa facilidad.
Hay en Origen un poco de todo en su justa medida y mezclado con sabiduría, y nos sirve para entender mejor las claves del cine de ese genio británico. Un reparto espectacular, conducido por un soberbio y contenido diCaprio, pero en el que no falla ni uno sólo de los actores. Una paciencia infinita y un gusto exquisito por el detalle (Nolan no emplea directores de segunda unidad, todos los planos de sus películas los dirige él mismo en persona).
Digamos que el mundo de los sueños es más coherente en las manos de Nolan y que la película posee una fuerza visual pocas veces vista en una pantalla de cine en los últimos años. Es como si a un guión independiente le diesen 200 millones de dólares de presupuesto y supiese en qué emplearlos. Además, muy importante, algo casi olvidado. Aquí no se nos da todo mascadito. El director confía plenamente en la inteligencia del espectador y nos deja a nuestro aire para que saquemos conclusiones. Y se agradece. Y lo mejor es que es compleja, pero no aburre en ningún momento. Es entretenidísima y tiene un clímax que te deja sin aliento.
Cuando llegue el momento hablaremos largo y tendido sobre esta pequeña gran pieza de orfebrería que debería ser vista por todo el mundo.
Jesús Usero
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