Una dura y lúcida mirada a la realidad que analiza el abuso de menores. Pero la película no se queda sólo en ese mimbre que daría para construir el más duro de los dramas, la película se sitúa como un observador vital de un grupo de policías que investigan este tipo de casos, de los más terribles de la sociedad en la que vivimos, y cómo su trabajo afecta a su vida y sus relaciones. El fresco que se genera así es una pieza que hace sonreír al mismo tiempo que produce escalofríos, no mostrando los crímenes que se cometen en sí, sino centrándose principalmente en las personas que investigan dichos crímenes, en sus reacciones, su pasión por su trabajo y las miserias a las que se enfrentan cada día.
Un abuelo que abusa de su nieta, o quizá ella lo inventa todo, una barriada marginal llena de niños en condiciones deplorables, una mujer que usa métodos tristísimos para dormir a sus hijos, una chica que ayuda a sus amigos a violar a su amiga, chicos huidos de casa… Todo tiene cabida a través de estos policías que interrogan, cuestionan y buscan el modo de reparar un daño a veces demasiado terrible. Rodado con un estilo documental que le sienta de perlas a la película, la mezcla de drama y humor cotidiano, nunca trivializando situaciones terribles, provoca un realismo aún mayor en la película, lo que hace que a los pocos minutos estemos enganchados a la misma, aunque el hilo conductor, la historia no esté muy clara desde el principio.
Quizá ante todo porque las historias que rodean la vida de estos policías son realmente el hilo conductor. Los problemas en el divorcio de una de ellas, la fotógrafa del ministerio que realiza un reportaje sobre la unidad policial, el exceso de celo profesional de otro, la anorexia de una tercera… A todo ello se suman sus problemas en el trabajo, la falta de presupuesto, la dureza de lo que ven a diario. Es perfecto como ejemplo el caso de la mujer desequilibrada que roba a un bebé. Así comienza una búsqueda en la que no hay coches suficientes para el equipo y concluye con una escena imprevista para el espectador y completamente brutal en la puerta de una tienda. Simplemente brillante. Llegando incluso más allá de lo esperado, con la charla con el padre musulmán por ejemplo. Sin miedo. Sin temor a lo políticamente correcto.
Hay que tener estómago y a más de un padre se le puede atragantar la cena al comprender la clase de monstruos que habitan nuestro mundo y no en callejones oscuros, sino muchas veces en la habitación de al lado. LA película no busca el morbo, pero su temática no es la más fácil de asimilar del mundo. Y a veces una narración verbal de un hecho, desprovista de emoción, afecta más que ver el hecho en sí. La directora y actriz Maiwenn consigue con su labor un trabajo real, cercano, a veces oscuro, otras luminoso, sobre un trabajo tan duro y terrible como los crímenes que se investigan. Quizá la presencia de algún rostro excesivamente popular, como el italiano Riccardo Scamarcio le resta frescura al relato. Y la duración se le va un pelín de las manos. Pero es una película tan necesaria como dura, digna ganadora del premio del Jurado en Cannes.
Jesús Usero
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