Navega a la sombra de Seven pero no llega a alcanzar el nivel de la película de Fincher.
Tejida a imagen y semejanza de Seven, de la que inicialmente su primer borrador de guión la señalaba como secuela, Premonición tiene su mejor aliado en un reparto que claramente se eleva por encima del nivel del tópico guión. Anthony Hopkins no está a nivel de Silencio de los corderos, pero cualquier película que lo tenga como protagonista, en lugar de cómo secundario estrella, que es lo más habitual en las producciones en que participa el actor en los últimos tiempos, cuenta a su favor con un factor a tener muy en cuenta para hacer que el público permanezca interesado por lo que se cuenta en la pantalla. Hopkins hace interesante un papel que es en realidad una colección de tópicos y además queda tocado casi desde el principio por un rebuscado tono de ambigüedad tanto más artificial por cuanto nace de un complejo de emulación de lo planteado en Seven, en lugar de buscarse un camino propio para plantear alternativas válidas a las propuestas de aquel otro largometraje. Ese lastre ataca también al resto de los personajes, si bien es menos lesivo para los que interopretan Jeffrey Dean Morgan y Abbie Cornish, ya que éstos son sólidos personajes secundarios de acompañamiento que ejercen con solvencia su función en el relato, haciendo lo posible por darle personalidad a los tópicos con los que han sido concecibidos.
Peor lo lleva el personaje de Colin Farrell, en mi opinión el que sale peor parado de todo este elenco en lo que se refiere a su choque con la tendencia al postureo del guión. Lo que ocurre con ese personaje es aún más llamativo porque claramente es el más interesante de todos los que aparecen en la película, por mucho que sea al mismo tiempo el peor desarrollado, aquél al que se le da menos tiempo en el relato para desplegar todo su potencial, de manera que queda castrado de algún modo, y no por incompetencia del actor, sino precisamente por una especie de precipitación a la hora de resolver la intriga y un mal reparto del protagonismo en toda la película, que claramente debería haber sido bicefálico, esto es: un mano a mano entre Hopkins y Farrell. Sin duda era mucho más interesante, y era lo esperado por buena parte del público, ver ese duelo de los dos actores. Pero sorpresivamente el guión y la película operan de otro modo, otorgándole a Hopkins un protagonismo algo dubitativo que sólo el talento del actor consigue hacer más sólido, mientras le hurta al papel de Farrell una participación más amplia en el relato convirtiéndole en una especie de espejismo de sorpresa final que deja claro que ni el director ni los guionistas aprendieron correctamente las muchas lecciones de cine de intriga que propusieron en su momento las que siguen siendo dos reinas indiscutibles en el subgénero de los asesinos en serie, El silencio de los corderos y Seven.
Fallida película, fallido intento de de replicar la fórmula de sus hermanas mayores, sostenido intermitentemente por la competencia de su reparto.
Miguel Juan Payán
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