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viernes, abril 26, 2024
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Robin Hood ★★★★

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Crítica de la película Robin Hood

Robin Hood es un gran ejercicio de cine al estilo clásico, una buena película, pero que nadie piense que va a ver Gladiator 2. No es el caso ni tendría sentido alguno que lo fuera. De hecho, como película, opino que ésta es mejor que Gladiator, porque está más compensada en el desarrollo argumental.

Ridley Scott vuelve a demostrar su absoluta maestría a la hora de manejar los aspectos visuales de la narración, hasta el punto de que en esta película vuelve a proporcionarnos algunos momentos mágicos de recreación de ambientes que ya le hemos disfrutado en títulos como Los duelistas, Alien, Blade Runner

Por otra parte su visión del personaje de Robin Hood encaja a la perfección con esa especie de reescritura moderna del género de caballeros sin caballeros, dando protagonismo a los Sancho Panza antes que a los Quijotes, por decirlo de algún modo. Es coherente con los tiempos que hoy vivimos, y supera intentos precedentes en ese mismo camino, como Destino de caballero, escrita y dirigida por el guionista de esta revisión del mito de Robin Hood, Brian Helgeland, o El reino de los cielos, dirigida por el propio Ridley Scott. Si nos fijamos esa tendencia ya aparecía también en El señor de los anillos, donde un montaraz, Trancos, se revela como el heredero de la corona Aragorn, y además la misión de destruir el Anillo Único corresponde a un aparentemente insignificante Hobbit ayudado por su amigo, un hombre del pueblo, cuya odisea era un homenaje, según explicó el propio J.R.R. Tolkien, a los suboficiales que habían salvado tantos pellejos de oficiales en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.

Como dice el refrán: unos cardan la lana y otros llevan la fama. La película de Scott va un poco de todo eso, de cómo un soldado más o menos corriente, Robin, que no pasa de arquero en el ejército del mitificado rey Ricardo Corazón de León, acaba teniendo un papel que le pone a la altura de reyes, príncipes y demás fauna “de alcurnia”…

Es una historia de “hombre hecho a sí mismo”, de ésas que tanto le gustan a los norteamericanos, pero sin toda la fanfarria que acompaña este tipo de fábulas mitificadoras del American Way of Life. De hecho, hay una escena clave que puede pasa desapercibida por breve, pero es fundamental y por eso quiero destacarla: el encuentro de Robin con sus compinches en la aldea mientras pasea con Lady Marian, y el gesto de Russell Crowe desde el caballo cuando sus colegas de trinchera se mofan de él saludándole como Sir Robin….

Es uno de tantos momentos que explican lo que me parece más elogiable de cómo ha trabajado Ridley Scott el abordaje de esta historia, que vuelve a ser uno de sus cuentos de hadas (todas las películas de este director tienen mucho que ver con los cuentos de hadas, pero siempre desde un punto de vista desmitificador, más cercano): la atención al detalle.

Allí donde Gladiator pecaba de excesiva y grandilocuente (y precisamente por eso nos entusiasmaba, como los fastos del propio imperio romano, esto es, en total coherencia con el mundo  que recreaba en aquella ocasión), aquí encontramos justo lo contrario: un ejercicio de modestia narrativa y expresiva que no hace especial hincapié en nada y trata los momentos de violencia desnudándolos de toda tentación épica. Esto se advierte incluso en el trabajo de acompañamiento musical. Y profundizando levemente en la época que Scott ha elegido recrear para la pantalla en esta ocasión nos daremos cuenta de que eso es otro ejercicio de coherencia muy propio de este director que bien merece el calificativo de perfeccionista.

Por eso he dicho también que en muchos aspectos esta película está más cerca de Los duelistas que de Gladiator, y como afirmo al principio, por eso opino que como película, esto es, como obra cinematográfica, es mejor que Gladiator, aunque  sea menos visceral y yo me lo pase como un crío cada vez que veo aquella.

Un ejemplo de ello es cómo desarrolla la historia de amor entre los dos protagonistas, que es el hilo conductor de toda la historia (la película empieza y termina con Lady Marian) y despierta lejanos ecos de aquella gran película protagonizada por Sean Connery y Audrey Hepburn, Robin y Marian (la versión de cartel que encabeza este texto refleja ese protagonismo bicéfalo a la perfección). Scott desarrolla el romance con leves pinceladas que reparte por la trama cuidadosamente, a veces simplemente con una imagen, como si fueran pequeñas miniaturas dentro de la trama general que no frenan las varias intrigas llamadas a desarrollarse simultáneamente en un guión ciertamente denso, algo complejo, en el que a Helgeland se le ha ido un poco la mano y que muy posiblemente, como sugiere mi colega y amigo Jesús Usero, requeriría mayor metraje. Veremos si, como ocurrió en Gladiator, algunas cosas quedan más o mejor explicadas en los extras del DVD (recuerden que en aquella los extras nos dejaron más claro el segundo cambio final de bando del lugarteniente de Máximus, Falco, y por qué estaba tan mosqueado con el emperador a consecuencia de la ejecución de unos colegas), pero en todo caso creo que en Robin Hood Scott hace un buen uso de la elipsis y cuenta todo lo preciso sin dejar personajes o situaciones a medias.

Por otra parte, tengo claro que Robin Hood es más madura que Gladiator en su planteamiento, en justa correspondencia con el tema que trata, que bien podríamos explicar como el papel de los don nadie, de la gente común y corriente, en los grandes acontecimientos históricos. Para explicarme mejor tengo que revelar aquí información del desenlace, de manera que aviso, en letras grandes, que empieza el Spoiler y recomiendo a quienes no hayan visto la película que se salten este párrafo. Podríamos mirarla también como la típica historia de éxito en la que el protagonista medra hasta una posición social superior, pero no deberíamos olvidar que, aún iniciando así su camino para convertirse en leyenda, acaba viviendo como un forajido en un bosque, dicho sea de paso un desenlace que algunos pueden caer en la tentación de calificar como demasiado “feliz”, pero que en todo caso está tratado por el director, tanto en el texto del diálogo de Cate Blanchett/Lady Marian como por la parte visual, como una especie de utópico cuento de hadas del que al mismo tiempo el director consigue revestir de un aire de provisionalidad, de algo que está sujeto con pinzas, como un castillo de naipes que en cualquier momento podría desmoronarse.

Miguel Juan Payán

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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