Crítica de la película Rompe Ralph.
La película más friqui del año y una de las más divertidas. Riza el rizo de la sátira homenajeando con talento los videojuegos.
Doble o triple homenaje repleto de guiños es lo que nos ofrece Rompe Ralph, un dibujo animado que no se contenta con quedar confinado en el corral del entretenimiento y la evasión sino que además planta la semilla de la reflexión sobre cómo somos y cómo nos divertimos a través de su uso extremo de los tópicos. Convertidos en maleables construcciones de humor, los arquetipos básicos del cine de nuestros días se encuentran, o más bien chocan, se dan de narices, con un sencillo y no obstante entrañable homenaje a las formas de videojuegos ya descartados. Considerando la paradoja de que el argumento nos hable de las etiquetas, las apariencias que engañan, la redención y el derecho a cambiar precisamente volviendo su mirada a las formas de entretenimiento primarias del videojuego no deja de ser un buen recurso de humor particularmente sarcástico. John C. Reilly, ese gran actor habitualmente relegado a papeles de reparto, encuentra en el encargo de ponerle a Ralph una ocasión perfecta para lucirse, dando vida a un personaje que tanto por el argumento como por el tono de la historia recuerda en muchos momentos al célebre ogro Shrek antes de ser totalmente pervertido por la sobreexplotación comercial, esto es, en la primera y mejor entrega de sus aventuras cinematográficas.
Sólo con estos elementos la película sería ya un bocado apetecible, especialmente para los amigos de la animación, que tienen cita obligada con ella, pero además para cualquier otro aficionado al cine, le guste o no la animación, Rompe Ralph incluye un notable diseño visual que hace gala de originalidad casi en cada plano, apoyando la historia de cambio de Ralph con una amplia gama de sorpresas que consiguen retener la atención de los más pequeños de la audiencia al mismo tiempo que tratan con respeto a los adultos por el sencillo procedimiento de plantear alternativas sorprendentes al relato.
Esa mezcla de creatividad e imaginación hacen del cóctel de imágenes de Rompe Ralph una compañía perfecta para un argumento que esconde la misma carta marcada infalible para meterse a la taquilla en el bolsillo de la que vienen haciendo uso todas las producciones de dibujos animados que han sacado a este tipo de cine del gueto del producto infantil para convertirlo realmente en un producto para todo tipo de público incluso adolescente o adulto. Me refiero a títulos como Toy Story, la citada Shrek, ice Age, Buscando a Nemo, etcétera: bajo una trama argumental aparentemente inofensiva que cualquier niño puede consumir, lo que podríamos llamar el caramelo visual, nos encontramos una capa de sátira que pone en solfa nuestra sociedad a través de los entretenimientos que nos definen como colectivo claramente desorientado y con la moral en crisis.
Los personajes que habitan Rompe Ralph, empezando por el que da título a la película, son una fauna interesante porque en su calidad de arquetipos nos reflejan a la perfección en una u otra de nuestras neurosis individuales y colectivas. Añadan a eso que se mueven en un mundo de reglas que nos plantea como espectadores el reto de ir desentrañando las claves de los juegos a medida que la trama progresa, en una especie de juego que mezcla la deducción con la adivinación y tiene mucho de la forma en la que en el pasado nos enfrentamos a este tipo de juegos, que como corolario de lo anterior, son sólo en apariencia y nunca en la realidad más sencillos que los que hoy llenan las estanterías de la habitación de los niños y jóvenes. La sencillez oculta en este caso la complejidad, como ocurre con el personaje del propio Ralph.
Conclusión de todo lo anterior es que por debajo de la que me atrevería a decir que es la película más friqui del año, muy motivada a la hora de hacer guiños sobre las distintas variantes de ocio y los disparates con los que nos venimos divirtiendo desde hace décadas, se oculta una poderosa vocación de análisis de la evolución de los videojuegos en estas épocas que los han convertido en el objeto de ocio favorito de varias generaciones, superando en recaudación incluso a la música y el cine. Lo interesante de la película es que como he dicho al seguirle la pista a esa evolución de este producto de ocio, de manera hilarante y divertida repleta de gags humorísticos, Rompe Ralph nos está hablando también de cómo éramos y cómo hemos cambiado, afinando de paso la puntería, como debe hacer toda buena comedia, para disparar contra todo aquello que nos molesta saber de nosotros mismos pero en todo caso es necesario que reconozcamos como deficiencias de nuestra sociedad y nuestra personalidad.
Ese malo cansado de ser siempre malo es una metáfora perfecta del agotamiento de los arquetipos más convencionales y las etiquetas más sencillas como forma de entender el mundo y la vida. Dicho de otro modo: los malos que son siempre malos y los buenos que son siempre buenos ya no son suficiente para ayudarnos a explicarnos y tratar con nuestra existencia como individuos y como colectivo. Lo que viene a decirnos Rompe Ralph, en definitiva, es que ha llegado el momento de cambiar y buscar otros caminos, algo que los artífices de la película han hecho a la perfección, dándonos una joya de entrenamiento que sin asomo alguno de petulancia nos proporciona al mismo tiempo muchas cosas en qué pensar cuando salimos del cine tras habernos pasado un buen rato sumidos en la aventura y en las risas.
Miguel Juan Payán
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