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sábado, julio 27, 2024
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El cuerpo ****

El cuerpo ****

El cuerpo, intriga de calidad, buen reparto y un esmerado trabajo de guión. Un laberinto que viaja del terror al suspense.

Un largometraje notablemente competente como producto de evasión que empieza adornado con claves visuales propias del género de terror utilizadas como punto de arranque y anzuelo capaz de dejarnos enganchados a la resolución de su enigma. Bien servida de reparto, con un cuarteto protagonista (Belén Rueda, José Coronado, Hugo Silva y Aura Garrido) que encajan a la perfección como piezas de un puzzle continuamente sometido a cambios en el que nada ni nadie es lo que parece en un principio, por mucho que el relato vaya sembrando pistas para el espectador. Uno de los aciertos de la película es precisamente su osadía a la hora de jugar con el espectador en la mejor tradición del suspense concebido como género en sí mismo por Alfred Hitchcock. Oriol Paulo, director y también guionista, asociado en esta segunda parcela con Laura Sendim, no duda en implicarnos en su trama como parte activa de la estructura narrativa de su película, que parte de la base esencial de que el público acepte el reto de intentar adelantarse a los acontecimientos desentrañando el enigma al que se ve enfrentado el policía interpretado por José Coronado. Al dirigir nuestra mirada en primer lugar a través de la del personaje de ese policía, consigue que entremos en la trama armados con todos los prejuicios que acompañan a éste en contra del principal sospechoso, el personaje interpretado por Hugo Silva. Pero a su vez éste segundo protagonista de la trama tiene su propia historia que contar, un relato en el que el guión se luce introduciendo no sólo una, sino dos historias de amor. Una de esas historias de amor es contemporánea e introduce en la estructura narrativa general más propia de Hitchcock una clave de “amour fou” existencial y fatalista como el que marca las mejores tramas de intriga del cine negro francés, el “polar”, en títulos como Las diabólicas (Henri-Georges Clouzot, 1955), Ascensor para el cadalso (Louis Malle, 1958). La otra está construida con una colección de astutos flashbacks en los que el guión de Paulo y Sendim aprovechan para presentar el personaje central de toda la trama, el cuerpo propiamente dicho, que no es otro que el de Belén Rueda, que introduce una tercera variante de las intrigas cinematográficas clásicas: el cine negro. La empresaria adinerada, alocada, imprevisible que interpreta Belén Rueda reúne en su persona elementos de mujer fatal que nos recuerdan varias películas del género, como Laura (Otto Preminger, 1944) a La mujer del cuadro (Fritz Lang, 1944), con las que esa femme fatale salida del pasado comparte la cualidad fantasmal y ubicuidad inquietante, apareciendo y desapareciendo de la acción como una creación salida de los sueños más que de los recuerdos de los protagonistas. El papel le viene como anillo al dedo a Belén Rueda, que luce su talento como actriz al mismo tiempo que su cualidad para desplegar una cierta aura de estrella en el mejor sentido de dicho término, aportando un aire de glamour de cine negro a este coctel en el que también ejerce competentemente como eco de las heroínas rubias del cine de Alfred Hithcock. Su personaje es la aportación casi freudiana, heredada de la obsesión por el psicoanálisis que siempre marcó el cine negro norteamericano en su etapa clásica. Actúa como materialización de la culpa de ese villano con el que acabamos empatizando a medida que progresa la trama y acaba convirtiéndose en víctima de sus propias maquinaciones.

El cambio de polaridad protagonista/antagonista es una de las mejores aportaciones de esta construcción de intriga, en el que casi todos personajes acaban siendo al mismo tiempo héroes y villanos y donde el director consigue ponernos en el pellejo de todos ellos en un momento u otro del relato, lo cual sin duda facilita que participemos más directamente como espectadores en la historia, que por otra parte presenta una evolución muy curiosa desde las claves del cine de terror a los recursos del cine de suspense.

Un buen trabajo de puesta en escena, un ritmo que no decae y no deja de aportar nuevas informaciones y puntos de vista de los cuatro protagonistas implicados en el enredo, y una resolución final que forzosamente sorprenderá a la mayoría de los espectadores, a los que el director consigue convertir en detectives aficionados entregados a resolver el enigma, son las mejores bazas con las que cuenta esta completa y muy sólida propuesta de cine de intriga para ganarse un hueco en la taquilla para cerrar un año en que el cine español de género ha sido bastante interesante pero sigue necesitando apuntarse un tanto claro en lo referido a recaudaciones. Este trabajo de Oriol Paulo tiene suficientes elementos a favor como para ser ese título que demuestre que el cine español está recuperando el respaldo de sus propios espectadores.

Miguel Juan Payán

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