Es curiosa la forma en la que Sam Worthington está desarrollando su carrera desde que saltó a la fama gracias a su papel en Terminator Salvation y más tarde al megataquillazo de Avatar. Mientras otros hubiesen preferido hacer carrera con esos títulos y seguir en esa línea por un tiempo, Worthington ha preferido mezclar papeles en grandes superproducciones, como Furia de Titanes y su secuela o las nuevas entregas de Avatar, el actor ha procurado aparecer en toda película que se le ha puesto a tiro, incluyendo remakes en clave de thriller, como The Debt, o pequeñas películas independientes como Sólo una Noche.
Puede acertar o equivocarse, pero ni pare3ce dispuesto a encasillarse por el momento, ni creo que tenga vacaciones en mucho tiempo, si tenemos en cuenta que tiene pendiente de estreno en nuestro país cinco películas de aquí al próximo año. Eso sin contar que fue uno de los protagonistas del juego más vendido de la historia, Call of Duty: Black Ops. Vamos, que no se duerme en los laureles y le hinca el diente a todo lo que pasa por delante de sus narices. En este caso un drama sobre las relaciones entre parejas.
La práctica totalidad de la película se reduce a lo que sucede una noche. Una pareja, a la que dan vida Keira Knightley y Worthington, se enfrenta a una posible infidelidad por ambas partes cuando él tiene que hacer un viaje de negocios con una nueva compañera de trabajo muy atractiva (Eva Mendes), y ella se queda en Nueva York y se reencuentra con un amor del pasado (Guillaume Canet). Esas dos historias corren en paralelo para mostrarnos las debilidades de una pareja que quizá cometió un error al casarse, o quizá no.
Y lo hace con un estilo que es una mezcla de Closer y Lost in Translation, con mucho de la primera y el presupuesto y limitaciones de la segunda, pero ni su brillante sentido del humor ni la calidez de su historia ni la certeza con la que describe los personajes… Intenta acercarse a la brillantez de la película de Sofia Coppola al hablar de una crisis de pareja, pero acaba por dejar de lado lo que realmente importa, los personajes, para centrarse en las imágenes supuestamente profundas y una serie de diálogos que bordan lo pretencioso y son bastante ingenuos.
Cuesta mucho ponerse a ver Sólo una Noche sin mirar el reloj cada pocos minutos y preguntarse cuándo va a suceder algo que haga avanzar la historia. Cuando va a ponerse en funcionamiento la trama. Los personajes deambulan por los diversos decorados sin un rumbo y con muy poco que decir realmente, o diciéndolo de una forma cargante y recargada que no ayuda nunca. Es una historia que pretende ser más grande que la vida y hablarnos de todos nosotros, de lo que llevamos dentro. Pero lo intenta con demasiadas ganas y se deja llevar por lo que parece profundo, no por lo que realmente lo es. Es decir, que hay muchos cigarrillos fumados con la mirada perdida y lánguida, pero pocas escenas que realmente describan a los personajes. O hagan avanzar la historia.
La sensación que queda durante la mayor parte del metraje es que no nos encontramos ante una película, sino ante un cortometraje o un mediometraje alargado hasta la extenuación. Y que los noventa minutos de duración de la película se hacen demasiado largos porque no hay una película, una historia de verdad a la que agarrarse, sino un par de fragmentos que no dan para más. Y tanta mirada perdida y tanto fumar en la ventana sólo sirven para rellenar los huecos y alargar la cosa.
No creo que nadie que haya visto la película no haya pensado en varias ocasiones que ojalá empiecen a pasar cosas. Que no pueden quedarse parados hablando más tiempo. Que tienen que actuar y ser infieles o no serlo, pero hacerlo ya. Suplicando porque pase algo de verdad, el metraje avanza y las cosas sólo suceden cuando quedan menos de 10 minutos para que termine la película. Un tostón, la verdad. Y un desperdicio de actores. Alguien debería explicarle a la directora que existe una cosa llamada elipsis. Y otra llamada humildad.
Porque esa es otra, encima se dedica a juzgar a los personajes. Los pone en una situación extrema y, cuando lo inteligente sería dejarnos sin saber qué ha sucedido realmente o sin saber lo que puede deparar el futuro, lo que hace es mostrar algo y hacerlo con moralina, con remordimientos de conciencia, lágrimas y descubrimiento de la mentira. Señala con el dedo y dice “pecar es malo, chicos, luego te arrepentirás y pagarás por lo que has hecho”. Y todo el mundo sabe que, la mayoría de las veces, las cosas no son así.
Así que si gustan de moralina… La película está bien servida. Como lo está de talento por parte de sus cuatro protagonistas. Sólo por ellos merece la pena ver la película, por los matices, los gestos, los acentos (ojo a la versión original y los cuatro acentos de cada actor), la sutileza y la contención. Aunque la química entre Mendes y Worthington es discutible mientras que la de Canet y Knightley es brutal. Culpa del guión, que se preocupa más de la segunda historia. Los actores levantan la función siempre que pueden, y algunos pequeños detalles brillantes de la película, despiertan el interés del espectador por unos minutos (la cena con Griffin Dunne, Knightley cambiando de acento para que un contestador telefónico le pase con una operadora porque parece que no entiende su acento británico…). Pequeños retazos de lo que podía haber sido y nunca fue.
Esa es la gran desgracia de la película, a fin de cuentas, lo que pudo ser y no fue. Una historia a priori interesante, unos protagonistas de lujo, una ciudad como Nueva York… Pero la suma de las partes es menor que las partes por sí mismas. Le falta el alma que tenía Lost in Translation.
Y le sobra ser tan pretenciosa y ñoña, la verdad. La gente va al cine a entretenerse.
Jesús Usero