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martes, diciembre 10, 2024
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Splice, Experimento mortal ****

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La ciencia como amenaza es uno de los temas recurrentes del terror y la ciencia ficción desde que Mary W. Shelley diera con la clave del asunto con su novela Frankenstein, pero Vincenzo Natali consigue darle otra vuelta de tuerca más al tema con Splice, experimento mortal jugando la baza de multiplicar por dos el número de científicos dispuestos a desafiar y reescribir las leyes de la naturaleza supuestamente en beneficio de la ciencia y el progreso (aunque el ego y la simple curiosidad tienen un papel importante en el asunto) y hacer que sean pareja. Así consigue un conflicto dramático más interesante e intenso que el del propio desafío a  la naturaleza.

Por otra parte, Natali mantiene el motivo, el tema y hasta cierto punto también el estilo que presidía Cube, su título más destacado como director, o Cypher. Los dos científicos están aquí tan atrapados como los protagonistas de la primera y su jaula es del mismo acero y cristal que bañaba con siniestros reflejos el paisaje de alta tecnología de la segunda. Esos planos en contrapicado bajo los rascacielos junto a los planos generales de la ciudad por la noche son ecos de esos antecedentes en la filmografía del director. No debemos olvidar que Natali tiene también a sus espaldas una interesante carrera como artista de storyboard en películas como Johnny Mnemonic o Ginger Snaps. En su cine las ambientaciones son esenciales porque todo está planificado, así que me froto las manos pensando en lo que podrá hacer adaptando la novela Neuromancer de William Gibson en 2011.

Volviendo a Splice, experimento mortal, hay varios temas que se solapan como capas de una cebolla en esta historia. Por un lado se nos expone en primer lugar el más obvio: la tentación del hombre de ser Dios, o de ser una fuerza creativa más allá de los dictados de las leyes de la evolución, bajo la premisa que pronuncia el jefe de los dos protagonistas: “Si dios no quisiera que exploráramos, ¿por qué iba a darnos el mapa?”

Esa idea expresada también en la frase “¡Quiero ir hasta el final!”, queda resumida más tarde, en el segundo acto, con la frase de la jefa de los laboratorios: “Necesitamos un gen que produzca ganancias, y lo necesitamos ya”. Es la presión de la industria sobre la ciencia, establecida como un factor de riesgo en toda la película, pero de una manera sutil, sin cargar las tintas. Es el tema que abre el relato y el que lo cierra, con esa última secuencia en la que reaparece la jefa del laboratorio farmacéutico retomando su papel. No cargar las tintas para explicar ese tema, pero dejarlo muy claro y mantenerlo presente durante todo el relato es en mi opinión uno de los grandes aciertos de Natali en este trabajo.

Las primeras escenas en el laboratorio son una buena ilustración, a modo de advertencia, de lo que puede ocurrir si nos ponemos a jugar con la ciencia y hacer las cosas simplemente porque podemos hacerlas, sin pararnos a pensar si debemos hacerlas. Los dos protagonistas en el laboratorio, jugando con las posibilidades de su invención, se sitúan y sitúan a la humanidad al borde del abismo de lo imprevisible y lo desconocido, sin tener una clara idea de los riesgos que comporta.

Pero si profundizamos un poco más y llegamos a la siguiente capa argumental de esta fábula nos encontramos de inmediato con el tema de la maternidad y la paternidad, que enlaza con lo expuesto anteriormente y entrando en una fase visual y argumental del relato en la que se va a poner más de manifiesto la influencia de las pesadillas cinematográficas tejidas por David Cronenberg, con homenajes visuales claros a algunos de sus títulos más destacados, como Vinieron de dentro de, Cromosoma 3 o La mosca.

La frase que enlaza el tema de los riesgos de la ciencia sin controles éticos con el tema de la maternidad, que crece a partir de ese momento en la trama ocupando un lugar central en la misma, la pronuncia la protagonista cuando habla con su compañero de la posibilidad de tener hijos, y para ello comprar una casa algo más grande: “No quiero pasarme la vida esperando algo que todavía no ha ocurrido”.

El tema de la utilización de la ciencia y de la familia queda enlazado por el tema de la responsabilidad, que afecta a ambos. No es casualidad que los protagonistas vivan en una casa rodeada de muñequitos, con un dibujo de manga sobre la cabecera de su cama, con batas de científico “tuneadas” con galones militares, o con esas camisetas repletas de eslogan y dibujitos que luce el protagonista en casi todas las escenas. Natali transmite así esa idea de inmadurez de la ciencia, expuesta en primer plano con el nombre del laboratorio en el que trabajan, a modo de guiño humorístico: NERD.

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El intento de dar de comer a la criatura al principio es todo un momento de humor que además deja claro este segundo tema de la película, tras unas escenas que alternativamente nos recuerdan la primera fase de evolución de Alien a modo de guiño (más tarde nos encontraremos con un  “momento King Kong” en la presentación pública de los descubrimientos, que tiene una clara función de devolvernos a la “fase Cronenberg” del relato). Ese momento de comedia es breve pero muy significativo, porque abre paso a la parte más amarga y dura del relato, en la que el director jugará con temas como el infanticidio, la locura, el incesto, la pederastia, la violación, todo ello sujeto por las pinzas de lo fantástico pero transitando por una senda siniestra, tenebrosa, oscura, que consigue transmitir una creciente inquietud en el espectador, al que sin exceso de gore o hemoglobina, con gran pulcritud, lleva a contemplar a los protagonistas como auténticos villanos, jugando con una de las bazas principales esgrimidas por este director: no dejar que el espectador se acomode en la fácil catalogación de los personajes del lado de los héroes o los villanos, sino mantenerle en tensión haciendo que los protagonistas sean tanto una cosa como la otra.

Ese es el otro acierto de la película, que rehúye en todo momento acomodarse y mantiene a sus protagonistas en esa tierra de nadie entre los criminales y los científicos. Son no uno, sino dos doctores Frankenstein que alternativamente miman y maltratan a su criatura, y en los que, al ser pareja, encontramos el aditivo de un conflicto creciente entre ambos cuando empiezan a ejercer en su papel de “padres” en una fase del relato claramente marcada por ese plano en el que la protagonista mira la foto de su madre. La manera en la que Natali establece el conflicto del personaje de la científica con su madre breve pero contundentemente con esa foto y con apenas algunos comentarios breves al desplazarse en la segunda parte hacia una nueva localización en la casa donde la protagonista pasó la infancia, es un ejemplo de economía narrativa.

Quizá al final, en el tercer acto, se le va la mano en la truculencia del argumento, pero en cualquier caso lo arregla con ese desenlace totalmente abierto y temible, y creo que en conjunto este viaje al terror mezclado con la ciencia ficción tan poderosamente influido por las películas de David Cronenberg es una buena oportunidad para bucear en un género necesitado de trabajos más maduros y sólidos como éste para salir de su estancamiento en el efectismo fácil y el alarde visual sin contenido.

Miguel Juan Payán

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