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Star Trek, 2009 *****

 

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SALVANDO LA GALAXIA, PERO CON ESTILO.

¿Barça o Madrid? ¿Kas o Fanta? ¿Carne o pescado? ¿Star Trek o Star Wars? La vida se conjuga y resuelve a través de elecciones, algunas sencillas y otras, tremendamente intrincadas.

El universo Star Trek surgió como serial televisivo allá por los lejanos años sesenta, momento en el que lo galáctico estaba en boga amén del comienzo de las expediciones espaciales. La serie, vista hoy, resulta sonrojadamente inocente, tremendamente näif , un delirio camp que alberga grandes dosis de nostalgia. Los grandes ratings obtenidos por la tripulación de la Enterprise provocaron que la consiguiente adaptación cinematográfica no tardara en llegar, y el éxito de la misma posibilitó la creación de una rentable saga.

Sin embargo, la gallina de los huevos de oro dejó de generar beneficios, y los últimos filmes trekkianos no sirvieron más que para reafirmar el hecho de que ya era tiempo de jubilar a Spock y su equipo. Quizás la culpa haya que buscarla en el director de los mencionados filmes, Jonathan Frakes. Nadie puede achacarle que no fuera fiel al universo de Star Trek, pero quizás tanta preocupación por seguir el modelo original terminó jugando en su contra, y provocó que el público pidiera a gritos una muy necesaria actualización. Basta con ver el marketing con el que se vendió el último film trekkiano , Star Trek Némesis, para darse cuenta de que se necesitaba seguir al pie de la letra el lema “renovarse o morir”.

Recordemos que no es la primera vez que Frakes fracasa adaptando productos televisivos, pues su Thunderbirds (serial británico con marionetas de los años sesenta) del 2004 , demostró que Frakes está totalmente desubicado, pues realiza filmes que no se encuentran en sintonía con la realidad actual. En dicha ocasión, convirtió a Thunderbirds en algo próximo a un capítulo de los Teletubbies, quizás pensando que la juventud actual es tan pueril como la que creció con la Mirinda y la Nocilla alejada de los Shin Chanes y Gormittis que imperan hoy en día.

Quizás descubriendo el talón de Aquiles de Frakes, los ejecutivos encargados de la licencia trekkie decidieron que era el momento de la toma de decisiones drásticas. El resultado fue la consiguiente carta de despido del director, y muy acertadamente, el fichaje de J.J Abrahams, venerado y reputado guionista /director de obras maestras contemporáneas como Lost o Monstruoso.

Tras un parón necesario de seis años, la Enterprise volvió a ponerse en órbita y el resultado es una pura y magnífica odisea espacial en donde se demuestra  que la renovación orquestada por Frakes funciona con la precisión de un reloj suizo y además consigue que tanto los acérrimos fans de Star Trek (conocidos con el sobrenombre de trekkies) como los vírgenes en este tema salgan encantados tras el visionado de las aventuras galácticas (que es casi un imposible en los tiempos que corren).

 

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Otro gran acierto viene de la mano del reparto, que se puede considerar en estado de gracia. Chris Pine se desenvuelve con un encantador desparpajo en el maniqueado papel de enfant terrible y  Zoe  Saldana deslumbra como una mujer de garra, una sexy dominatrix que torea a quien haga falta. Sin embargo, el rey de la función es Zachary Quinto en el papel de Spock, el nerd de la Enterprise que sorprende a mansalva, pues a pesar de no contar con el evidente sex-appeal de su partenaire masculino, se torna inconscientemente en una verdadera máquina de suspiros erótico-festivos. Esta tríada capitolina se encuentra salvaguardada por el siempre solvente Eric Bana ejerciendo de villano de la función, por una efectiva  Wynona Ryder que parece haber dejado atrás su deleznable etapa cleptómana, y por la aparición  estelar del Spock original como guiño a los más longevos fans de Star Trek. Semejante golpe de efecto consigue que nos encariñemos y disfrutemos al cien por cien de las correrías de estos legionarios interestelares.

Aún así, es justo y necesario venerar al verdadero Mesías de esta aventura: J.J Abrahams. Por un lado, el acierto en relatar de forma clara y concisa todo lo que los inexpertos debemos saber acerca de Spock y Cia sin resultar reiterativo y cargante para los que ya se consideran viejos amigos. Por el otro, por ser capaz de ofrecer la dosis milimétricamente exacta de acción. Ni tanta como para que acabemos al borde del delirio (Stephen Sommers, tome nota) ni tan poca como para que pensemos que se trata de un film de Oliveira.

Parece que Abrahams haya firmado un pacto con el diablo, y si es así, bienvenido sea. Porque pecado sí es no saber apreciar el hecho de que aún queda un rayo de esperanza para la sci-fi y la acción en general, que hay vida más alla de las tracas de fallas con las que orquesta todos sus filmes Michael Bay, y que en el espacio hay lugar para mamporros, besos y los abrazos que confiesan una pura amistad. Con usted, Abrahams parto pa’ donde haga falta. ¿A Plutón? Ponga el turbo que allá me voy!.

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