Brillante propuesta que nos devuelve la sensación de ser espectadores del cine mudo con una comedia romántica de homenaje a Hollywood.
Es comprensible el revuelo que ha despertado The Artist entre los aficionados al buen cine, tanto por la originalidad de su planteamiento como por su habilidad y elegancia a la hora de devolvernos ese papel tan peculiar que tenía el espectador en el trabajo de traducción y disfrute del cine mudo. Sí, es una película en muda (aunque con algunos sonidos) y en blanco y negro, pero la trama está tejida con tal astucia que es perfectamente capaz de enganchar al público actual desde sus primeras imágenes, que para arrancar esta celebración del cine como máquina de la imaginación no podían sino tener lugar en un cine, durante la proyección de una película de aventuras con ritmo de serial, acciones que se suceden en la pantalla, con unas imágenes que son ficción dentro de la ficción y además de rendir homenaje al Frankenstein de la universal (esos gigantescos electrodos en el cuello del personaje torturado), anticipan el tema central de la fábula que nos van a contar cuando los interrogadores le piden al protagonista que hable.
A partir de ahí, con un ritmo vertiginoso que ya quisieran para sí muchas películas habladas, esta peripecia muda, revisión, homenaje y guiño en torno al tradicional melodrama Ha nacido una estrella, pero en clave de comedia romántica y al menos en su primera parte muy desenfadada y ligera, asistimos al éxito de George Valentin, el artista del título, galán del cine mudo que sin duda está inspirado por un astro real del Hollywood mudo, el intrépido Douglas Fairbanks, aunque lo que le ocurre con la llegada del cine sonoro recuerde más a lo que le pasó a una de las víctimas de las películas habladas, John Gilbert. Pero además, el director, que claramente es un hombre versado en la cultura cinematográfica y con una notable memoria cinéfila, hace que Jean Dujardin, el actor encargado de interpretar a esa especie de duplicado de Douglas Fairbanks (más adelante vemos a Valentin contemplando su propia interpretación como un espadachín enmascarado en la línea de La marca del Zorro, o ejerciendo como mosquetero, alusiones clarísimas al astro mencionado), encarne el personaje con los modos, gestos, movimientos y sobre todo sonrisa de Gene Kelly, astro del musical clásico de Hollywood. Esto es muy coherente por tres motivos. El primero es que el tema de la película, la llegada del sonido y el destrozo que hace en la vida de Valentin, un actor que primero no quiere y luego simplemente ya no puede hablar, tiene muchos puntos en común, guiños y homenajes a un clásico del musical protagonizado por Gene Kelly: Cantando bajo la lluvia (ejemplo de guiño es la prueba de sonido que el productor interpretado por John Goodman muestra a Valentin, con la actriz rubia soltando gorgoritos, como ocurría con Lina Lamont, la estrella con voz de pito a la que daba vida Jean Hagen en el citado musical). El segundo es que el propio Kelly estaba claramente inspirado por Fairbanks en lo referido a la coreografía de sus escenas de acción para películas como El pirata o su versión de Los tres mosqueteros. El tercero es que The Artist es sobre todo, posiblemente incluso más que una película muda, una película musical, en la cual la música sustituye al diálogo y en muchos momentos, sobre todo en el que muestra a la protagonista corriendo hacia el hospital en el tercer acto del relato, confirma la notable capacidad de la música, incluso superior a la de los diálogos, para aliarse con la imagen y transmitir y provocar emociones en el espectador.
Esa aplicación de la música como sustituto de los diálogos que marca continuamente el tono emotivo del relato consigue algunos momentos particularmente brillantes, construyendo algunas de las mejores escenas de amor que hemos visto en la pantalla grande este año: el encuentro accidental de los dos protagonistas, la forma en la que progresa su romance cuando se reencuentran en el estudio sólo de cintura para abajo, sin verse las caras, y bailando, el galanteo en el baile, la escena de ella abrazándose a la chaqueta de él con el recurso de la mano que la acaricia, o ese encuentro en las escaleras del estudio, que me recuerda algunos planos del primer cine de King Vidor y más concretamente una de sus primeras películas sonoras, La calle, de 1931.
La música nos da pistas y claves durante toda la película, haciendo progresar la historia hacia el melodrama (melo, música, más drama), con homenaje a la naturaleza incluido, con la lluvia cayendo en las escenas en que el protagonista se enfrenta al momento más complicado de su carrera, o en el rescate del perro (muy grande el perro, por cierto). El melodrama está también presente en los guiños a otro clásico del cine dentro del cine, El crepúsculo de los dioses, cuando George Valentin se convierte en una especie de variante masculina de la Norma Desmond interpretada por Gloria Swanson en aquella célebre película dirigida por Billy Wilder. Me refiero a la secuencia de la subasta o el momento en el que Valentin se enfrenta a su fama del pasado proyectando sus aventuras como el Zorro, o descubre a dónde han ido a parar sus objetos personales…
Luego la música será la encargada de marcar el progreso de la película hacia el terreno de Ha nacido una estrella, curiosamente más cerca de la versión que dirigiera George Cukor con James Mason y Judy Garland como protagonistas en 1954 que de la versión dirigida por William Wellman e interpretada por Fredric March y Janet Gaynor en 1937, lo cual es coherente si tenemos en cuenta que el otro referente de la primera parte del relato es Cantando bajo la lluvia, película dirigida por Stanley Donen y Gene Kelly en 1952.
Además, y para demostrar que uno de los aciertos de The Artist es que es una película que contiene muchas películas, de ahí que a pesar de ser muda no nos resulte ajena o aburrida si le damos la mínima oportunidad de desarrollarse, hay otros guiños. Por ejemplo en toda la apertura del relato encontramos esa película dentro de la película que homenajea los seriales de Fantomas, y en otra fase el director incluso se permite el lujo de guiñar al espectador atento con unas escenas de desayuno que explican el deterioro del matrimonio de Valentin del mismo modo que en su momento Orson Welles explicó el deterioro del primer matrimonio de Charles Foster Kane en Ciudadano Kane, que fue la culminación del paso a la madurez del cine hablado . Guiño cinéfilo que completa esta pequeña joya capaz de hacernos el regalo de devolvernos la relación tan especial que el público tuvo con el cine mudo.
Miguel Juan Payán