Crítica de The Medium
Crítica de la película The Medium
Exotismo asiático recorriendo lugares comunes del terror con exorcismos.
Eficaz a su manera, y recomendable para los aficionados al subgénero de los exorcismos dentro del parque temático del género de terror en el cine, aporta algunos elementos propios, como el uso del paisaje y las tradiciones de su propia base cultural en lo referido a espíritus, para plantearnos un recorrido por claves del terror que se mira sin pudor y sin intentar disimular sus intenciones en el espejo de El exorcista (William Friedkin, 1973), que intenta actualizar y abducir a las claves de culto a lo sobrenatural en su territorio; El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myrick, Eduardo Sánchez, 1999), en la que se inspira sobre todo en su desenlace, y Paranormal Activity (Oren Peli, 2007), que le permite alargar su metraje en la parte final dando lugar a la fase más inquietante de la película.
De entre estos tres referentes, hay que señalar que el mejor aprovechado, desde el punto de vista adaptador y revisionista de la fórmula original, es sin duda El exorcista. Es a la que le sacan más partido como variante, abundando en un inicial planteamiento de falto reportaje en torno a la figura de la médium que da título a la película y que inevitablemente me hace pensar que algo de influencia hay también en ese arranque de reportaje televisivo antes de que estalle el terror aportado por [REC] (Jaume Balagueró, Paco Plaza, 2007).
Todo lo anterior es simplemente un conjunto de pistas o referentes para los lectores de este texto respecto a lo que pueden encontrarse si van a ver la película, y en absoluto es un comentario necesariamente negativo para The Medium, porque no se queda en ser meramente copia de copia o puzzle oportunista de referentes previos dentro del género de terror.
A su favor hay que valorar positivamente el ejercicio de traslado a los esquemas culturales propios de esas referencias occidentales que le son ajenas, a las que aporta la riqueza de tradiciones sobre los espíritus muy posiblemente interesante para los espectadores del país de origen de la película y estimulante para quienes se acerquen a la misma desde occidente.
El otro elemento a favor de la película es su equilibrio entre el arranque pausado, de introducción en la vida cotidiana de los personajes, que se toma su tiempo antes de empezar a explotar la temática de posesión propiamente dicha, y cuando lo hace, es siempre desde una fórmula de acentuado voyeurismo para el espectador que saca partido con eficacia a la parcela incuestionablemente morbosa que acompaña a esta producción.
Los pequeños detalles, como la cotidianeidad de la vida de la costurera/médium con la que arranca la película, el conflicto entre cristianismo y cultos propios mostrado desde las peculiaridades de manifestación del culto cristiano desde la mirada autóctona por ejemplo en el desfile, la venta de la carne de perro y el papel del perro que abre la parcela más siniestra en el tercer acto, sirven para dar respaldo a esta fábula de terror.
Eso sí, los cámaras que filman el reportaje merecen el premio a los tipos con menos empatía de la historia del cine de terror con reportaje falseado. Un aspecto ese de camuflar la filmación y la reacción de los que filman en el que la película flojea especialmente en su desenlace. Dicho sea de paso, el tercer acto se alarga en exceso.
Miguel Juan Payán
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