Crítica de la película The Vast of Night
Inteligente intriga. Tono revival ochentero de la ciencia ficción de los cincuenta. .
La califico como inteligente en primer lugar por su astuta manera de manejar el lenguaje visual para sacar el máximo partido a su limitado presupuesto, pero más aún a lo concreto y limitado de su argumento.
La película es una declaración de afectos por varias cosas. La radio en primer lugar. El cine en segundo lugar, con especial interés por la ciencia ficción de los años cincuenta. Y las series de televisión sobre intriga, terror y ciencia ficción en torno a fenómenos extraños de los años 60. Repleta de guiños que son pistas de su argumento, como el nombre del protagonista, el “chico de la radio”, Everett Sloan, nombre del actor Everett Sloane, uno de los habituales de la compañía Mercury Theater de Orson Welles, el director de Ciudadano Kane, película clave para el avance del lenguaje cinematográfico en los grandes estudios, pero además famoso por haberla liad parda precisamente en la radio con su adaptación de la novela clave de invasiones alienígenas, La guerra de los mundos, que hizo cundir el pánico en Estados Unidos a finales de los años treinta. El nombre de la emisora, acrónimo de War of the Worlds, La guerra de los mundos de H.G. Wells. El nombre del pueblo, Cayuga, el mismo de la empresa de Rod Serling que producía la serie La dimensión desconocida (The Twilight Zone), homenajeada también en la presencia de la pantalla del televisor en los momentos clave del relato… Todo en la película gira en torno a esa declaración de afecto por la ficción.
Esos afectos, esos guiños, son solo la capa más superficial de esta inteligente propuesta. Por ejemplo se podría decir que su título, tomado de la obra de William Shakespeare La tempestad, es una pincelada pedante. Pero no es el caso. Es coherente con el tema que propone el argumento, pero también con su juego de homenajes a la serie B y la ciencia ficción de los 50 -como el propio director ha declarado, el argumento de la película se sitúa en noviembre de 1958-, ya que La tempestad fue adaptada en Planeta prohibido, clásico del género dirigido por Fred M. Wilcox y estrenado en 1956 con elementos que conectan con claves manejadas por The Vast of Night.
La segunda capa de interés e inteligencia de la película radica en su uso del lenguaje visual. Su presupuesto de algo menos de 2 millones de dólares está ejemplarmente utilizado para sacar el máximo rendimiento.
Estructurada claramente en cuatro actos y un epílogo, una clave de la manera de contar en las series más clásicas de la televisión, la película comienza volcándose en una sucesión de planos secuencia que marcan el ritmo de seguimiento del protagonista masculino, su encuentro con la protagonista femenina en el gimnasio donde va a jugarse el partido de baloncesto que va a reunir en ese lugar a casi todo el pueblo, y el posterior seguimiento con la cámara desde el suelo de los dos personajes, mientras hablan de las promesas del futuro. Eso proporciona máximo dinamismo con mínimo de inversión a la presentación de los personajes y su entorno, al tiempo que forja los vínculos entre los mismos y nos lleva a empatizar con ellos.
Alguien puede pretextar que hay excesivo protagonismo de la cámara en la película, pero esas miradas de la cámara encajan con la propuesta argumental de una mirada que observa y del tema del libre albedrío que va plantearse como clave en el desenlace. Y nada sobra. Esa ilusión por los logros del futuro también sirve para poner un tono agridulce al último plano de la película y la resolución del viaje de esos personajes en la trama.
Ese dinamismo visual de arranque se complementa luego con la pausa del estatismo visual de la protagonista en la centraliza, con una buena composición trazando la diagonal del aparato dominando en la izquierda del plano frente a la muchacha dominando la derecha. Pero el dinamismo y la tensión no se pierde. Simplemente cambia de recurso. Pasa de reposar en el trabajo de cámara en movimiento al sonido, con la introducción de las llamadas y la recuperación del vínculo entre los protagonistas con Everett presente a través primero de la emisión de radio y luego de la llamada que le hace Fay.
En todo momento la película juega muy astutamente con la información que va conociendo el espectador. Por ejemplo interesa el uso que hace del paso de las imágenes en color a las de blanco y negro en la pantalla de televisión a modo de puntuación para los sucesivos actos que componen la historia. También destaca el momento de confesión de Billy en el que se produce un paso de lo visual a lo sonoro, para dejar la pantalla en negro y que solo escuchemos la voz del personaje, como si estuviéramos oyendo la radio. Y muy hábil la entrevista con Mabel, que es un flashback verbal donde el espectador tiene que completar las imágenes que acompañan a las palabras según su propia imaginación… y que dan como resultado un momento de déjà vu con Encuentros en la tercera fase. A modo de resumen final, me parece interesante que estemos ante una película que con el tono ochentero de revival nostálgico de las películas y la sociedad estadounidense de los años cincuenta culmina con un desenlace oscuro que la identifica más con un título de nuestros tiempos.
Miguel Juan Payán
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