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sábado, abril 20, 2024
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Thi Mai, Rumbo a Vietnam ***

Thi Mai, Rumbo a Vietnam ***Entretenida comedia a caballo entre el humor y el drama bien servido por sus tres protagonistas.

Varias cosas hacen que esta película sea curiosa. La primera es que se presenta argumentalmente como una película protagonizada por Carmen Machi, pero en realidad a medida que progresa, y por el peso que van ganando a fuerza de actrices dos personajes supuestamente secundarios interpretados por sus dos compañeras de reparto, Aitana Sánchez Gijón y Adriana Ozores, acaba siendo una especie de protagonismo a tres bandas. Alguien podrá discutírmelo, y le daría la razón en principio, porque además creo que podemos empezar a habla, reparando en la filmografía y los trabajos para televisión de Machi, casi en un nuevo subgénero fabricado para ella sola, algo así como tragicomedia costumbrista con la lágrima contenida, el esperpento afinado en las mejores brasas valleinclanescas y las sonrisas –más que risas- a medio torcer en una clave de fatalismo muy español. Esas características se dan cita, en diferentes dosis, en su contribución a la serie Siete vidas, en su protagonismo en la serie Aída, y en películas como La puerta abierta, Villaviciosa de al lado, La tribu… Y de una peculiar manera vuelven a aparecer en Thi Mai, rumbo a Vietnam, donde Machi tiene sitio reservado para volver a lucirse como actriz en su peculiar e intransferible estilo y según su, afortunadamente, difícilmente etiquetable personalidad como actriz. Actriz suspendida sobre el andamio de la comedia pero moviendo los pies sobre la alfombra de la tragedia. O algo así.




Pero ocurre en la película algo que tiene que ver con esa magia de los actores, y más aún si son actores españoles. De repente el relato arranca con una Aitana Sánchez Gijón en clave de humor cínico y sarcástico, protagonista total en su prólogo al asunto central. Y la redescubrimos en un registro que pide a gritos volver a ser visitado por la actriz a la mayor brevedad posible, porque hay mucha agua que sacar de ese pozo de sugerencias entrevistas en esta película. Y más adelante volvemos a encontrarnos con una nuevamente mágica Adriana Ozores con mirada de niña inocente presta a precipitarse hacia la perversión sin darse cuenta, la perversión del juego, en este caso, con su propio drama en casa que no por ser abordada en clave secundaria y con cierto sesgo de humorístico ajuste de cuentas al marido, deja de ser drama, o como mínimo tragicomedia. Y ella también, como Aitana Sánchez Gijón, consigue que veamos toda una historia propia en esa subtrama de personaje de acompañamiento que en cuanto le dejan tres planos seguidos deja de ser tal. O vemos a Pedro Casablanc con poco tiempo de metraje pero habitando la parte más dura del drama de la pérdida desde la terrible pasividad de haber tirado la toalla, o estar a punto de tirarla definitivamente. Y hasta el personaje interpretado por Dani Rovira encuentra un espacio para desgranar brevemente la aparente broma trágica de su peripecia, sangrante sátira de los programas tipo “españoles por el mundo”. Y eso que aparentemente es el más disparatado dentro del disparate que ya es la aventura del trío formado por Machi, Sánchez Gijón y Ozores metidas en la trama de una película de viaje (nunca mejor dicho), eso que los anglosajones denominan road movie, como si el dúo de Thelma y Louise fuera un trío de españolas desatadas por el mundo.

Esa riqueza de subtramas no ahoga la película, la enriquece, aunque inevitablemente acaba por hacernos desear que se desarrollen más algunos de esos personajes por un camino más de disparate. Lo que ocurre es que esa no ha sido la elección de la directora, que prefiere servirnos un plato al de comedia con punto de amargura, o de drama con sonrisa. Difícil equilibrio que solo gentes tan forjadas como los actores que se hacen grandes en este reparto pueden sacar adelante con solvencia.

Así que lógicamente respeto el criterio de la directora y la guionista, pero la parte que se me hace más cuesta arriba, porque es la más tópica, es la de la niña. Y la resolución “sentimental” de algunas subtramas.

Miguel Juan Payán


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