Zach Braff firma un remake poco inspirado de la homรณnima pelรญcula dirigida en 1979 por Martin Brest. Lo mejor, como en la anterior obra, es su elenco interpretativo.
Michael Caine, Morgan Freeman y Alan Arkin se dan un baรฑo de sobreacutaciรณn voluntaria en esta comedia neurรณtica, donde tres ancianos deciden robar una entidad bancaria. Pese a lo rocambolesco de la propuesta inicial, la rutinaria escenificaciรณn del pretendidamente sorpresivo atraco no permite al trรญo de actores elevar su trabajo por encima de un guion demasiado previsible, siempre pendiente de un rigor moralista que lastra el mensaje delictivo.
En 1979, los excelentes George Burns, Art Carney y Lee Strasberg fueron incapaces de generar una movie con la suficiente pegada dramรกtica; y esas mismas sensaciones de frustraciรณn se concitan en el trรญo de estrellas que completan esta deslucida versiรณn de la historia imaginada por Edward Cannon.
Como en la cinta precedente, Golpe de estilo narra con dรฉficit de chispa situacional el relato de Willie, Joe y Albert, con la perspectiva del envejecimiento activo como principal recurso humorรญstico del que tirar. Sin marcarse barreras de edad ni de falta de agilidad fรญsica, el libreto se centra en la vida de estos personajes: tres ancianos que se ven menospreciados por el sistema, al perder sus respectivas pensiones. Esta situaciรณn de extrema necesidad lleva a los protagonistas a planear un sonoro atraco a un banco, compaรฑรญa a la que consideran responsable de su desamparo.
Este paraguas sirve al director Zach Braff para otorgar el verdadero peso de la trama a los normalmente efectivos Caine, Freeman y Arkin; los cuales elaboran unas caracterizaciones meritorias, aunque forzadas hasta el extremo. La artificial desenvoltura de cada una de las escenas y la nula gracia de la mayorรญa de las acciones llevadas a cabo por las citadas estrellas del celuloide provocan un sentimiento de desapego, que raya con el cansancio al presenciar un espectรกculo descafeinado por su inexistente intenciรณn de ofrecer algo distinto a lo habitual.
Si se hiciera un anรกlisis comparativo con los actores del 79 y los del 2017, habrรญa que puntualizar que Michael Caine no resulta tan chocante y enรฉrgico en el papel de Joe, como George Burns; Morgan Freeman estรก a aรฑos luz en su vena graciosa del icรณnico Lee Strasberg; y Alan Arkin no consigue transmitir la calidez emocional de la que hacรญa gala el inolvidable Art Carney. Ni siquiera Ann Margret, y su extraรฑa colaboraciรณn en la piel de una sexy dependiente casi octogenaria, consigue elevar el tono amable y mortalmente light de esta comedia concebida industrialmente para gustar a cualquier clase de pรบblico.
En este caos de calidad colectiva, Braff no logra en ningรบn momento elevar la tensiรณn ni con la evoluciรณn de la historia, en la que el atraco parece un juego de niรฑos; y donde la persecuciรณn policial es una mera estratagema para remarcar la inteligencia operacional del trรญo protagonista. Precisamente, desde el punto de vista de la ley, Matt Dillon es uno de los componentes del reparto que sale peor parado, con un rol tan poco agradecido como el del agente del FBI al que los ancianos dan gato por liebre.
Jesรบs Martรญn
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