Alfonso Gómez-Rejón firma una inteligente comedia sobre amistades al borde de la muerte, en la que el director toma el rumbo del humor cinéfilo para animar el asunto.
No todas las películas de instituto son del mismo calibre, como tampoco todas las cremas antiacné consiguen acabar con los dichosos granos. Pese a esta afirmación, lo que sí resulta más o menos cierto que –últimamente- los filmes relativos a pasiones adolescentes parecen tocados por la varita de las tragedias hormonales imposibles. Dentro del mencionado esquema, Yo, él y Raquel trasgrede un poco la norma de los lagrimones en la sala de proyección, aunque en realidad esto sea un efecto pasajero.
El libro escrito por Jesse Andrews narra una experiencia desgraciada con un estilo carente de pesimismo existencial; y Alfonso Gómez.Rejón recoge esa característica con un espíritu fresco, e intenciones sanas por mejorar el alcance audiovisual de una historia demasiado manida como para generar el necesario interés por sí misma.
Ante tales propósitos, el responsable de algunos episodios de la serie American Horror Story procura que los espectadores conecten con el personaje principal: un chaval que huye de los contactos intensos en el centro de enseñanza secundaria, donde cursa el año previo a la graduación. Greg es como el hombre invisible, hasta que la madre de este le obliga a quedar con Raquel (Olivia Cooke): una chica de la localidad que padece leucemia en estado terminal. Pero Greg no está totalmente solo en su cruzada, ya que en ella colaborará Earl (RJ Cyler): un boy que se dedica a rodar películas de baja calidad con el protagonista.
Precisamente, es la pasión cinéfila de Greg y Earl lo que introduce las mayores dosis de virtuosismo en esta obra, la cual está muy por encima de la media de un género teen denostado por los productos simplemente resultones. Por las manos de estos cineastas amateurs pasan con notable sentido paródico, Fitzcarraldo, Cowboy de medianoche, La naranja mecánica o Apocalypse Now. Todas ellas modificadas con gran sentido de la parodia por estos adolescentes con ganas de convertirse en artistas.
A través del desarrollo de estas secuencias sobre celebrados títulos de la historia del Séptimo Arte, las interpretaciones de Thomas Mann, RJ Cyler y Olivia Cooke adquieren mayor capacidad dramática; pero el buen feeling queda anulado cuando el guion trata el tema central (la muerte de un ser querido) con la debida seriedad.
No obstante, los diálogos orquestados por Gómez-Rejón contribuyen a diluir los aspectos más comunes de su comedia juvenil. Unas frases chispeantes que los actores lanzan continuamente, y que sirven para vestir con los ropajes de lo excéntrico al conjunto de adultos que pueblan la pantalla.
Sin embargo, conforme la película avanza hacia el desenlace, el libreto empieza a mostrar un paso más rutinario, como cansado por el esfuerzo que supone alejarse de las normas habituales. Un desenfoque desilusionante, en el que todo parece volver al sitio de lo políticamente correcto, con la moraleja incluida de la superación de los traumas y la asunción irremediable de las tristezas individuales.
Jesús Martín
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