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jueves, mayo 2, 2024
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3 Metros sobre el cielo **

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Se me hace muy difícil, por no decir imposible, poner a caer de un burro una película como 3 Metros sobre el Cielo. Recibirá ataques desmedidos por todos lados, la pondrán a parir en muchos medios, atacarán sin medida sus escasos valores en muchos niveles. Con más o menos razón. Pasead un rato por la red… Se le están lanzando al cuello. Y yo, en mi más humilde opinión, no puedo.

Porque, por mucho que tengamos en contra de la película, está consiguiendo lo que tantas y tantas veces le echamos en cara al cine español no lograr. Ha empatizado con el público. Adolescente, joven, eminentemente femenino que llena las salas de forma demoledora demostrando dos cosas. Que el público sabe bien lo que quiere y que a muchos se les llena la boca de baba rabiosa cuando alguien tiene éxito.

Que vayan tomando nota. El cine es una industria antes que arte porque, al contrario que muchas otras artes, requiere de un presupuesto, normalmente elevado, y del trabajo de mucha gente, para llegar a buen puerto. Y para que siga habiendo cine tiene que funcionar en la taquilla. La mayoría de la gente no va al cine a descubrir el origen de la vida, sino a pasar un rato entretenido. A distraerse, a no pensar en crisis presentes o venideras y dejarse llevar por una historia que le es ajena pero le hace pasar un buen rato. ¿Cumple este drama juvenil con ese propósito? A las cifras me remito.

Lo que ocurre es que somos un poquito meapilas y muy demagogos de andar por casa y queremos hacernos los dignos y hablar de arte y de inteligencia y mil monsergas más, cuando a la gente eso, como demuestra el descalabro de la mayoría de nuestros títulos en pantalla, ni les va ni les viene. La gente quiere lo que quiere. Menos intelectualoides de tres al cuarto y más entretenimiento fácil.

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Y cuando tengamos una industria fuerte y bien apostada, que sirva para dar oportunidades a jóvenes valores, que haga que la gente se interese por nuestro cine, algo así como la francesa, entonces tranquilos, que las películas buenas o muy buenas aparecerán tarde o temprano. Pero atacar todo lo que huele a éxito por decreto, suelta un tufillo reaccionario que resulta una auténtica memez. Defensores de la virtud ajena y de los valores humanos y otras zarandajas. A veces somos, con perdón, gilipollas. Y mucho. Era mucho peor el caso de Mentiras y Gordas.

Tres metros sobre el Cielo no es una buena película, ni lo pretende ni maldita sea la falta que le hace. Es la película que el público joven quiere ver y que demuestra que Fernando González Molina le tiene el pulso muy bien cogido a la taquilla. Suya fue Fuga de Cerebros, otro de los grandes éxitos recientes del cine español. De los pocos. Y suya es esta nueva película, otra vez con Mario Casas como protagonista.

Y la verdad es que el chico tiene carácter y madera de estrella. Es una presencia magnética en pantalla que encarna el papel de chulo con una facilidad pasmosa y que suple las tablas que aún le puedan faltar con un carisma arrollador. Con o sin camiseta. Cada vez que Casas sonríe, el público femenino sonríe con él. Y eso vale su peso en oro.

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Por la parte femenina, María Valverde, aquella niña/monstruo de la pantalla que nos dejó petrificados con La Flaqueza del Bolchevique y que sabe perfectamente cómo sacar petróleo de donde no hay más que alambres. Su Babi, esa niña bien mimada y estudiosa que se deja arrastrar por el chico rebelde y violento, es un tópico de padre y muy señor mío, que se mantiene gracias a que la joven actriz, con una mirada, es capaz de comerse la cámara. Si no me creen, vean el baile en la discoteca y digan ustedes si no caerían rendidos a sus pies también.

Lo que me lleva a destacar los valores de producción de la película. Una cinta en la que, por fin, vemos una escena en una discoteca y parece una verdadera fiesta en una discoteca, con centenares de personas, y no un garito de mala muerte con cuatro gatos. Las carreras de motos, los efectos visuales, el trabajo de diseño… Han sabido gastarse el dinero y lo vemos.

Claro que el guión no hay por donde cogerlo. Es simplista, maniqueo, manipulador, inverosímil, falso y hasta mediocre por momentos. La historia que lleva a Hache, el protagonista, a la rebeldía y la violencia es poco menos que increíble, por no decir ridícula. Porque en el fondo es un niño rico pidiendo a gritos una paliza (ver la escena en la que le pide a su hermano 400 euros para salir… así, sin más).

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El personaje cae antipático sí o sí, a no ser que nos revolucione las hormonas, y entre paliza y paliza demuestra ser un cafre de mucho cuidado. La película sería peligrosamente machista de no acabar como acaba. Eso sí que tendrían que mirarlo con o sin éxito. No es bueno ensalzar a un tipo así. No en un drama juvenil romántico. Pero dudo que nadie piense que lo que aparece en pantalla es algo real y plausible. Es una fábula, nada más.

Al director a veces se le va la mano con las escenas de acción, que no llegan a estar todo lo bien desarrolladas que deberían, pero es un mal menor de la película. Tiene defectos mayores.

A fin de cuentas, es una cinta completamente inofensiva. Por muchas motos que nos vendan y muchas bobadas que suelten. Es lo que es. Un producto. Bien rodado, mal escrito, con mucha baba y algún momento genuinamente emotivo (la visita de Katina a Hache al final, la escena de la discoteca…) y nada que rascar. Lo que ves es lo que hay. Punto. Y es lo que la gente quiere ver. Para que se lo lleven los yankees con cosas incluso peores, mejor en nosotros. Por eso nunca podré atacar la película e incluso la defenderé. No soy tan memo como para que la envidia no me deje ver la realidad.

Jesús Usero

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