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sábado, abril 27, 2024
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Amor *****

Amor *****

Palma de Oro a la mejor película en el pasado Festival de Cannes, ganadora de los premios a la mejor actriz, actor, director y película en la pasada edición de los Premios del Cine Europeo, Premio Fipresci en el pasado Festival de San Sebastián y premio a la mejor película en los Premios de la Asociación de Críticos de Nueva York y para el que le interese esto de los galardones, éstos son sólo unos pocos de los que esta película va sumando de día en día. No hace falta decir mucho más.

«Amour» es un descenso a un lugar de ultratumba que se presenta en negros y sin concesión, te va devorando la fibra sensible o potenciándola, según se mire…

El arranque de la película será el primer mazazo de otros muchos que llegarán más tarde pero de manera progresiva a medida que descienden las pulsaciones del que ve la película para más tarde quedar sumergido, a cucharadíta pequeña, en el asombro y en un sentimiento de vacío pero de aquel que presiente y entiende el todo.

Una pareja (inmensos Jean-Louis Trintignant para el que Haneke escribió expresamente el personaje de Georges y Emmanuelle Riva, que tuvo que superar dos pruebas antes de que el director de esa maravilla que consiguiera todos los premios el pasado año «La cinta Blanca» lo tuviera cristalino), los dos, profesores de música clásica, jubilados y que viven sus días sin mayor sobresalto en una casa grande que se supone, antaño, albergaba a más de familia, de paredes cuadradas, y heridas por ventanas que a penas se abren y dejan sanear la atmósfera que paulatinamente vivirá ese viaje del rosa al amarillo, llegando al blanco opresivo…

Los dos ancianos compañeros del mismo viaje y siempre, los dos amantes y que a pocos detalles que se dan en el comienzo de la historia se intuye que han sido una pareja de esas que se antojan ideales e idealizadas, de recorrer parejos un mismo camino en paraleo, de mismas ambiciones, mismos proyectos de vida, mismo latido y paso. Es fácil vislumbrar el pasado joven de semejante matrimonio: pocas palabras y mucho silencio cargado de significado y sin a penas preguntas. Mirarse, entenderse…pensarse sin sonidos.

Los dos octogenarios, la vida de George y a Anne cambia en un suspiro cuando Anne sufre un ictus que la dejará postrada en una silla de ruedas y completamente dependiente e Georges. Y ahí comienza el baile mortuorio de sutilezas casi inermes en la forma en la que hace acto de presencia ese monstruo, en la forma en la que actuará ya sin piedad y con paso seguro.

La narración que describirá al detalle el día a día de esa pareja a partir de ese fatídico hecho es de un minimalismo, de una sobriedad, de una precisión casi quirúrgica y sin aspavientos de los que serían esperables porque Haneke, ese maestro en la descripción de las emociones más descarnadas jamás fue fácil. Desde su mano y mente de arquitectura precisa vuelve a repetir una vez más el estilo narrativo característico en el dibujo de personajes y situaciones .
Áspero y económico, frío como el escalpelo te va diseccionado las líneas de acción que a él le interesa contar.

Mantiene el detalle en el sentimiento, en la emoción, en la carne, en como una situación que no puede mejorar, más bien al contrario, va cambiando o potenciando las naturalezas que son realmente ambos protagonistas y con una honestidad y realidad que son de agradecer por mesuradas, por controladas.
Haneke huye del exhibicionismo fácil y evita mostrarnos lo terrible del trabajo físico que requiere el día a día de semejante situación en toda su profundidad, cosa que tampoco se le reprocha ya que lo hace y sobrada y magistralmente en la exposición que hace a pecho descubierto a la hora de explicar el deterioro mental y personal de la realidad de ambos, del “tú, mi, me, conmigo”.

Así, de una manera tranquila, pausada y a golpe de escenas teatrales vamos asistiendo a los pequeños cambios que gravitan sobre una situación nueva y que hay que gestionar porque llegan para quedarse dejando el poso más terrible .

Cuando el descenso galopante se inicia, sobran todos los demás y lo demás que excedan y exceda a la pareja. Aparecen personajes colindantes como motas de polvo ocasionales que brindan ayuda y palabras de ánimo pero nuestros personajes ya están en otra historia. Esa hija interpretada por Isabelle Huppert es el prototipo del familiar ausente que quiere comerse el mundo y ayudar desde el supuesto conocimiento y total ignorancia. Sólo entiende de llanto y distancia (esa escena en la que llora desconsoladamente mientras su padre la mira con asombro y le brinda una taza de té para calmarla, es simplemente maravillosa por todo lo que cuenta)

Haneke nos deja claro que a partir del hecho detonante de ese ictus cerebral, el matrimonio estará ya siempre solo. Nunca se brindará más ayuda y nunca se denegará más, como si el inconsciente del ser humano decidiera envolverse en mantas, metros de tela encaminados a sudar los recuerdos y aislarse y resolver la vida por si sólo bajo una intimidad que horroriza por tanta soledad.

Y ahí arrancan otras preguntas: ¿qué otro camino queda cuando se quiere en profundidad y realmente y lejos de ese concepto del amor romántico del tente mientras cobro sino entregarse al otro y cuidarle y mimarle y demostrarle que lidiar con una situación así puede ser también un paso posíble en la vida en común?.

«Amour» trata diferentes conceptos de la lucha: el enérgico e impotente de la hija que ve los saltos de gigante de la enfermedad cebándose en su madre; el real, conformista y resolutivo desde el » hacer poco a poco» del padre que lo sufre a diario en el cuidado que le brinda a su mujer en esas eternas veinticuatro horas que desearía que fueran menos.Otro es el concepto de la lucha en la relación entre Georges y Anne y cómo ésta se va transformando también es especialmente llamativo . La relación es tierna, de amantes que se cuidan y que se saben siempre estarán juntos; los inícios siempre son lo más dulce y llega lo innombrable que lo descalabra todo, la relación cambia de idioma, se vuelve más monosilábico y urgente, algo más susceptible y algo más tirano. Se intenta que el idioma recupere humanidad, cariño y ternura porque es la único que resuelve y es capaz de obrar el milagro de un paso, de una palabra entendíble, de una mejora que dé algo de ilusión al que cuida y espera.

Ingredientes reconocibles son la aparición del egoísmo que no entiende del otro al que parece que no sentimos que está ahí con nosotros y al que de una manera inconsciente le fustigamos sin querer; la pérdida de la paciencia de ese hombre bueno que ama con locura a su compañera, porque es así, porque él no lo concebiría de otra manera cuando la ve vencida y él que también sufre su infierno particular compartiendo el de ella, no puede hacer otra cosa que disculparse y pensar en una solución final.

Igualmente asistimos al deterioro de él al mismo tiempo que se consume ella. Ella le mira y se anuncia; él ya sabe que a partir de ahí le acompañará en su declive. Ambos marchitan sus días en un abandono que también, como sus vidas fueron, van parejos…..y poca imaginación nos hará falta para descubrir el final de estos dos seres que se retroalimentaron en vida como también lo harán en la muerte.

¿Cómo se conjuga el verbo amar cuando uno concibe un nuevo comienzo mientras el otro ya emprendió el viaje de despedida?. ¿Qué hacer cuando hay tanto por lo que luchar pero el otro ya tiró la toalla?.¿Somos espíritus vencidos desde antes de cualquier batalla?

En un momento dado entra un atisbo de vida por una ventana accidentalmente abierta y con ello una posibilidad de captar una señal que puede que signifique algo. Hacerla propia, arrullarla y quedártela o dejarla libre parecen, todas, opciones posibles y puede que algún presagio para una mente supersticiosa. La vida parece que se cuela por una ventana pero ya no interesa que haya vida en esa casa y se la deja libre porque este ya no es su sitio…la elección parece clara en esta historia de amor y muerte, toda una obra maestra que debería ser de obligado visionado para cualquier espíritu sensible

Marta Simón Alonso


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