Crítica Años de sequía
Crítica de la película Años de sequía
Ingenioso thriller psicológico y de autoconocimiento, en el que se mezclan historias ocurridas en el pasado y el presente.
A caballo entre los años ochenta del siglo XX y las primeras décadas del tercer milenio, el relato bicéfalo de Años de sequía representa un interesante ejercicio de funambulismo temporal, en el que el paisaje desértico de una Australia que pierde agua progresivamente se convierte en un potente reclamo argumental, para comprender las acciones de los personajes que deambulan por el desconcertante guion.
La película arranca con Falk (Eric Bana): un valorado agente federal, que vive amargado por los efectos que le causó la muerte de una chica por la que sentía un amor prematuro en su adolescencia, y a la que encontraron ahogada en el río, veinte años atrás. El supuesto suicidio de uno de sus mejores amigos de juventud, cometido tras el violento crimen de la esposa y uno de los hijos de este, hace que Falk se vea obligado a volver a las siniestras extensiones de Kiewarra, para asistir al funeral de su antiguo compañero de aventuras. Una vez allí, los padres del finado y presunto criminal piden al protagonista que investigue los hechos que acabaron con la trágica desaparición de su vástago, con el objetivo de aclarar sus terribles y sangrientos actos.
El cineasta oceánico Robert Connolly adapta con precisión la homónima novela de la autora británica Jane Harpper: un texto que adquiere mayor contundencia cuando se refiere a las pesadillas que atormentan al pétreo agente que desarrolla la investigación central, y que pierde algo de imprevisibilidad a la hora de marcar la evolución de la trama detectivesca.
El responsable de Aviones de papel se adhiere con imaginación al estilo esgrimido por maestros australianos del calibre de Peter Weir, para elaborar una movie de misterio donde lo realmente importante sucede en los contextos que describe el atmosférico guion, más que en el mayor o menor impacto que origina el crimen que da pie a la historia. A tal efecto, Connolly enfoca la mirada más hacia el retrato psicológico de su protagonista, que hacia la gratuita e incoherente posibilidad de concebir un killer al más puro estilo de los blockbusters estadounidenses.
Bajo semejante premisas artísticas, Años de sequía conforma un producto únicamente preocupado por exhibir los detalles de las existencias que retrata a lo largo de su metraje, pese a que los giros argumentales se encuentren diluidos en una serie de conjeturas fáciles de encontrar.
Con tales elementos, Eric Bana ejecuta una caracterización meritoria y brillante del callado Falk, al que aporta la verosimilitud propia de un tipo que se resiste a caer en el abismo que le abre su autodestructiva relación con Kiewarra. Bana aprovecha los silencios del agente al que encarna, para generar la sensación de desasosiego que este experimenta, con su regreso al lugar donde se crió. Una actuación que se nutre del paisaje agreste en el que se asienta su papel, y en los constantes viajes al pasado que este realiza, en cuanto pone los pies en las extensiones desangeladas que lastraron su adolescencia.
A través de estas coordenadas dramáticas, Connolly diseña un thriller de autoconocimiento directo y efectivo, aunque sus pretensiones para inquietar queden lastradas desde el punto de vista de la espectacularidad.
Jesús Martín
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