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martes, febrero 14, 2023
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BATMAN; “¿Has bailado alguna vez con el diablo a la luz de la luna…?”

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Cuando el cine es tan importante en la vida de alguien, hay fechas que le resultan inolvidables. Y ese recuerdo se instala en la memoria de una manera mucho más perpetua cuando se trata de un niño que encuentra en las salas oscuras de los cines la mejor forma de evadirse de una realidad que no siempre le satisface. A ello contribuye, lógicamente, la inherente condición de cinéfilo ingenuo e inocente que tiene alguien de tan corta edad, todavía vírgen de ese cine de calidad adscrito a otros géneros que sólo el tiempo permite disfrutar. Porque, admitámoslo, cuando tienes trece años y vas al cine siempre que puedes, sólo buscas algo que se resume en una palabra: aventura.

Porque eso precisamente es lo que buscan los niños en su abundante tiempo de ocio. Lo que ofrecen los cómics, los videojuegos y las películas que se consumen con esa edad es siempre lo mismo, distintas variaciones de un mismo concepto, aventuras que sólo se diferencian en los personajes que las protagonizan, y en los medios mediante las que los críos las disfrutan. La aventura supone héroes, villanos, el bien contra el mal y tantos tópicos que en la edad adulta se pierden entre inquietudes supuestamente más serias. Pero cuando eres un niño, sólo importa la aventura.

Y esa estrechez de miras tiene sus cosas buenas. De hecho, en mi caso, lo comprobé enseguida. Resulta evidente que si uno “debuta” en esto de ir al cine con una maravilla como E.T., sitúa, inconscientemente, el listón muy arriba. La película de Spielberg era una oda a la aventura, que además logró un enorme reconocimiento por parte de la crítica, la misma, reconozcámoslo, que casi siempre trata con un desprecio lamentable a ese género aventurero. Esa iniciación al mundo del cine me hizo, por un lado, consumir todo producto cinematográfico de intenciones parecidas, y, por el otro, me permitió, a muy tierna edad, tener cierto criterio, saber separar el grano de la paja, ventaja que a su vez implicaba un mayor disfrute de las películas de aventuras realmente buenas, que salían airosas de la comparación con tantos y tantos bodrios.

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Retrocedamos hasta 1989. En aquel año se estrenó una de aventuras buena, buenísima, que suponía la tercera entrega de las andanzas de un tipo genial ataviado con un látigo y un sombrero. Esa película era exactamente lo que yo entonces buscaba y ansiaba cuando iba al cine. Pero además se estrenó otra, también de pretensiones aventureras, aunque de características muy distintas… Quien esto escribe tenía ya entonces, con trece años, un amplio bagaje como asiduo a las salas, además de los generosos maratones caseros gracias al entrañable vídeo VHS. Y, como decía antes, sólo buscaba la adrenalina, la emoción, la evasión, la aventura…Lo mismo, por otro lado, que había encontrado pocos años atrás en otro medio de expresión igualmente apasionante: el cómic. Las viñetas que devoraba se correspondían con héroes patrios como Mortadelo y Filemón o Zipi y Zape, pero también tenía tiempo para el cómic americano de DC, sobre todo para Batman. Y, en aquel 1989, Batman llegó a los cines. Recordemos cómo lo hizo y que consecuencias tuvo su llegada…

Los 80 estuvieron bien…Reconozco que mi generación siente una nostalgia infinita de esa década por cuestiones meramente relacionadas con nuestra edad. Quienes hoy estamos en la treintena, tuvimos una infancia feliz, en buena parte, gracias a las increíbles películas que Hollywood facturó en aquellos años. Supongo que los niños de hoy recordarán la actual década con el mismo cariño dentro de veinte años, de la misma forma que los cuarentones derraman una lagrimita cuando se remontan a los 70. Pero, francamente, tengo la sensación de que fue mucho más divertido ser niño en los 80…

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El último año de la década fue especialmente bueno. Para mi fue, sencillamente, inolvidable. Veníamos de disfrutar en los cines con Jungla de Cristal o ¿Quién engañó a Roger Rabbit? en 1988, dos cintas encuadradas a la perfección en esos gustos típicamente infantes. Por no hablar de todo lo que habíamos disfrutado durante el primer lustro de la década, con Indiana Jones, E.T. y las dos secuelas de La Guerra de las Galaxias, todas ellas susceptibles de permanecer en las retinas cinéfilas de cualquier niño independientemente del año en el que se estrenasen. 1989 nos trajo dos películas grandes, geniales, dos regalos para todos los públicos, pero especialmente para quienes entonces estábamos en la EGB. Y llegaron tan juntitas que no tuvimos tiempo de asimilarlas por separado. Hoy me toca hablar de la segunda, pero algún día lo haré, encantado, de la primera. El 1 de septiembre de 1989 se estrenó en España Indiana Jones y la Última Cruzada. El 29 de septiembre lo haría Batman

Ahora hay que remontarse algo más atrás. Porque Batman es, ante todo, un personaje de cómic, perteneciente a la editorial DC, que sería comprada en 1976 por una de las todopoderosas majors de Hollywood, Time Warner (entonces Warner Communications). Los señores trajeados de Warner tardaron poco en amortizar la compra de DC, y en 1978 estrenaron la primera adaptación de un personaje de la editorial, produciendo el Superman de Richard Donner. La película fue un éxito rotundo, que dio lugar a tres secuelas, de las que sólo la segunda merece ser recordada. El caso es que Superman fue tan exitosa que el empeño en facturar secuelas por parte de Warner retrasó los planes para llevar al cine a otros personajes de DC. Hubo que esperar once años para que al, fin, Warner produjese una película sobre Batman.

Era un proyecto difícil, fundamentalmente porque el personaje había conocido un éxito espectacular en la tele con la serie producida por Fox Televisión a finales de los años 60, y cuyo enfoque distaba de las intenciones del estudio, que quería presentar una película seria como lo había sido la de El Hombre de Acero. Y el Batman televisivo, que aquí pudimos ver precisamente en los 80 (al menos yo la disfruté en el canal autonómico), era de todo, menos serio…Se trataba, como todo el mundo sabe, de un vodevil casi paródico, repleto de tramas ingenuas, onomatopeyas que trataban de justificar el origen tebeístico del personaje (y que acabarían convirtiéndose en una de las señas de identidad de la serie) y situaciones grotescas. Pero era divertidísima, y su éxito podría perjudicar a un proyecto futuro sobre el personaje que pretendiese un punto de vista radicalmente diferente.

Para olvidar la frivolidad de aquel Batman, hacía falta talento y dinero. Lo segundo no era un problema. Para lograr lo primero, había que afinar en el equipo técnico y artístico. Y Warner lo hizo. Hubo riesgos, pero la cosa salió bien. De hecho, todo lo acertado que estuvieron los ejecutivos por aquel entonces contrasta con los despropósitos perpetrados durante la segunda mitad de los 90, a la hora de planificar la tercera y cuarta películas sobre Batman. Pero ésa es otra historia…

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Tim Burton era un joven cineasta que había logrado un éxito importante, distribuído por Warner, en 1988. Bitelchús triunfó en todo el mundo y dejó a las claras el estilo y la personalidad del director. Era una comedia fantástica oscura, repleta de personajes estrafalarios, y contaba en el reparto con Alec Baldwin, Geena Davis, Winona Ryder y Michael Keaton. Era la segunda película del director, tras la personal ópera prima La gran aventura de Pee-Wee y el genial corto Frankenweenie. Esos trabajos habían mostrado la impronta de un tipo que había salido de Disney buscando acomodo en producciones góticas y oscuras, alejadas del colorido de esa compañía. Hoy todos pensamos en Tim Burton como un cineasta consagrado y talentoso, uno cuya filmografía sobresale por una mezcla afortunada de estilo propio y comercialidad, probablemente lo más difícil de lograr cuando se está inserto de lleno en el sistema de producción de los grandes estudios. Pero en 1989 todo era muy distinto, y Burton era sólo un director que había logrado un éxito, el primero de una carrera incipiente. Bitelchús fue la décima película más taquillera de 1988, y en Warner se la jugaron. Pero estaban acostumbrados. Richard Donner había sido el elegido para dirigir Superman tras un único éxito, La Profecía, aunque su experiencia en el medio televisivo sí era importante.

Y, una vez más, les salió bien. El Batman de Tim Burton terminó siendo un fiel reflejo de la personalidad del director, algo que sólo comprobaríamos con el paso de los años, viendo las constantes de su filmografía. Pero había sido un enorme acierto poner un proyecto así en manos de alguien con un estilo tan peculiar, con su atmósfera gótica, sus planos oscuros y sus personajes excesivos. El Batman de las viñetas encajaba a la perfección con el que el cineasta plasmó en imágenes, aunque ciertos aspectos de la trama, que comentaré más adelante, resultaban muy diferentes. Tras haber estrenado la secuela, Batman Vuelve, en 1991, Burton declararía que ése era su verdadero Batman, y que en el primero se había visto encorsetado por determinadas intenciones del estudio, que aún no se había permitido el lujo de darle total libertad. Yo tengo muy claro que, vistas las dos películas, la primera encaja mejor en el espíritu que imprimieron Bob Kane y Bill Finger en los cómics, mientras que la segunda resulta excesiva, repleta de freaks y, eso sí, absolutamente burtoniana, a pesar de ser también una estupenda obra que sólo pierde, en mi opinión, cuando se la compara con la primera. Pero es sólo una cuestión de gustos.

Antes de hablar del reparto, no quiero olvidarme de un tipo cuyo trabajo resultó decisivo para que la película adquiriese la relevancia que tuvo. Anton Furst es, quizás, el gran olvidado cuando nos acordamos del Batman de Tim Burton. Él fue el diseñador de producción, galardonado con un Óscar por su increíble trabajo, que nos permitió contemplar una Gotham City imponente, tétrica, moderna y, por supuesto, deliciosamente gótica. Y suyo fue el diseño del batmóvil, sin duda una de las versiones más celebradas por los fans. Furst se suicidó en 1991, tres meses después del comienzo del rodaje de Batman Vuelve, para el que no había sido contratado.

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Y llegamos al reparto. Todo lo que se coció en las oficinas de Warner cuando llegaba la hora de decidir acerca de la composición del cásting nos remite directamente a la actualidad y a lo que internet ha supuesto como medio de presión para los grandes estudios. En 1989 no existían los correos electrónicos ni los foros, y los fans no podían expresarse con la facilidad con la que pueden hacerlo actualmente. Pero lo hacían, vaya si lo hacían…Hubo, de hecho, una corriente negativa cuando se anunció el nombre de Tim Burton como director. Pero la que se montó cuando éste se decidió por Michael Keaton para interpretar al enmascarado justiciero fue inigualable.

Hay que pensar en lo que supone para mucha gente la adaptación al cine de determinados personajes. Volviendo a la red de redes, basta comprobar la cantidad de páginas webs que existen dedicadas a los principales héroes del cómic, en todos los idiomas, con distintos contenidos, pero con un evidente aspecto común: la adoración y el fanatismo con los que se venera a esos seres de papel que de vez en cuando se asoman a las pantallas de cine. Y no estamos muy desencaminados si afirmamos que buena parte de los responsables de esas webs son gente adulta que llevan décadas siguiendo las aventuras de sus personajes favoritos. Gente que desarrolló su vida entre cómics, y que cuando llegó internet buscó tiempo para dedicar páginas a un elemento esencial de su infancia. Ese tipo de gente ya existía a finales de los 80, sobre todo teniendo en cuenta que Batman había iniciado sus aventuras en los tebeos cuarenta años antes…

Michael Keaton no fue aceptado por esa amplia comunidad de aficionados. Batman, en los cómics, era un hombre de mucha más presencia física que la de Keaton, quien había sido Bitelchús en la anterior película de Burton. El director defendió a capa y espada su decisión, y se enfrentó al malestar de la comunidad de fans, que presionaron al estudio de la forma en la que podían hacerlo, con ingentes cantidades de cartas. Pero, afortunadamente, no hubo vuelta atrás. Y tuvimos un Batman, en mi opinión, memorable, gracias al trabajo de un gran intérprete que impregnó al personaje de un importante perfil humano, oscuro, traumatizado por un pasado cruel, que lograba disimular sus carencias físicas cuando se vestía con el traje negro. Michael Keaton era bajito para ser Batman, tampoco era un hombre musculoso experto en todo tipo de lucha, pero hablaba como Batman, miraba como Batman y sentía como Batman…

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Keaton fue un acierto. Pero daba igual. Aún asumiendo que podría no ser el Batman perfecto (como Bruce Wayne sí era, en mi opinión, inmejorable), cualquier otra elección a priori más adecuada no hubiese impedido que el supuesto protagonista quedase relegado a un segundo plano, a favor de un antagonista legendario. De nuevo hay que remontarse a aquel Superman de Richard Donner. Si Marlon Brando firmó un contrato histórico por interpretar al padre del superhéroe, Jack Nicholson hizo lo propio por encarnar al Joker, el archienemigo por excelencia de Batman. Los dos, Brando y Nicholson, se embolsaron una cantidad astronómica cuyo número de ceros se vería aumentado en función del rendimiento en taquilla. Y todos sabemos que las dos fueron películas muy taquilleras…Con todo, justo es reconocer que Jack Nicholson realizó más méritos para ganar tanto dinero, ya que su Joker tenía mucha más presencia e importancia en Batman que Jor-El en Superman.

Pero todo estaba justificado. De nuevo el acierto en Warner era evidente. Nicholson era un actor del que cualquier aficionado al cine hubiese esperado una interpretación antológica como Joker. Al contrario de lo que ocurrió en 2008 con Heath Ledger, que terminó realizando un papel increíble a pesar de las dudas generadas cuando se anunció su contratación, todo el mundo daba por hecho que la decisión era la idónea. Si Joker era la locura y la anarquía, Nicholson estaría a la altura, sobre todo con el precedente de El Resplandor, la película de Kubrick que tan buenos dividendos había logrado también para Warner. Joker era un loco muy distinto a aquel Jack Torrance, pero el personaje, desde su primera aparición en los cómics en 1940, parecía haber sido creado para que Jack Nicholson le pusiese rostro en el cine. El resultado fue impresionante, y todos, en aquel 1989, bailamos con el diablo a la luz de la luna…

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Todos los secundarios hicieron honor a esa condición. Si el mismísimo Batman había tenido que ceder protagonismo y relevancia a favor del villano estrella, los demás personajes tendrían que encontrar su lugar fuera de los focos y los primeros planos. Kim Basinger fue Vicky Vale, la chica de la función, quizás demasiado rubia y angelical para el tono de la película. Sean Young, la escogida en primer lugar, hubiese sido, quizás, idónea, pero una caída de un caballo poco antes de iniciar el rodaje provocó la sustitución por Basinger, quien no obstante supo estar a la altura. Billy Dee Williams, el Lando Calrissian de Star Wars, fue el fiscal del distrito Harvey Dent, quien debería de haberse convertido en Dos Caras en futuras secuelas, y que sería indemnizado cuando el papel fue adjudicado a Tommy Lee Jones en Batman Forever. Finalmente, dos actores estupendos y entrañables, Michael Gough y Pat Hingle, fueron el Comisario Gordon (en una versión mucho más bonachona que la que conocemos en los tebeos) y Alfred, éste sí perfecto en su papel, mejor, incluso, en mi opinión, que el encarnado por el gran Michael Caine en las geniales películas de Christopher Nolan.

Ésos fueron los mimbres, y el cesto resultó ser una auténtica maravilla. Batman era, desde el principio, una película que te atrapaba en la butaca, auténtico cine de superhéroes en una época, no lo olvidemos, en la que apenas se veía a estos personajes en los cines. Los títulos de crédito, a un crío como yo era entonces, te cortaban la respiración. La magistral música de Danny Elfman nos situaba en un mundo de fantasía oscuro, estremecedor, mientras los nombres de los equipos técnico y artístico aparecían con un surco de fondo que finalmente identificábamos como el inolvidable logotipo de Batman. Esos 2 minutos y 17 segundos fueron suficientes para que cualquier aficionado sintiese que estaba a punto de ver una película especial, pero sobre todo para que quienes habíamos crecido con el personaje nos quedásemos agazapados, embobados, sin ser capaces de apartar la mirada de una pantalla de la que estaba a punto de surgir la mejor versión posible de nuestro querido héroe. Y, como en el póster de la peli, el nombre de Jack Nicholson aparecía antes que el de Michael Keaton. Cuestión de prestigio.

Tras esos inolvidables créditos empezaba la acción, con un plano general de Gotham que dejaba claro el ambiente oscuro y tétrico en el que nos moveríamos. Comenzaba una historia que resultaba perfecta como presentación de personajes. El guión de Sam Hamm y Warren Skaaren era ágil, y se servía de oportunos flashbacks para ponernos en antecedentes acerca de la conversión de un multimillonario en un héroe nocturno. Y aquí reside el detalle por el que muchos fans se enfadaron: si en los cómics el asesino de los padres de Bruce era un  maleante llamado Joe Chill, en la película era el propio Joker, antes de existir como tal y bajo la personalidad de Jack Napier, quien los mataba. La película se convertía así en una historia de venganza, un mano a mano entre el bien y el mal, sin dejar que tramas paralelas copasen protagonismo. Yo asumí ese cambio con satisfacción, y es que a veces la inquebrantable fidelidad al original puede lastrar el resultado final de una adaptación. No me importó que el Joker fuese responsable del asesinato del matrimonio Wayne, porque, a pesar de la licencia, la obra mostraba una solidez apabullante desde el punto de vista argumental, y convertía al villano en una potencia del mal inigualable. Para mi lo importante, desde el punto de vista de la adaptación, era que la película tenía las convenientes dosis de oscuridad, emoción y espectacularidad, y que los aspectos fundamentales del cómic estaban allí. Batman, Alfred, la batcueva, el batmóvil, la batseñal, Joker, Gotham…todo me gustaba.

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Tras verla por primera vez, aquel 29 de septiembre, me reafirmé, como no podía ser de otra manera, en las inolvidables sensaciones que me provocaba el cine. Como aquel día cuando había ido por vez primera a ver E.T., el mero hecho de comprar una entrada para ver una película trascendía hasta quedar para siempre en mi memoria. Lo que para muchos niños era un acto divertido e ilusionante, para mi era mucho más, y el mérito no residía en ver una película, algo ya de por si apasionante, sino en la propia película. Porque cuando superas la treintena y recuerdas perfectamente el día en el que viste una peli en el cine con trece años, te das cuenta de que ya nunca se te olvidará. Hoy podemos conservar las entradas, porque llevan impresas la información detallada del evento: la fecha, la sesión, la película…Antes eran un minúsculo trocito de papel, lo que se veía compensado por esa cantidad de sensaciones inolvidables.

Salí del cine y mi madre me esperaba. Con ella recorrí, ya de noche, varias calles de mi ciudad, mientras miraba al cielo buscando la batseñal reflejada. Pensaba en ese mundo que Tim Burton había creado para llevar al cine a uno de mis personajes favoritos. Volví al cine a ver la película un par de veces más, y conté los días para que saliese en el mercado de alquiler en vídeo, hecho que tampoco se me olvidará porque fue la primera vez que una cinta era adquirida por los videoclubs de mi ciudad en cantidades ingentes, ocupando buena parte de las estanterías destinadas a las novedades.

Batman logró una recaudación mundial de 411 millones de dólares. Fue la más taquillera en aquel 1989, superando a Indiana Jones y La Última Cruzada, y actualmente ocupa el puesto 122 en la lista de películas más taquilleras de la historia. Pero, más allá de esas cifras, la película logró algo sin duda perseguido por Warner y DC: desató la bat-manía. De repente Batman estaba presente en casi todo, desde juguetes hasta videojuegos, y la banda sonora ocupó lugares importantes en las listas de éxitos, gracias a un disco compuesto por canciones de Prince, mucho menos interesante que el que se editaría unos años después, con la maravillosa música de Danny Elfman. El añorado Anton Furst y Peter Young lograron el Óscar por su diseño de producción y la película trascendió tanto que el estudio anunció pronto el rodaje de la secuela, también a cargo de Tim Burton. Batman Vuelve se estrenaría en 1991, y sería la última película decente sobre el personaje hasta el desembarco de Christopher Nolan en 2005.

Curiosamente, en 2008 volví a tener sensaciones de ilusión y nerviosismo como hacía años que no las tenía. Diecinueve años después Batman e Indy volvían a los cines, como si se hubiesen puesto de acuerdo en reverdecer glorias pasadas. Batman lo logró, Pero Indy no. El Caballero Oscuro, la segunda película de Nolan sobre el personaje se convirtió en un clásico, y demostró que más allá de estilos, cuando unos personajes son buenos y se les hace vivir una buena historia, no importa que se trate de una versión más o menos realista o fantasiosa. Las diferencias entre las obras de Burton y Nolan son evidentes, y si la primera es un gótico cuento de superhéroes, la segunda es un thriller urbano apasionante. Las dos comparten personajes, situaciones y repartos extraordinarios, de los que sobresalen esos dos genios que son Jack Nicholson y Heath Ledger, quienes pusieron rostro a uno de los villanos más emblemáticos de la historia del noveno arte.

Me niego a creer que una película de superhéroes no puede ser una obra maestra. Y, aunque ciertamente no lo sea, las obras maestras sólo lo son, en última instancia, en el corazón de quienes acudimos al cine buscándolas. Yo encontré una en 1989, una película muy especial que me hizo bailar con el diablo a la luz de la luna…

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Santiago Vázquez Gómez.

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