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Crítica Babylon.
Locura, pasión y miseria en la meca del cine mudo.
Eso propone la nueva película de Damian Chazelle, un relato sobre el paso del cine mudo al sonoro a través de un grupo de personajes que lo experimentaron de primera mano y que vivieron ambas épocas con dispar suerte. Es en realidad una carta de amor al cine con todas las letras, y una carta que está emparentada con Cinema Paradiso, por ejemplo, aunque en su ejecución sean películas totalmente distintas. Pero hay detalles que las unen. No son precisamente buenos detalles, sino aquellos menos apreciables de la película de Chazelle. Pese a todo, no se puede negar que Babylon es una película gigantesca, divertida, con personalidad y por momentos fascinante, incluso con una duración superior a las tres horas, algo innecesaria la verdad. Ayuda mucho el carisma de algunos de sus protagonistas, y ciertos momentos en los que se mira a Hollywood, o a aquel Hollywood, no con el punto de la nostalgia, sino con descreimiento y mucha mala uva.
Una estrella de Hollywood que tiene lo que desea pero no consigue ser feliz, una joven aspirante que descubre cómo hacerse un hueco en el mundo de la interpretación y convertirse en leyenda, y un joven que quiere trabajar en la industria pero detrás de las cámaras, que comienza como asistente de la gran estrella y que poco a poco escala en el sistema de estudios. Mientras esos personajes, interpretados por Brad Pitt, Margot Robbie (sustituyendo a la inicialmente prevista Emma Stone) y Diego Calva respectivamente, ven como su vida y su carrera cambia, el mundo del cine cambia con ellos. Desde los rodajes caóticos, peligrosos incluso, llenos de locura y disparates de los inicios, al mundo de los estudios, el sonido… y la decadencia, por supuesto. Ahí es cuando Babylon brilla también, cuando no teme mostrar ese amargo lado de la industria.
Brad Pitt y Margot Robbie son los principales motores de la película a todos los niveles y su trabajo es impecable. Si es cierto que tiene un punto de… impostado, de estrella haciendo de estrella, en ambos casos. De exageración si lo prefieren. Pero tiene sentido y tiene su por qué. Porque no son tanto personas como personalidades creadas para alcanzar el éxito. No son reales porque nunca revelan quiénes son. Se entrega con fuerza Diego Calva, pero no está al mismo nivel de sus dos coprotagonistas, lo que hace que su historia tenga menos peso. Son dos estrellas muy importantes las que acompañan al actor, por lo que brillar es más complicado. Eso sí, los tres se desenvuelven de lujo con el tono desenfrenado y disparatado de la historia desde el primer minuto. Algo que hace que la película sea sumamente divertida.
Puede que no espectacular, pero sí impactante. Desde el arranque, con ese prólogo que dura casi media hora y que sirve para mostrar simplemente una fiesta, una de aquellas bacanales del cine mudo, donde se hablan de muchos de los problemas de la época. Y a partir de ese momento la llegada a los rodajes, primero sin censura, luego con esa censura, y finalmente con el sonido Cómo evoluciona todo es cómo evoluciona visualmente la película y eso se nota de la mano de Chazelle, que sin embargo comete el error de dejar que la música recuerde demasiado a La La Land, algo que no creo que ayude a la historia. El humor es efectivo, siempre, y nos traslada por la historia hasta que esta se recrudece y se nos congela la sonrisa. Eso sí, los últimos dos minutos sobran por completo y casi arruinan el resto de la película.
Jesús Usero
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