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lunes, octubre 14, 2024
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Crítica de Más que nunca  ★★★★

Crítica de Más que nunca película dirigida por Emily Atef con Vicky Krieps, Gaspard Ulliel

Retrato íntimo acerca del manejo de la inevitable soledad del final esculpido sobre una Vicky Krieps tan abrumadora como los fiordos noruegos.

Aunque esto no se remarque en la película, la palabra “fiordo” tiene su origen en un término nórdico que significa “por donde el viajero pasa”. Con esta mínima información adicional totalmente accesoria, uno ya puede comprender con más amplitud la decisión de la directora germana Emily Atef de llevar a la protagonista de su relato a pasar sus últimos días frente a la enormidad de estas estructuras naturales, sin que su magna belleza sea el único y prosaico motivo.  Así, Hélène, interpretada por una Vicky Krieps tan imperial que continúa trazando hilos invisibles con el espectador lejos de Paul Thomas Anderson, se convierte en esta viajera que afronta la que posiblemente sea una muerte inminente. El diagnóstico de una enfermedad idiopática de esperanza mínima no se ve paliado con la expectativa de recibir un trasplante y decide emprender una búsqueda de reconexión consigo misma en el país norteño tras descubrir la vida que allí lleva Míster (Bjorn Floberg), un hombre operado de cáncer.

La tarea era compleja. Lo que Atef se propone, retrotrae razonablemente a la ingente cantidad de melodramas lacrimógenos conformados alrededor del temor a la muerte, donde la respuesta digna de libro de autoayuda sobrevuela lastimosamente. Por fortuna, y a pesar de un inicio algo tibio, la narración que se termina desarrollando crea una victoria mayúscula capaz de obliterar la irregularidad inherente a tratar un tema tan complejo, pues cualquier respuesta aportaría cinísmo y la extrema frialdad un desapego.

Su gran cierto reside en no obviar de la ecuación que la senda hacia el dejar de ser esconde una trágica contradicción: es un recorrido forzosamente solitario, tanto como la verdadera consciencia del individuo solo lo es sobre sí mismo, pero la partida de este mundo es en realidad un dolor social, pues la ausencia adolece al que se queda y no al que parte. De este modo, el foco abandona rápidamente la perspectiva emocional morbosa del ejemplificar como sentirse ante tal circunstancia y se posiciona iluminando el calado que este tiene tanto sobre Hélène, como en Matthieu (Garspard Ulliel en su último papel), su pareja, y como el reproche doloroso esconde que ninguno de los dos desea sufrir en exceso, colocando la pelota de la decisión tortuosa en el tejado del otro.

En Más que nunca no se ofrecen momentos de iluminación gloriosa que aporten confort, ni tampoco hay un regodeo artístico armado para que el espectador desentrañe un regalo de congoja. Lo que encontramos es puro análisis artístico sincero y pausado, de reflexión tan minimalista como su escueta historia, donde la cámara contempla y habla al observar una respiración que parece no llegar y los diálogos murmurados entre dos seres en negativa a dejarse comprimir por el encuadre aportan el nudo estomacal necesario. Ni siquiera la llegada a esos paisajes paradisiacos se ve traducido en un punto narrativo facilón de redescubrimiento. En absoluto. Como bien se comenta en cierto momento, tienes derecho a decidir hasta donde llevas tu mentira, aunque sea egoísta.

Crítica de Más que nunca película dirigida por Emily Atef con Vicky Krieps, Gaspard Ulliel

Y esto mismo podría sonar a juicio, pero Emily Atef demuestra una madurez desbordante, negándose también ella a permitir que el descomunal trabajo de sus dos intérpretes termine en reduccionismo; otorgando a cada acción de soledad su reacción de dolor ajeno en forma de miradas o conversaciones punzantes y así crear una vía con la que expone una punzante dialectica entre “vivos y moribundos” incapaces de entenderse (algo también mencionado de forma textual) y que termina haciendo explosión en unos 15 minutos finales colosales. No hay un salida buena o mala, solo queda la posibilidad de amarse hasta el tuétano y comprender que llegará un momento en el que el camino no pueda transitarse en compañía.

Ese punto de separación final donde sabes que ese abrazo será el definitivo no es cuantificable ni pronosticable, por mucho que nos empeñemos en intentar darle una veracidad aliviante, y cada uno debe recorrer lo que le ha tocado con la imperfección que es natural. Más que nunca es uno de esos imperfectamente desgarradores finales sin mas espontaneidad que la imposible de reprimir (como atestigua cierta agresión); donde el cine no clarifica si el próximo paseo será o no el último, solo nos lo muestra con precisión.

Miguel Ángel Espelosín

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Miguel Ángel Espelosin
Amante del audiovisual cultivado entre las páginas de Acción y coleccionista de físico. Con la mirada siempre puesta en el cine de festivales y autores

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