Crítica El cuarto pasajero
Crítica de la película El cuarto pasajero
Álex de la Iglesia nos brinda una excelente comedia negra.
Algo que echábamos de menos en la reciente carrera del cineasta, que aunque siempre incluye este tipo de humor en su cine, llevaba un tiempo alejado de películas como La Comunidad o las más recientes El bar o Perfectos desconocidos, ambas de 2017. Cinco años sin que De la Iglesia meta el dedo en la llaga hasta el fondo con nuestras peculiaridades, sociales, psicológicas, emocionales… humanas a fin de cuentas. El cuarto pasajero nos devuelve a ese cine tan ácido y salvaje de De la Iglesia y lo hace con muchísima mala uva, que es la única forma correcta de poder contar una historia así, y con un reparto que está a la altura de lo que plantea la película.
Julián es un tipo que ronda los cincuenta, apocado, educado, ordenado… todos los fines de semana viaja a Bilbao y luego de vuelta a Madrid, y lo hace acompañado en su viaje de gente que a través de una aplicación, paga por ir en su coche. Muchos desconocidos, pero durante los últimos meses ha compartido aventuras, confidencias y trayectos con Lorena, que hace el mismo recorrido semanalmente.
Julián cree estar enamorado de la joven, pese a la diferencia de edad, y planea confesárselo en el viaje, en el que habrá dos nuevos pasajeros. Uno de ellos un completo agente del caos que puede destruir no sólo las esperanzas de Julián con Lorena, sino toda su vida. Pero en ese viaje los cuatro ocupantes, tan distintos y peculiares, descubrirán muchas cosas no sólo sobre los demás, sino sobre ellos mismos.
Hay que tener en cuenta que una parte importante del metraje sucede dentro del vehículo y con sólo cuatro personajes. Ahí brilla el talento del reparto, liderado maravillosamente por Alberto San Juan y Blanca Suárez, con la compañía de Rubén Cortada y, sobre todo, la de un Ernesto Alterio desatado y maravilloso. De la Iglesia aprovecha la química que tiene Alterio y San Juan para crear una bomba de humor y caos andante, que engancha desde el minuto uno. No olvidemos los pequeños pero divertidos papeles de Carlos Areces, Jaime Ordóñez o Enrique Villén, que añaden colorido a lo que la película nos muestra.
No es sencillo mantener el interés visual de la película cuando están los personajes recluidos en un espacio tan pequeño como un coche, pero De la Iglesia juega de forma maravillosa con ese espacio y los pequeños cambios, con los diálogos y las interpretaciones, e incorporando eventos que nos llevan momentáneamente fuera del coche y aportan más dimensión al relato.
Un relato que nos hace reír continuamente de la mejor forma posible, poniéndonos delante de un espejo. Haciendo que nos miremos a nosotros mismos y no podamos evitar descubrir que somos como los personajes de esta película. En el tramo final todo se desmadra y algún elemento no encaja como debiera, pero no vamos a hacer Spoilers. Lo que importa que es que nos encontramos ante una divertidísima y ácida mirada a quiénes somos. Y eso siempre interesa.
Jesús Usero
★