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Crítica El legado película dirigida por Lisa Mulcahy con Agnes O’Casey, David Wilmot, Holly Sturton, Chris Walley
Irlanda nos brinda un nuevo y notable cuento del gótico feminista para amantes de los duelos a la luz de las velas.
De qué va El legado
Basada con cierta libertad en la novela victoriana Tio Silas, el relato nos traslada a la Irlanda del siglo XIX, donde la joven Maud ha quedado huérfana antes de la mayoría de edad, impidiendo que aun pueda gestionar la abundante herencia de su padre sin un fideicomisario. Esto provoca la llegada de su marginado tío y sus familiares a la mansión de Knowl, lo que obligará a la aparentemente inocente muchacha a participar en un juego perverso para defender lo que es suyo.
En absoluto es casualidad, demostrando un ejercicio de actualización memorable, el cambio sustancial que la directora irlandesa Lisa Mulcahy le ha imprimido a la historia original en que se basa El legado. Si en la obra Tio Silas de Joseph Sheridan Le Fanu, nombre destacadísimo de la literatura fantástica esmeralda, la joven Maud se veía obligada a abandonar el hogar paterno tras la reciente perdida y recalar en la mismísima guarida del lobo, para lo que sería este segundo intento de ópera prima (años antes establecerse como mano firme de la televisión británica con Years and years ya se estrenó en cine con una olvidable producción holandesa) la autora de Ridley Road arriesga a invertir su sentido primigenio y transformar los maquiavélicos terrenos del gótico decimonónico en todo un alzamiento del poder femenino ante lo que supone un home invasion en toda regla.
A siglos de lo que podría haber imaginado un escritor coetáneo de títulos como Cumbres Borrascosas, su protagonista (atención al futuro de Agnes O’casey) es convertida aquí en un ser tridimensional capaz de llevar a cabo algo impensable: tomar decisiones desde su mismísimo inicio. Decisiones que van a conformar su carácter y respetar unos movimientos de supervivencia tan necesarios ante el desembarco de su Tío Silas (perfecto David Wilmot) y su tropa de advenedizos, mientras la muchacha descubre el festival de mentiras y secretos que conforman la vida adulta. El frecuente efecto “cometa mecida ante la adversidad” tan inseparable de la supuesta feminidad frágil es sustituido por una inteligentísima postura dignificante donde su eje central gira de la imperante lamentación ante el infortunio hacia el poder de asumir las consecuencias del error y, lo mas importante, tener la voluntad de subsanarlo.
Ni rastro del sufrimiento emocionalmente sadista del que Hitchcock crearía escuela con esa Joan Fontaine desesperada que las pasaba canutas cada vez que veía al ama de llaves en Rebeca (1940). A pesar de su amago inicial, donde nuestra joven de luto ve truncado su movimiento anti-arribista con la inesperada bienvenida del zorro al gallinero y choca con las vicisitudes de un misterio de asesinato al que le cantan las enaguas, las expresiones de horror no tardan demasiado en mutar en un juego perverso donde las mascaras van perdiendo opacidad entre sí hasta alcanzar cotas de verdadera guerra abierta. Eso sí, con la delicadeza irónica anglosajona propia de las cenas a la luz de las velas y el respeto fariseo de quien hace sorna verbalizando preocupación a la vez que se jacta con una gran sonrisa.
La defensa que hace Maud de sus hogar y su legado rápidamente llama a la memoria otra cinta reciente de retorcida similitud, donde Florence Pugh se hizo un merecido hueco internacional. Cierto es que Lady Macbeth (2016) hacia gala de un acabado visual mas depurado (aquí en cambio su sencillez de puesta en escena huele a limitación presupuestaria) y una sensibilidad febril con la que terminaba colándose bajo la piel, pero la pulcritud con la que nuestra joven se dispone a no solo no dejarse amedrentar con amenazas, desdenes o ataques directos sino a devolver el golpe cuando la normativa dicta que lo correcto sería la rendición ante el sufrimiento, convierten la película en todo un sorprendente y notable disfrute. Lejos de cualquier signo de “exploit”, y a pesar de diluir la tensa atmósfera de la novela victoriana donde los personajes secundarios adoptan figuras de mas entereza, sabe encontrar esa masacre invisible fruto de invertir las posiciones de fuerza que tan agusto se celebra. Mas aún cuando viene de quien recatadamente se muestra capaz de arrancar los dientes a su depredadores.
La lucha de Maud por desinfectar su castillo de alimañas y recuperar el control perdido no dejará un poso irlandés tan profundo como el de la silente Cait en The Quiet Girl, sin embargo, da gusto contemplar como la verdadera reivindicación del papel femenino ya ha impregnado incluso la delicadeza de rostros cerámicos del gótico. Una reivindicación ejercida sin aspavientos ni púlpitos (ejem, barbie..) sino con una mirada amenazante hacia un pelele patético.
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Sus formas y fondo retrotaen a otros retorcidos de las historias decimonónicas, como Lady Macbeth (2016)
Miguel Ángel Espelosín
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