Crítica de la película Mank
No es perfecta, pero la nueva película de David Fincher lo parece.
Como una botella de buen vino, y entiendan que quien esto dice apenas bebe alcohol, Mank deja un sabor de boca increíble en el paladar, que mejora cuando pasa el tiempo si cabe. Que te hace querer más, aunque a primera vista quizá no sea el vino más atractivo o en un primer momento uno sienta que le falta algo. Hay que dejarlo reposar unos instantes y dejarse llevar por la nostalgia de ese Hollywood dorado que ya no volverá al que el director nos lleva con un estilo muy marcado y personal, fagocitando el cine de aquella época, para darnos algo nuevo, distinto, relevante y magistral. Mezclando y tomando de todo y de todos para obtener una nueva fórmula que funciona en cada momento.
La vida y obra de Herman Mankiewicz, Mank, desde la perspectiva de la escritura del guión de una de las obras maestras más importantes del cine, Ciudadano Kane, que tuvo que escribir en tiempo récord, con presión por parte del productor de la película y de Orson Welles, convaleciente en cama con una pierna rota y con sus enormes problemas con el alcohol. A través de los ojos de una joven que intenta que escriba el guión, su mujer, sus relaciones pasadas y presentes, sus difusos recuerdos… conocemos quién fue Herman Mankiewicz y por qué decidió enfrentarse al poderoso Hearst escribiendo este guión que luego llevó a la gran pantalla Welles y que pudo costarles a ambos su carrera, y en cierta medida lo hizo. Cambió sus vidas para siempre.
Con un punto de cinismo y amargura, Fincher compone un relato de amor al Hollywood dorado, pero también un relato desmitificador. La película busca contar la historia de los más grandes y hacerles aún más grandes, pero también demostrar lo humanos que eran. Es a la vez, aunque suene extraño, creadora de mitos y desmitificadora. Se puede ver en las grandes cenas lujosas donde se reunían Hearst, Mayer, Thalberg, Marion Davies y el propio Mank, en las charlas posteriores que mostraban la bajeza de más de un personaje. En el propio Mank y sus ideas progresistas, pero su alcoholismo galopante. Y Fincher recrea todo eso, con el guión de su padre, Jack Fincher, que llevaba intentando rodar desde inicios de siglo.
Para conseguir eso necesitas un reparto de garantías. Sobre todo un líder sobre el que poder apoyar tu historia, tu película, lo que vas a narrar. Y en ese universo encuentra ni más ni menos que a Gary Oldman. No es la interpretación de su carrera, pero qué bien se lo pasa el actor dando vida a Mank. Aunque la clave es un personaje femenino de una actriz que no siempre hemos valorado como debemos, Amanda Seyfried, camino también a ser nominada a casi todo por su interpretación de uno de los mitos del cine como es Marion Davies. Y sumamos más talento con Tuppence Middleton o Lilly Collins, pero también con las brillantes versiones de personajes legendarios. El Hearst de Charles Dance, el Welles de Tom Burke, el Mayer de Arliss Howard, el Joseph Mankiewicz de Tom Pelphrey o el Irving Thalberg de Ferdinand Kingsley.
Y sí, la película camina sobre una fina y peligrosa línea entre lo actual y perderse en la nostalgia. El discurso, el arranque… esas escenas de las salas de guionistas… Todo sabe a años 30 y 40. Visualmente impresionante, la película homenajea a todos los clásicos habidos y por haber, con Welles y las producciones RKO a la cabeza, sobre todo el cine negro. Pero logra mantener el equilibrio y dar esa mezcla de sabor añejo y modernidad imprescindible para que funcione la historia, como son los diálogos, el cinismo de Mank, su humor o esa discusión con Welles que es el alma de la película. Aunque a veces como en el discurso en la cena se le escape brevemente el objetivo… el resultado sigue siendo una película fascinante, vibrante y llena de vida. Una joya moderna que parece rodada, a veces, hace 80 años.
Jesús Usero
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