Crítica Puntos suspensivos película dirigida por David Marqués con Diego Peretti, José Coronado, Cecilia Suárez, Georgina Amorós
Necesita la complicidad del espectador para desarrollar su paseo por la intriga
Cuatro personajes y muchas preguntas en torno a un asesinato se dan cita en esta propuesta de autorreflexión sobre el género de suspense.
El suspense como alegoría
Las novelas de clímax y telón y los enigmas de asesinato en cuarto cerrado sirven de sustrato a esta película, junto con otros referentes más cinematográficos, quizá demasiado evidentes, de los que hablaré más adelante, para salir adelante en su reflexión sobre asuntos que van más allá del género de suspense de cuyas claves devora ávidamente.
El ego, la envidia y algo de síndrome del impostor se dan cita en esta fábula que en sus mejores momentos consigue romper su envoltorio de trama de intriga para manifestar plenamente su verdadera naturaleza.
Puntos suspensivos interesa más como alegoría de problemas más cercanos y estimulantes para la reflexión que las previsibles y algo tópicas respuestas a los enigmas detectivescos estilo Agatha Christie. Me refiero a temas como la falta de talento creativo que cursa en angustia creativa y el desbordado ego nunca satisfecho e incluso estimulado por la máquina de recompensa en “me gusta” (los codiciados likes) que tarifica la venta de la intimidad de los influencers de nuestros días.
Vivimos en un mundo de máscaras como las que astutamente reparte la película por el decorado que constituye el entorno del protagonista. Un mudo falso, donde la verdad está en busca y captura y los seudónimos y avatares se han convertido en los reyes de la impostura y el despropósito en las redes sociales, garantizando en su función de máscaras el cobarde uso de la libre expresión reconvertida en arma cargada para el insulto y el linchamiento.
Un mundo donde la opinión pierde su santo nombre por carecer de fundamento sólido sobre la información, la formación o la experiencia que deberían ser las comadronas del criterio propio, pero en nuestros días se les antojan a muchos y muchas unas herramientas demasiado exigentes y de laboriosa adquisición como para tenerlas en cuenta frente a la más inmediata y contundente pancarta reconvertida en arma de destrucción masiva y el berrido furioso lanzado desde los múltiples púlpitos que nos ofrecen las nuevas tecnologías.
En su naturaleza más alegórica, viajando más allá de su capa más bromista que invita a la sonrisa a los aficionados al suspense como juego de metanarrativa posmodernista, Puntos suspensivos encaja y se hace eco de ese mundo con algunos guiños que manifiestan muchas más capas en su complejo puzle creativo de las que salen a la luz con una mirada más superficial y apresurada.
En ese sentido de juego continuado con el suspense convertido en alegoría de la realidad opera por ejemplo la alusión musical a Vértigo (1958), clásico de Alfred Hitchcock al que alude igualmente una de las portadas de los libros y que queda incluido igualmente en esa fusión de títulos de crédito finales a medio camino entre los de una película de Pedro Almodóvar y una película de don Alfredo, el maestro del suspense siempre empeñado en darle información al espectador al mismo tiempo que lo engaña y se lo dice en su cara, que es precisamente lo que hizo en Vértigo y lo que pretende hacer Puntos suspensivos.
Pero si rascamos un poco más, encontramos que esa cita o guiño está íntimamente ligada a la propia naturaleza de suplantación y giros que propone la trama a sus personajes y al propio público, entrando en un juego más interesante de reflexión sobre el papel del lector o espectador consumidor del relato de intriga en su paseo por el laberinto de pistas manipuladoras que se nos proponen.
En el mismo, se advierte también cierta huella de la mezcla de intriga con breves pinceladas de terror a pie de tumba aludiendo, como no podía ser menos, a Edgar Allan Poe, que fue el creador de Auguste Dupin, el primer detective de la novela criminal moderna.
En todo ese conjunto, que incluye el uso de objetos significativos que tan caro era a las construcciones de suspense de Hitchcock, como las máscaras, los pósteres de los libros publicados, o la réplica de la Boca de la Verdad de Roma que esconde ese pendrive con forma en modo alguno casual de reina de ajedrez bicolor (la dualidad es otro tema interesante de la propuesta argumental de distintas maneras), me ha gustado especialmente por su capacidad para resumir en un solo plano toda la situación de los tres personajes principales ese plano general mantenido de la representante y el amigo buscando el pendrive en el despacho del escritor.
En el mismo, sin estar presente, podemos ver al protagonista atrapado en la tensión de escribir su próxima novela frente al ordenador y teniendo a su espalda todo el peso de los libros que ya ha publicado. Una perfecta definición de la angustia del protagonista, creador impostor en discusión perpetua con su esquivo talento creativo que carece de confianza en sí mismo por los motivos que ya a esas alturas nos ha revelado la trama.
Actores y referentes
En la estructura que plantea la película, que inicialmente me recuerda mucho un largometraje imprescindible, La huella (1972), dirigida por Joseph Leo Mankiewicz e interpretada, en cara a cara titánico, por Laurence Olivier y Michael Caine, o incluso más su variante, La trampa de la muerte (1982), de Sidney Lumet, con Caine, Christopher Reeve y Dyan Cannon, está bastante claro que la clave esencial para que la película funcione son sus actores, y en este reparto convocado para Puntos suspensivos a José Coronado le corresponde desatarse como figura mefistofélica sirviendo como motor para el espectador y a Georgina Amorós le toca ser, en su breve pero contundente intervención, la luz que enciende la trama en un momento clave de punto de giro que va a redefinir toda la trama.
En ese reparto, a Diego Peretti y Cecilia Suárez les tocan los papeles más tópicos y precisamente por ello menos agradecidos, moviéndose continuamente en la esfera narrativa de ese juego de intriga más convencional que no es lo más interesante de la película.
Una trama que en sus giros y en su búsqueda de complicidad con el espectador, desordenando los capítulos de la intriga en otro juego posmoderno, se arriesga a zambullirse en el tópico en su arranque para ir creciendo mientras desvela su verdadera identidad desprendiéndose de sus capas como cebolla de intriga, hasta llegar a un desenlace reivindicativo de la estructura circular que manifiesta habitualmente el juego entre el relato o la película de suspense y su consumidor.
Miguel Juan Payán
Crítica Puntos suspensivos
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