Crítica de la película El año de la plaga
Disparatada y fallida revisión de La invasión de los ultracuerpos.
Después de reflexionar sobre la película de Carlos Martín Ferrera, director de la interesante Zulo, se puede decir que ese es precisamente uno de sus pocos puntos fuertes: la autoconsciencia. No engaña a nadie, no va de lo que no es. Sabe que es un homenaje a la película de Don Siegel y al remake de Philip Kauffman y abraza su condición, pero de ahí nacen también todos sus defectos: no aporta nuevas ideas más allá de darle al género de ciencia ficción cierto aire cañí y la dirección plana y sin garra tampoco potencia un libreto al que le faltan revisiones y presupuesto para poder exprimir sus posibilidades en pantalla.
Las referencias son tan constantes que, llegados al segundo acto, el personaje protagonista interpretado por Iván Massagué directamente cree estar en otro remake de la película. La primera parte, una rom-com televisiva en la que está apoyado por su grupo de amigos e intenta superar una ruptura amorosa citándose con la despampanante Miriam Giovanelli, resulta hasta cierto punto simpática. Sin embargo, cuando arranca el entramado de intriga con las plantas y las sospechas de que dobles sin emociones están ocupando el lugar de los humanos es cuando El año de la plaga traiciona el espíritu de la novela en la que se basa sin obtener resultados y se convierte en un fan film de La invasión de los ultracuerpos.
En un momento de la película, el personaje de uno de los amigos, interpretado por Canco Rodríguez, critica la nueva película de George A. Romero por tomarse demasiado en serio el género en lugar de apostar por una serie B desprejuiciada. Ferrera intenta darle ligereza a la novela homónima de Marc Pastor, resultando en un caos tonal difícil de digerir. Si la novela apostaba por el terror y el thriller, la película solo lo bordea en su segunda mitad con las visitas del protagonista, asistente social, a las familias para comprobar qué está ocurriendo, pero cae en un costumbrismo y humor facilón que resulta inexplicable cuando en el clímax vira hacia el drama para encontrar soluciones argumentales (¿alguien se cree lo de Mauthausen y el enlace con los dobles extraterrestres?) o intenta imitar, con escasos medios, la aventura distópica de Los últimos días. Cuando se quiere hacer ciencia ficción con poco presupuesto el mejor aliado es un guión inteligente, y sino que se lo pregunten a Ward Byrkit y su Coherence.
Ese caos tonal también se traslada a los personajes, hasta el punto de que cuesta entender el efusivo romance del tópico personaje de Giovanelli con el protagonista y por qué lo acompaña en la aventura, cuando el de Silvia Abril tiene razones de peso para hacerlo, además de más vis cómica y química con Massagué. Por otra parte, el de la ex latina del protagonista también es presa del estereotipo y resulta cargante por su histrionismo, que se desata especialmente en la exagerada y ridícula escena que homenajea a La cosa de John Carpenter. Se salva Massagué que, aun interpretando al típico friki que encuentra soluciones en las películas para cualquier aspecto de la vida, demuestra sus dotes para el drama. Es una pena el resultado porque la película podría haber sido una gozosa gamberrada.
Alejandro Gómez
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