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viernes, abril 26, 2024
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EL HOMBRE CON RAYOS-X EN LOS OJOS: Del ganador del Óscar, Roger Corman…

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Uno creía que el nombre de Roger Corman no aparecería nunca escrito al lado de la palabra “Oscar”, pero tras 389 películas como productor y 90 como director (faceta de la que lleva apartado desde 1990), la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas tuvo el enorme acierto de premiarle este año con el Óscar honorífico, galardón que también tuvieron el honor de recibir la maravillosa Lauren Bacall y el director de fotografía Gordon Willis. De esta forma, Corman, el rey de la serie B, el factótum de la rentabilidad cinematográfica, obtuvo su estatuilla. Y yo me alegré mucho…

El cine siempre ha estado ligado a la dualidad arte-industria. Corman se cargó la primera de las consideraciones, lo cual siempre podrá ser discutido dado el carácter subjetivo del término “arte”. Pero, ante todo, el cine siempre fue, para Roger Corman, una fabulosa industria, un lego caótico en el que él situaba las piezas a su manera, de forma que siempre existía un espectador contento con el edifico de piezas desmontables que el productor había creado, aunque dicho edificio fuese muchas veces de dudosa condición artística. Pero un tipo que escribe un libro titulado Cómo hice 100 films en Hollywood y nunca perdí un céntimo tiene que ser ineludiblemente un tipo interesante. La concesión del Óscar, a sus 84 años, me ha animado a hablar en este blog de la película que a mi más me gusta de las muchísimas que componen su filmografía. El Hombre con Rayos X en los Ojos es, quizás, la mejor muestra de las intenciones de Roger Corman, la que mejor refleja el espíritu con el que este entrañable hombre hace cine: cine, por supuesto, de género, con pocos recursos pero infinita ambición, cine de sobremesa, o de noches de Halloween, cine para no pensar, para soñar entre monstruos, científicos locos, mutaciones genéticas y, claro, personajes de Edgar Allan Poe que cobran vida cinematográfica gracias a nuestro hombre. El maestro de ceremonias Corman nos invita a una sesión de cine que se puede calificar de todo menos de pretencioso. Se abre el telón, y comienza una función tan divertida como barata…

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El Hombre con Rayos X en los Ojos se estrenó en 1963, en los años en los que Roger Corman encandilaba a los amantes del fantástico con aquellas intrépidas adaptaciones de los libros de Edgan Allan Poe. Películas como El Cuervo, La caída de la casa de los Usher, La Obsesión o El Pozo y el Péndulo, constituyen, sin duda, los mejores trabajos del productor, que en estos casos se colocó también detrás de las cámaras. Y, al lado de estas pequeñas maravillas, se sitúa, en mi opinión, la película que nos ocupa, protagonizada por un Ray Milland que ya había trabajado con Corman precisamente en La Obsesión. Milland es la película, carga con todo el peso de una historia tan simple como efectiva, en la que interpreta a uno de los estereotipos más clásicos de las historias de terror y aventuras que se podían disfrutar en los cómics y las películas de los 40, 50 y 60: el mad doctor, el sabio transtornado que se enfrenta a su gran descubrimiento rebosante de poder y ambición, aunque las primeras intenciones de nuestro doctor James Xavier sean de lo más loables…Pero, como en tantas y tantas historias, la incomprensión de sus colegas ante el progreso, y la consideración (no del todo injusta) del científico como un absoluto chiflado, le llevarán a un interesante lado oscuro…

Como el propio título indica, nuestro protagonista es capaz de ver a través de los objetos, gracias al preparado que se echa en los ojos, fruto de su condición de oftalmólogo. Ver a Milland con la bata blanca, celebrando el éxito de su audaz experimento, nos remite, como dije antes, a ese personaje recurrente en la ficción de aquellas décadas de buenos y malos. Y resulta emocionante ver a un actor de su talla comprometerse con semejante locura de proyecto, tan alejado, por ejemplo, de la película con la que le descubrí en mi infancia, el Crimen Perfecto de Hitchcock en la que Ray Milland interpretaba al pérfido Tony Wendice, que preparaba un astuto plan para asesinar a su encantadora esposa, la dulce Grace Kelly. Pero antes, cuando un actor era bueno, no entendía de trabajos alimenticios, ésos que tanto aceptan sin pestañear los mejores de hoy en día. Milland estaba espléndido en Crimen Perfecto, pero no lo estaba menos en un papel mucho más frívolo como el del doctor James Xavier.

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Todo es “mínimo” en la película. No sólo el presupuesto, sino la sensación que se desprende del visionado de una producción que aprovecha al máximo lo interesante de su propuesta argumental, y, por supuesto, el buen trabajo de un actor grandioso. Mínimo es el metraje, con 79 minutos aprovechados, eso sí, al máximo. Mínima es la historia, mil veces vista y mil veces contada en el cine de género. Pero todo ese minimalismo contrasta con la máxima satisfacción que produce ver una película deudora de alguno de los más importantes movimientos vanguardistas de la época, con esos coloridos que remiten a Andy Warhol, y esa ingenuidad propia del cine virgen, liberado de presiones y pretensiones artísticas e industriales, al tratarse de un proyecto alejado de los grandes estudios. Y es que Roger Corman, era, ante todo, independiente. Los buenos momentos no sólo nos llegan con las desventuras de Ray Milland, sino con escenas tan locas y bizarras como ese guateque en el que el protagonista asiste a los efectos de su pócima que le permiten ver desnudos a todos los asistentes. Y mención especial para el final, tan sorprendente como desgarrador…

Algo tiene el cine fantástico que cuando te llega, te deja un halo de satisfacción incomparable. No es alto el porcentaje de películas que lo consigue, y menos en una época como la nuestra en la que las vísceras, el gore y los redundantes argumentos echan por tierra cualquier posibilidad de disfrute. Pero por eso resulta tan gratificante recuperar ese cine que tan buenos momentos hizo pasar décadas atrás. Corman, como la Hammer y antes los monstruos de la Universal, forma parte de mi imaginario cinéfilo, y logró fascinarme con aquellas películas que me hicieron leer compulsivamente a Poe. Y, entre medias, me regaló algún caramelo como El Hombre con Rayos X en los Ojos, una película repleta de encanto y enormemente entretenida.

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Junto a Ray Milland, aparecen en el reparto varios rostros desconocidos, y uno que a los de mi generación nos hace esbozar una sonrisa entrañable. Dick Miller es uno de los asistentes al show de barraca que el doctor James Xavier, huído ya de su vida como médico, ofrece para recaudar dinero mostrando sus “poderes”. Miller es uno de esos secundarios que se te quedan en la retina cuando les ves en producciones que te marcan en la infancia. Era un habitual del cine fantástico de los 80, con participaciones pequeñas pero recordadas en Gremlins, Exploradores, Terminator o El Chip Prodigioso, además de aparecer en un par de episodios de la mítica serie V.

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Sirva este artículo para homenajear y recordar a una de las personalidades más fascinantes de la historia del cine. Roger Corman hizo siempre lo que le dio la gana, proporcionó diversión y entretenimiento a todos los que disfrutaron alguna vez con alguna de sus películas, y además ganó dinero. Hizo bodrios, muchos, pero también pequeñas maravillas como ésta. Y ahora, además, tiene un Óscar. Se lo merece.

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