Confuso remake de El secreto de sus ojos de Juan José Campanella, que dirige con un pulso algo desafortunado Billy Rae.
Trasladar a la escena estadounidense la historia del filme argentino que ganó el Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa en 2010 no ha sido de una tarea fácil, y eso que el propio Campanella ejerce como productor del filme. Para empezar, los ingredientes que requiere un thriller made in USA son notablemente diferentes a los que nutren un producto de igual género en otras latitudes. Tal realidad llevó a los responsables del proyecto a promover cambios sustanciales en la historia original, acción que ha desencadenado un sinfín de desajustes, que distancian notablemente los resultados de esta cinta con respecto a su precedente y modelo suramericano.
En la citada traslación al mercado anglosajón, la trama tiene lugar en la ciudad de Los Ángeles, un año después de los atentados del 11-S. Allí es donde trabaja la unidad antiterrorista que protagoniza el largometraje. Entre ellos se encuentra el eficaz Ray Kasten (Chewetel Ejiofor): un hombre llegado del departamento de la policía, que se toma su labor de manera obsesiva. A su lado se sitúan la entregada Jessica Cobb (Julia Roberts) y una brillante universitaria llamada Claire Sloane (Nicole Kidman). La tarea del equipo es complicada e intensa, dedicada a neutralizar células de extremistas islámicos. Hasta que un día reciben el mensaje de que una joven muerta ha sido localizado en un contenedor de basura, cerca de una mezquita que la unidad vigilaba desde hacía tiempo. Cuando los inspectores llegan al sitio del homicidio, Kasten descubre atónito que la fallecida es la hija de Cobb.
A partir de aquí, la trama salta hacia el futuro, en el que los mismos personajes se vuelven a ver, para intentar detener al asesino de la chica; ya que la burocracia se lo impidió en el pasado. Investigación que les pasará una factura demasiado alta en sus vidas.
Con continuos flashbacks, Billy Ray narra la historia sin claridad y con ritmo cansino, a través de un desarrollo reiterativo y desangelado. Estos elementos hacen que el aparente misterio pierda interés conforme evoluciona el argumento, debido sobre todo al mareante rompecabezas que el director pone en escena. En medio de semejante laberinto, los encargados del maquillaje se unen a esa sensación de languidez resolutiva, al diferenciar la parte pretérita y la correspondiente a la actualidad únicamente por las canas del papel de Ejiofor, o por la largura de la melena que luce la abogada a la que encarna Kidman.
Estos apaños desconcertantes impiden la implicación absoluta con el caso que investigan los protagonistas, y provoca también que las actuaciones del cuadro interpretativo sean percibidas como exageradas y un tanto artificiales.
Bajo semejante planteamiento, es un tanto incomprensible la determinación de Ray Kasten por acabar con la vida del supuesto homicida; mientras que tampoco se percibe como efectiva la relación amorosa que éste siente hacia el personaje de Kidman, y que nunca confesó.
No obstante, pese a los lastres que contribuyen a desinflar el necesario suspense, las tablas de Ejiofor, Kidman y Roberts ayudan a que los daños en la movie queden minimizados ostensiblemente.
Jesús Martín
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