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viernes, mayo 3, 2024
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En el límite del amor ***

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Con dos años de retraso casi llega En El Límite del Amor a España. Sí que es verdad que, como en más de una ocasión hemos dicho, no es fácil vender un drama romántico al público moderno, más interesado en otras parafernalias (tan dignas como cualquiera, sin lugar a dudas. Y tan entretenidas o más), que en historias dramáticas sobre personajes, relaciones y situaciones más o menos adultas. Pero también es cierto que no es lógico que la película llegue a España tras haberse estrenado ya casi en todo el mundo, bien en cine o en DVD.

Y es una lástima porque En el Límite del Amor es un drama sólido, bien estructurado, con unas interpretaciones magníficas y una presentación visual de los más envolvente, llena de hallazgos y de virtudes. No llega a ser una película perfecta, ni siquiera una muy buena. Pero sí que es un drama con tintes épicos y trágicos que deja un buen sabor de boca.

Quizá no es muy conocido entre nosotros, pero el poeta galés Dylan Thomas está reconocido como uno de los grandes autores del siglo XX en lengua británica. También como un borracho empedernido, algo egocéntrico pero brillante, que en el Reino Unido es muy recordado por sus brillantes locuciones en tiempos de guerra para la BBC. Sea comos ea la historia aquí gira en torno a Thomas (Matthew Rhys) durante la segunda Guerra Mundial. O, para ser más exacto, en torno a las mujeres que al parecer rondaron la vida del poeta, su mujer Caitlin (Sienna Miller) y su amor de la adolescencia, Vera (Keira Knightley). Un encuentro casual cuando Vera interpreta para los refugiados del metro de Londres, les lleva a una historia de pasiones, celos, amor y amistad, con las dos mujeres como protagonistas, y con un último vértice, el amor de Vera, el capitán William Killick (Cillian Murphy).

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Estructurada en dos partes perfectamente diferenciadas, sobre todo a nivel visual, la historia se reparte entre ese Londres continuamente bombardeado durante la guerra, y un Gales verde, vivo e idílico en el que se refugian sus personajes cuando William parte al frente. Casi como dos películas diferentes, unidas por una historia (lo más flojo del conjunto), que da sentido al resultado final.

Curiosamente la historia está basada en la experiencias reales que la abuela de una de las productoras de la cinta tuvo con Thomas y su mujer, así como su abuelo que luchó en la guerra. Un interesante punto de partida del que no se sabe qué sucedió realmente y qué es parte de la película.

Al frente de la película John Maybury, a quien algunos recordarán por su trabajo como director de The Jacket, y otros le agradecemos que dirigiese dos episodios de la inconmensurable Roma. Su estilo visual, sobre todo en Londres, está lleno de aportes, de inventiva. Luces y sombras, niebla, colores ocres y sepias, vida y muerte… Las escenas dentro de un pub, donde parece no haber guerra, para caer una bomba cerca acto seguido y, tras la conmoción, seguir las risas y la música. La composición, la puesta en escena, el detalle (imprescindible el tabaco y fumar como arma de seducción, y si no, atentos a la escena del tren)… Una lástima que camino de Gales las cosas decaigan un poco y el director parezca no saber aprovechar el paraje preciosista que la naturaleza le brinda. Como si le interesase menos esa parte de la historia. O como si no tuviese suficiente historia que contar.

Ahí es donde realmente decae la película. No es capaz de mover la historia con suficiente pulso, con claridad, entre géneros y tramas. ¿Es un drama? ¿Es una historia de amistad? ¿De un triángulo o un cuadrado amoroso? ¿De la guerra y sus miserias? Pues es todo eso y más. Es decir, que abarca demasiado y no se entra en las partes más interesantes del relato, lo que tiene más miga, como la amistad, sincera, profunda y casi romántica entre Vera y Caitlin. El guión queda frío. Inerte. Como si le faltase sangre. Y el director parece más interesado en visualizar su inicio que en levantar el tramo final de la historia, donde todo queda lacio y desganado. Helado casi.

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Todo lo dicho anteriormente parece nunca afectar a un grupo de actores en estado de gracia. Desde la conmovedora fuerza de Keira Knightley, sublime en su ternura y casi inocencia, poderosa en las canciones que ella misma interpreta, desesperada en la distancia de su amor, a Sienna Miller, que demuestra que aquellos que la catalogan de simple imán de paparazzis se equivocan y mucho. Su personaje siempre al borde de la locura y la tragedia, lleno de una aparente fuerza y terriblemente frágil por dentro, es una verdadera revelación (y ojo a su forma de fumar, repito).

Y sin embargo, es durante el trecho final de la cinta donde Cillian Murphy hace gala de una sutileza enorme y nos distrae la atención completamente de lo que se supone el núcleo de la historia. Es Matthew Rhys quien, sin estar mal, no alcanza el nivel de sus compañeros. Y se nota. Su personaje no es un perdedor simpático, sino un narcisista borracho con un talento desbordante que no parece aprovechar. Es un personaje que cae antipático, sí. Pero es que además el actor no logra darle toda la fuerza necesaria. Queda todo muy “light”

Alguna vez he oído y leído que en este tipo de dramas no importa tanto la historia como las emociones que quedan. Y aquí quedar, queda poco. Queda la sensación de algo bueno que podía haber sido mucho mejor. Queda una imagen algo fría, que se eleva por momentos para luego caer en lo anodino. Quizá si el guión hubiese estado más trabajado, o el director hubiese puesto más empeño hacia el final de la historia. Pero sólo por los actores ya merece la pena echarle un vistazo.

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