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martes, mayo 14, 2024
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Frankenweenie ****

Frankenweenie ****

Frankenweenie, gran homenaje al cine de terror. Tim Burton rejuvenece y se redime de la pobreza de sus últimos trabajos.

La nueva versión en largometraje de Frankenweenie es mejor que Pesadilla antes de Navidad y La novia cadáver y me ha gustado más que el último trabajo de Tim Burton como director en imagen real, Sombras tenebrosas. Nunca he sido uno de los entregados e incondicionales admiradores de este director, aunque reconozco que tiene en su filmografía varias grandes películas entre las que destacan Eduardo Manostijeras, Ed Wood, Sleepy Hollow o Marte Ataca. No, no se me ha olvidado citar sus dos Batman. Tienen personalidad, no cabe duda, pero a los que no les perdono su visión del Hombre Murciélago tan cercana a la serie de televisión de los sesenta y tan lejana a lo que se estaba haciendo con ese personaje en ese mismo momento en los cómics. Me resulta difícil encajar su visión del personaje con Michael Keaton, especialmente en un momento en que las viñetas estaban dando visiones de Batman como Batman Darknight o Batman: Año Uno, ambas de Frank Miller. Le agradezco, eso sí, su visión de Catwoman, insuperable Michelle Pfeiffer. En cuanto al remake de El planeta de los simios creo que es mejor correr un tupido velo.

Sin embargo en su nueva versión en formato de largometraje de Frankenweenie, aquél cortometraje que Tim Burton rodó en 1984, se dan cita las mejores características del talento del director para mezclar humor y terror, ingenuidad casi infantil y madurez sarcástica extrema, que son los elementos que más me interesan de su filmografía.

Persistente en su inclinación por hacer de los monstruos los verdaderos protagonistas de sus películas, mientras relega a los humanos bienpensantes al segundo plano de los antagonistas, Tim Burton parece haber conseguido escapar en este dibujo a todas las etiquetas y comentarios laudatorios que le lanzan sus fans y apartándose de sus tics y sus tópicos más obvios, vuelve a encontrarse a sí mismo con una frescura que no le conocíamos desde hace tiempo y que sin duda le faltó en Sombras tenebrosas. Vuelve a asomar en esta producción de animación algo del espíritu de frescura y revolución contra las tradiciones del cine más convencional que animaban sus primeros largometrajes, La gran aventura de Pee Wee y Bitelchús, rompiendo con lo previsible que se han vuelto sus películas en los últimos tiempos. El reencuentro con su pasado como creador, con ese perro que vuelve de la tumba a imitación de Frankenstein es un bálsamo perfecto para que Burton pueda superar las devastadores consecuencias de su conversión en una especie de institución creativa, un director de culto del que se esperan e incluso exigen una serie de lugares comunes. Frankenweenie le ha permitido incluso reírse de sus propios tics, de esos tópicos y lugares comunes de su filmografía, con la misma elegancia mezclada con cierto tono gamberro que son lo mejor de sus mejores películas. La sátira del género de terror, de los personajes y títulos de culto del miedo en el cine, planea continuamente sobre esta producción de animación en bellísimo blanco y negro, al que Burton le saca un gran partido estético tendiendo un puente visual con las clásicas películas de la Universal de los años treinta y cuarenta dirigidas por maestros como Tod Browning y James Whale, las versiones de Drácula o Frankenstein protagonizadas por Bela Lugosi y Boris Karloff. Burton incluso se permite ir más allá en el homenaje a aquellas visiones del terror y somete a la disciplina del blanco y negro la versión de Drácula producida en color por la productora británica Hammer Films y protagonizada por Christopher Lee, en un momento mágico en que nos muestra a los padres del protagonista viendo dicha película en su televisor. Es un guiño poético con los aficionados, un homenaje tan logrado como el que convierte a una imagen perfecta de Vincent Price en el profesor de ciencias que estimula la imaginación y la curiosidad de sus jóvenes alumnos con experimentos, mientras critica a los padres abiertamente por tener una mente cerrada. Introduce así de paso el director uno de los temas recurrentes de su filmografía, una de sus constantes como autor, que no es otra que la celebración de la infancia opuesta a la pérdida de la imaginación y la inocencia que se da entre los adultos. El breve pero contundente discurso que lanza a los padres el profesor de ciencias es así uno de los mejores chistes de la película al miso tiempo que una perfecta declaración de principios del propio director.

Pero además del festival de guiños en el que también tienen lugar reservado ecos de La novia de Frankenstein, Godzilla y su prima Gamera o los disparatados y gamberros Gremlins, que el director utiliza a modo de gran traca final para completar su fábula, complementando un arranque que parece sacado de Toy Story, lo mejor de Frankenweenie es su ritmo narrativo fluido, sin altibajos ni trepidaciones forzadas, arropado con la sencillez y la verdad que siempre acompaña a los grandes clásicos. Llama la atención la capacidad de Burton para aislarse del ambiente y las características del cine actual para encontrar su propio camino y la personalidad de su historia desarrollando para la misma un grupo de personajes que merecen figurar entre sus creaciones más logradas. Los niños protagonistas de esta historia son un encuentro feliz entre los grandes personajes del terror clásico y la actualidad cotidiana que podemos encontrar en cualquier escuela de nuestros días. En su alma, tanto visual como narrativa, y en estos personajes a caballo entre lo cotidiano y lo fantástico, Frankenweenie tiene mucho de Eduardo Manostijeras. Y no me refiero sólo a esos planos de la localidad en la que tiene lugar la historia, que son un reflejo casi perfecto del barrio en el que Johnny Depp viviera sus aventuras entre las amas de casa de aquella otra película.

Frankenweenie es además una película repleta de pequeños detalles que son grandes momentos de cine, como la niña del gato ofreciéndole sus escatológicas profecías al joven Víctor, o la manera en la que el padre del protagonista convence a su hijo para que acuda al partido de béisbol y no se convierta en un friqui de las ciencias.

Entretenida, disparatada, trepidante, gamberra, sin complejos. Así suelen ser las mejores películas de Tim Burton cuando se libera de la etiqueta de director de culto que tanto le pesa algunas veces a su cine. En Frankenweenie Burton rejuvenece como creador, vuelve a sus raíces y completa uno de sus mejores trabajos.

Miguel Juan Payán


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