Crítica de la película Green Zone: Distrito protegido
En principio lo que hace Paul Greengrass en Green Zone: Distrito protegido no es otra cosa que trasladar las claves de su replanteamiento del cine de espionaje en la saga de Jason Bourne a los primeros tiempos de la invasión de Irak, cuando el tema de las armas de destrucción masiva que supuestamente tenían los iraquíes preparadas para conquistar el planeta, cual marcianos de Tim Burton, se convirtieron en el McGuffin más buscado de la era Bush. No era para menos, ya que si hacemos memoria tal asunto fue la excusa esgrimida por los Estados Unidos y sus aliados para invadir el país… y luego no aparecieron las dichas armas por parte alguna.
Pero hay más cosas interesantes en la película.
Habría resultado no obstante muy fácil para el director zambullirse gustosamente en un espectáculo de acción sin trabas o ponerse panfletario con el tema de la conspiración, pero ése no sería el estilo Greengrass. Lo que más interesa de esta película es precisamente esa otra vuelta de tuerca que se le da al tema central: la manipulación de la verdad y la execrable sumisión de los medios de comunicación al poder, alentada por el terror desatado por los atentados del 11-S y amparada bajo la sombra de la resurrección del estado como paternalista sobreprotector de los ciudadanos totalmente liberado de las trabas morales y los controles de rigor.
Ese “papá estado” del “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, al que solemos invocar cuando la realidad nos impone el zarpazo del miedo, inoculado en esta ocasión en las venas de nuestra sociedad autocomplaciente a través de los ataques terroristas, es el verdadero Kraken que se ha adueñado de la historia reciente, más temible que el bicho que aparece en Furia de titanes. Porque, señores, conviene no olvidarlo: vivimos en estado de guerra.
Simplemente, estamos en guerra, no en “misión de paz”, como pretenden algunos de nuestros políticos en un impúdico alarde de optimismo injustificado en cuanto a su limitadísima capacidad para vendernos humo.
Greengrass es más cauto a la hora de hablarnos del asunto, y disfraza astutamente el posible mensaje que pudiera tener su película, en definitiva una trama de denuncia de la conspiración bastante fiel a la fórmula de este tipo de relatos, con los abalorios más elaborados y brillantes del cine de acción, llevándonos al epicentro de la invasión de Iraq, el distrito protegido que se cita en el título elegido para acompañar a la película en la cartelera española.
Su intriga en pleno entorno bélico tiene toda la capacidad de evocación y seducción que exhiben los mejores ejercicios de hibridación de géneros del cine reciente y además da muestras de una coherencia y equilibrio ejemplar en las dos historias principales que centran el relato.
La historia principal es obviamente la búsqueda de las armas de destrucción masiva, que evoluciona hacia una búsqueda de la verdad por parte del protagonista. Pero la película no está completa y sería menos brillante sin el punto de compensación y equilibrio que aporta la subtrama, no menos importante. Nace ésta en esa especie de isla en el paisaje bélico que es el distrito protegido. En ella reina el político manipulador y sinvergüenza interpretado por Greg Kinnear, cuyo pulso con la periodista-mascota y “domesticada” a la que da vida Amy Ryan va creciendo a medida que avanza la trama, mostrándose finalmente incluso más importante como tema central de la misma que la búsqueda de la verdad por parte del héroe, toda vez que dicha búsqueda se salda con el descubrimiento de una trágica mentira que se despliega como una especie de rosario de engaños y corrupción, recordándonos la frase “planes dentro de planes” que pronunciaba la bruja Bene Gesserit en la novela Dune de Frank Herbert.
En el desenlace entendemos que el verdadero corazón de la historia está representado por esa doble búsqueda de la verdad que llevan a cabo los personajes del soldado y la periodista, el primero esperando encontrar respuestas y la segunda temiendo encontrar las respuestas que ya se ha dado a sí misma. Y ambos representan el desengaño que preside el acto final de toda la trama y nos alcanza doblemente como espectadores de la película y como espectadores en la vida real de esta lamentable representación de la mentira que forma ya parte vergonzosa e indeleble de nuestra historia reciente.
Pero no teman. Para llegar a todo ello Greengrass no cocina un paseo panfletario y aburrido desde el púlpito de la tragedia, sino que nos sube a un trepidante tren de secuencias de acción lanzado a toda velocidad por las calles de Bagdad, en una trama de intriga con tensión creciente a la que se van incorporando nuevos personajes y situaciones con la narrativa reportajeada de que hacen gala las mejores series de acción facturadas por la pequeña pantalla en nuestros días y que tan buenos resultados suele dar cuando se aplica con coherencia y eficacia en las películas concebidas para la pantalla grande.
Quiere esto decir, para ser aún más claro, que Greengrass nos sitúa en el mismo centro de la acción, justo tras los talones del protagonista, dando como resultado una de las mejores películas de acción del año.
Visualmente intensa y narrativamente muy clara en su manera de exponer la trama de conspiración, Green Zone pone sobre la mesa uno de los principales talentos de su director: facturar eficaces películas de acción sin poner en duda ni ofender la inteligencia del espectador.
Llama además la atención lo hábil que es para hablarnos de la prostitución de los medios de comunicación sin cargar las tintas, a través de ese personaje de la periodista que pasa casi como una sombra por el relato arrastrando sus miserias de un modo más sobrio y contenido e incluso más demoledor, por ser menos obvio y no tirar de justificación personal alguna, que el que en su momento exhibiera el personaje interpretado por Meryl Streep en Leones por corderos, otra interesante película que se planteaba la sumisión de la prensa al poder. El duelo que en aquella mantuvieron Streep y Tom Cruise como periodista y político alcanza nuevas cotas y una plasmación en pantalla más verosímil y menos hollywoodiense en el que en esta otra película mantienen Amy Ryan y Greg Kinnear.
Miguel Juan Payán