Vaya por delante que cuando leo la frase โBasado en hechos realesโ al principio de una pelรญcula me echo a temblar porque intuyo lo que me espera y no suelo equivocarme. Eso sin contar que por otra parte estoy convencido de que la realidad no pinta absolutamente nada en el cine, que es por definiciรณn un medio que juega con la capacidad de fabulaciรณn e imaginaciรณn de sus emisores y de sus receptores, y en el cual, si bien apreciamos la verosimilitud de personajes y situaciones, mal llamada y fatalmente confundida a veces con realismo, no tenemos por quรฉ aguantar que nos agรผen el embriagante bebedizo de la fantasรญa y lo รฉpico poniรฉndole un bozal de realidad.
Tal atadura castra la creatividad, condiciona lo que se cuenta, entorpece el movimiento del caldo que bulle en la marmita de la imaginaciรณn, e inevitablemente acaba por dejarnos insatisfechos, porque ni es realidad al cien por cien, toda vez que el medio cinematogrรกfico exige ajustes esenciales debidos a sus propias necesidades narrativas, y por otra parte impide el libre albedrรญo de los artรญfices de la fรกbula para campar por sus respetos en los acontecimientos poniendo aquรญ y allรก los adornos que su pericia a la horas de contar historias les permitan, o las veleidades que las musas de la creaciรณn quieran regalarles en uno de sus momentos de generosidad.
Pueden suponerse que teniendo todo esto tan claro, Medidas extraordinarias me diera miedito, porque reunรญa todas las condiciones para ser la tรญpica pelรญcula lacrimรณgena sobre la lucha contra una enfermedad que Hollywood suele convertir en un canto a la iniciativa privada, el hombre que se hace a sรญ mismo y el denominado American Way of Life, aquello de superar las adversidades y tal.
Afortunadamente la cosa no fue tan dura, pestiรฑosa y babosa como me esperaba, y el empalago, que efectivamente lo hay, sobre todo al final, asiste a la funciรณn las mรกs de las veces sรณlo en calidad de amago, no de ataque firme en toda la lรญnea del frente de la emotividad y la violaciรณn de los sentimientos y las emociones del espectador por las bravas.
La fรณrmula se prestaba a sacarle las lรกgrimas al espectador en plan aquรญ te pillo y aquรญ te mato: niรฑos enfermos camino de la muerte, padre abnegado dispuesto a luchar por ellos, cientรญfico semianacoreta que encuentra su destino salvando vidas, entidades financieras perversas que no piensan en el individuo sino sรณlo en los beneficiosโฆ
Imaginen los temblores con los que me sentรฉ en la butaca de la sala de proyecciรณn temiรฉndome lo peor y calculando mentalmente el nรบmero de paรฑuelos de papel que iba a necesitar para sobrevivir al lance conteniendo el lagrimeo del personal si la cosa pasaba a mayores y el dique de las emociones se desbordaba a mi alrededor, tan incontenible como un pantano a todo desaguar, sobre todo porque ademรกs arrastro desde hace unos dรญas un ensayo de alergia que me tiene con el moco colgando cada dos por tres y los paรฑuelos de papel se han convertido en herramienta vital para seguir tirando.
Pero no, sorprendentemente descubrรญ que la cosa era bastante mรกs digerible de lo previsto, mรกs moderada de lo que habรญa temido, y aรบn con sus alardes lacrimรณgenos, fรกcilmente tolerable.
Me explico: no hay sorpresa en cuanto a su planteamiento visual bรกsicamente telefรญlmico. Es una pelรญcula que parece cocinada para poner una lรกgrima en la vida de los telespectadores de sobremesa de los sรกbados y domingos, lo que yo suelo calificar como โel postre amargoโ, en el que se prodigan las cadenas televisivas espaรฑolas para amenizarnos. Y sรญ, efectivamente es un panfleto sobre el hombre hecho a sรญ mismo, la capacidad de superaciรณn de las adversidades y el รฉxito final de รฉsos que gustan tanto a quienes todavรญa creen en los cuentos de hadas de la era moderna.
Pero es un telepanfleto con Harrison Ford dentro, y eso, amigos, sigue siendo una garantรญa de que por lo menos vamos a ver algo sรณlido en la pantalla, porque este buen hombre quizรก no sea un actor del mรฉtodo ni el mayor admirador del director escรฉnico y pedagogo teatral Konstantin Stanislawsky, pero es lo que suele denominarse un โanimal cinematogrรกficoโ: alguien que frente a una cรกmara consigue automรกticamente la adhesiรณn incondicional del pรบblico para todo aquello que quiera contarnos, del que nos creemos absolutamente cualquier personaje, aunque seamos perfectamente conscientes de que sigue siendo Harrison Ford y por ejemplo concretamente en esta pelรญcula, cuando le vemos correr detrรกs de la niรฑa en silla de ruedas, demos en preguntarnos dรณnde estรก el felpudo con patas Chewbaca que fue su colega inseparable en Star Wars o por quรฉ no vemos la bola gigante que le perseguรญa en la primera entrega de las aventuras de Indiana Jones.
Siendo justos hay que decir que mรกs allรก de sus mรกs populares personajes, Ford tiene ya una edad y mucha mili hecha en esto del cine, de manera que las artes del tiempo le han convertido en un veterano tremendamente sรณlido como actor que brilla en esta pelรญcula con un talento para componer su personaje que merece ser tenido en cuenta, en el que, no obstante, es sin duda un papel secundario, por mucho que la publicidad, siempre astuta para atraerse el voto del pรบblico expresado en el paso por taquilla, quiera otorgarle rango de protagonista en la cartelerรญa de la pelรญcula.
Tambiรฉn, a fuerza de ser justos, hay que considerar el trabajo de interpretaciรณn del legรญtimo protagonista real de Medidas extraordinarias, Brendan Fraser, quien se redime del pestiรฑo que nos despachรณ en la tercera entrega de La momia y se despoja de los gestos de dibujo animado que suelen caracterizar sus reiterativos y poco aconsejables intentos de ejercer en la comedia componiendo este personaje de hรฉroe al estilo Frank Capra, con el que nos identificamos automรกticamente todos los padres del planeta y supongo que tambiรฉn todos aquellos espectadores/a que sin tener hijos comparten con nosotros antropolรณgicamente la necesidad de proteger a las crรญas de nuestra especie. Hay dos o tres planos de Fraser mirando al vacรญo que ejercen como espejo de lo que cualquier padre digno de tal nombre piensa cuando ve sufrir a sus hijos: ยกque me pase lo que sea a mรญ antes que a ellos!
Sin alardes melodramรกticos, sin tirar del gesto fรกcil y la lagrimita, Fraser consigue que nos creamos su cruzada partiendo desde la desesperaciรณn mรกs absoluta y temiendo no llegar mรกs que a la nada, pero sin dejar que eso le frene en su intento de salvar a sus hijos. De ese modo plantea, sin excesos, el dilema central de su personaje, que por encima de la reflexiรณn mรกs obvia sobre la inhumanidad de las grandes corporaciones que sรณlo piensan en los beneficios, es si debe luchar con las armas que conoce para hacer todo lo humanamente posible para intentar encontrar una cura o debe rendirse e intentar pasar todo el tiempo que pueda con ellos mientras todavรญa estรกn aquรญ, como le recomienda el cientรญfico interpretado por Ford.
Digo que ese es el verdadero tema central de la pelรญcula, aunque el otro asunto es inevitablemente la codicia como motivaciรณn esencial de nuestra sociedad y nuestro sistema econรณmico, esa misma codicia que en la realidad de nuestra vida cotidiana se estรก mostrando tan eficaz para destruir vidas y sueรฑos a golpe de quiebras, paro e hipotecas imposibles capaces de quitarle la alegrรญa de vivir a todo el puรฑetero planeta.
Que el protagonista elija pasar el tiempo de vida que les queda a sus hijos entre la canalla financiera en lugar de estar en casa jugando con ellos tanto como pueda y sometiรฉndose a la fatalidad es por tanto el tema central de esta pelรญcula, muy bien expresado en la mirada de Fraser y especialmente en dos escenas.
En una de ellas le vemos responder a una pregunta perversa de un ejecutivo de un laboratorio sobre la eficacia del fรกrmaco que intenta conseguir: ยฟQuรฉ tasa de supervivencia generarรญa beneficios? ยฟQuรฉ tasa de mortalidad genera pรฉrdidas? No quiero ser pazguato ni tampoco panfletario, porque tal cosa a mi edad serรญa un sรญntoma de bisoรฑez idealista tardรญa y falta de contacto con el lamentable y bรกsicamente inhumano paisaje que nos rodea, pero creo que tal secuencia resume muy bien cรณmo funciona nuestro mundo.
En la otra, mรกs sencilla, eminentemente visual, le vemos con su hija, en un parque de atracciones, sujetando con la mano derecha la mano con la que la niรฑa no puede ya ni tirar la pelota a causa de su enfermedad y en la izquierda el fajo de billetes con el que va pagando las atracciones pero no parece poder conseguir la salud que le falta a la criatura.
Casualmente es un dilema similar al que enfrenta la propia pelรญcula: decantarse por lo melodramรกtico, por el sentimentalismo desatado y facilรณn, que serรญa lo mรกs comercial y rentable, o inclinarse hacia la sobriedad y el empeรฑo por conseguir algo que valga la pena.
Creo que en ese dilema, Medidas extraordinarias se queda en un aceptable tรฉrmino medio: escapa a la tentaciรณn de tirar por la tragedia desgarrada para situar en el centro del relato la cruzada del padre que nos lleva al pulso entre la codicia y la humanidad, pero hacia el final no puede impedir entregarse a la tentaciรณn melodramรกtica, nunca mejor dicho, melo (mรบsica) mรกs drama, imponiendo un desenlace que explica el futuro de los personajes con una cancioncilla pegadiza y aspira a hacer que la gente tire de paรฑuelo de papel para secarse una รบltima lagrimita satisfecha.
Miguel Juan Payรกn