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viernes, julio 26, 2024
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Habemus Papam ***

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Nanni Moretti vuelve a la cartelera con una comedia ambientada en el Vaticano, en un cónclave para elegir al Papa, y en torno a lo que ocurre cuando el elegido no parece estar dispuesto a aceptar esa elección. El miedo del elegido y sus consecuencias, expresadas en ese  momento terrible del vacío en el balcón, con las cortinas cerrando un paréntesis de nada donde debería haber estado el nuevo Papa, los fieles mirando ese vacío… da paso a una sátira casi siempre sutil que tiene a su favor la humanización de los personajes, como en ese paseo del Papa recién elegido por los pasillos, solo, lejos de todo el boato, mirando desde la ventana a los fieles que se dispersan en la plaza… hasta sentir incluso físicamente el peso de la responsabilidad.

Moretti consigue así poner en pantalla a unos personajes cercanos a lo cotidiano,  si bien espía con descaro en los pasillos del Vaticano, husmea en el seno del Cónclave, bromea con lo cardenales, despoja al corazón de la Iglesia católica de lo externo para demostrar que en el fondo quienes la llevan adelante son también personas de carne y hueso que tienen sus momentos de flaqueza, duda, e incluso sus nervios. La anécdota argumental, que las dudas del elegido como Papa puedan motivar que le apliquen el psicoanálisis,  es el punto de partida de una intriga que como todas las películas del director sobrepasa las fronteras del género para fijarse cuidadosamente y con medido sarcasmo en las pequeñas  alegrías y miserias cotidianas (comer un dulce tranquilamente sin sentirse acosado por el peso del poder que ostenta, por ejemplo, en el caso de este Papa reticente que se busca en el exterior, entre la gente, en lugar de recluirse como mandas las costumbres del cargo). Ese camino le sirve para dar una visión del asunto que quizá a algunos católicos les parezca osada, toda vez que, como le recuerda al psicoanalista el cardenal Gregori: “el concepto de alma y el de inconsciente no pueden coexistir”. Quizá alguna parte de  la “diplomacia vaticana” aplicada al problema que se le plantea al argumento no haga gracia a algunos católicos. Quizá no les haga gracia a muchos.  Pero es necesario decir que la película reparte también cera humorística para los psicoanalistas, con el “déficit de atención”, especialmente con una frase que dice el Papa, enorme Michel Piccoli, por cierto, en la fábrica de dulces: “Tengo déficit de atención… pero no he entendido qué es”. O con esa esposa del psioanalista, ella también psicoanalista, que se empeña en diagnosticar a todos sus pacientes de lo mismo… déficit de atención.

Me he dejado atrapar por esta construcción de comedia tramada con mucha elegancia, aunque en algunos momentos no comparta el punto de vista del director. Dejando de lado las cuestiones de fe (esto es más fácil de lo que nos han contado y en el fondo todo se reduce a si crees o no crees, no hay más), la película tiene muchos temas que me parecen interesantes y en su conjunto me ha parecido muy entretenida, con la intriga bien sostenida durante todo su metraje, con fragmentos que me han llamado la atención por su parentesco con los guiones de humor negro del gran Rafael Azcona y otros que me han hecho recordar a Billy Wilder, con ese guardia del Vaticano suplantando al Santo Padre en la habitación, moviendo cortinas, y entrando en su papel cada vez más, o con esos curiosos vínculos de compañerismo en el encierro forzado que van tejiéndose entre el psicoanalista y los cardenales (la charla sobre los fármacos, por ejemplo…).

Me quedo con esa sensación positiva de humanización de los personajes que propone el director, con su manera a mi modo de ver elegante de abordar el asunto y con esa mirada en la que puede haber escepticismo, pero no falta de respeto.

En cuanto a la humanización de ese Papa, una lección magistral de interpretación de Michel Piccoli, unida al entorno que le rodea, me ha enganchado por los mismos caminos que en su momento me enganchó la serie El ala oeste de la Casa Blanca: en las más altas instancias del poder también habitan personas con impulsos normales y corrientes que comparten con el común de los mortales, por mucho que los encargados de protegerlos o mantener su imagen sujeta a las normas y costumbres se empeñen en lo contrario.

Eso sí, no me gusta el final. Creo que en su desesperanza deja otra vez ese paréntesis de vacío en el que no hay nada, y que no comparto.

Miguel Juan Payán

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