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miércoles, abril 24, 2024
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High Rise ***

High Rise ***High-Rise. Interesante y exigente propuesta de ciencia ficción que navega visualmente entre Cronenberg y Kubrick.

En 1996 David Cronenberg adaptó al cine una novela del maestro de la literatura de ciencia ficción J.G. Ballard: Crash. La acogida de la misma fue tan debatida y claramente polémica como la de esta otra película, adaptación de otra novela de Ballard, Rascacielos. Todo indica que aquella adaptación de Crash y el cine de David Cronenberg en general son uno de los dos referentes que operan sobre el director de High-Rise en este trabajo. De hecho, High-Rise tiene mucho en común no sólo con Crash, sino también con otros largometrajes recientes de Cronenberg, como Cosmópolis y Maps of the Stars, otras dos películas incomprendidas por el público y parte de la crítica. Podríamos decir que todas ella forman una especie de “familia” o grupo con muchas cosas en común, empezando por la incomprensión de su propuesta por parte del espectador y parte de la crítica de nuestros días.




La otra referencia obvia en High-Rise es de carácter visual, y pasa por el cine de Stanley Kubrick (los planos de pasillos como camino de unión de las distintas piezas de la fábula que recuerdan aquella otra pesadilla en torno a un edificio, El resplandor, o la escena de iluminación con velas al estilo Barry Lyndon que salpican toda la película, o vario momentos que recuerdan La naranja mecánica…). De hecho lo que parece proponerse el director es trasladar a la pantalla la novela de Ballard como si la hubiera pensado visualmente Kubrick pero la hubiera acabado rodando Cronenberg. Lo cual da como resultado algo muy curioso y en algunos momentos un rompecabezas muy interesante para los aficionados al cine.

Pero si ese es uno de sus atractivos, a la larga se convierte también en uno de sus lastres a la hora de entenderse con el público de nuestros días.

Llegados a este punto del comentario creo que es preciso aclarar varios puntos. El primero es que confieso que todas estas películas ejercen sobre mí una cierta influencia de carácter hipnótico, tanto por el trazo visual de sus imágenes como por su contenido. En el caso de High-Rise su primera hora me convence totalmente, y lamento por eso mucho más que la segunda hora, cuando realmente entra en materia, sea víctima de cierto caos en la exposición y se deje arrastrar por la anarquía que paulatinamente se hace dueña del edificio protagonista. Lo lamento porque además esa parte me parece plena de propuestas interesantes desde el punto de vista narrativo, como las metáforas sobre Dios-Arquitecto-Padre, el tema del protagonista desdoblado en Laing-Wilder, el yo y el ello, con el edificio y sus habitantes convertidos en el inconsciente del personaje que interpreta Tom Hiddleston. La imagen es un tema importante en la película, asociada al sexo, a cómo nos ven los otros: el suicida mirando a los que le miran, o el protagonista intentando encajar en el edificio, mostrándose desnudo en la tumbona de la terraza, o en la fiesta de disfraces presentando su virilidad materializada en la botella de vino que agarra compulsivamente con afán onanista después de haber sido humillado por no ir vestido de época, mientras enciente un cigarro igualmente maltratado, la botella abandonada. El último encuentro del protagonista con Dios-Arquiecto-Padre, en la cena con velas, que en lo referido a fotografía recuerda tanto planos de Barry Lyndon de Kubrick como el encuentro del replicante Roy Batty con su creador en Blade Runner…

Cito todo esto, que es sólo parte del bombardeo visual de referentes y metáforas sociales, políticas, económicas, psicológicas y religiosas que nos propone la película, para dejar claro por qué me interesa y me gusta este tipo de cine, en el que también podríamos incluir Solo Dios perdona, de Nicolas Winding Refn, otra película hipnótica que recibió una importante ración de palos y polémica por parte de crítica y público, Melancolía y Nymphonaniac, de Lars von Trier, o Todo saldrá bien, de Wim Wenders, entre otras. Película difíciles, con una riqueza de propuestas más propia de la literatura. Y que sistemáticamente suelen recibir palos de buena parte de la crítica o simplemente ser ignoradas por el público. Todas ellas tienen en común ciertos momentos de carácter pretencioso, incluso algo pedante, que supongo ayuda a convertirlas en cine maldito. En High-Rise ese tono pretencioso lo encontramos materializado en el personaje de Pangborn al que da vida James Purefoy. Pero yo pienso que son interesantes y no puedo evitar tenerles afecto, porque me resultan estimulantes. Creo que su malditismo y el rechazo que cosechan deriva de su empeño en ser más literarias que cinematográficas. Es algo que le ocurre claramente a High-Rise, que además sirve como apunte de que posiblemente J.G. Ballard es un escritor inadaptable. Lo que funciona para la literatura no tiene por qué funcionar, tal cual, para la ficción televisiva o cinematográfica. La explicación de por qué, paradójicamente, la encontramos en el diálogo final del personaje de Arquitecto que interpreta Jeremy Irons, cuando le explica al protagonista que el motivo por el que su rascacielos no funciona no es, como creía en principio, porque le falte algo de fuera, sino porque metió demasiado dentro.
El problema de High-Rise es que tiene mucho, demasiado, dentro, y no sabe aplicarle la clave de elipsis y resumen adaptativo necesario para pasar de la literatura al cine.

Es por tanto una película imperfecta que falla de ritmo en su segunda hora y que a pesar de todo me parece hipnótica, así que le pongo tres estrellas, pero me quedo con ganas de ponerle cuatro, o por lo menos tres y media, porque me parece muy interesante.

Miguel Juan Payán

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